EMOLTV

“El clasismo es el freno más grande que se puede autoimponer una sociedad”

En su último libro, esta escritora chilena retrata el riquerío, arribismo y cuiquerío y asegura que la sociedad de libre mercado ha dañado nuestra base cultural, que junto con la tolerancia, debieran ser los pilares de nuestro desarrollo.

14 de Enero de 2010 | 09:04 |
imagen
Reconoce que en su último libro hay una suerte de añoranza, de nostalgia, por un Chile que existió, por el Chile que prefería los porotos granados en vez de la comida fusión, que, en la playa, se bañaba en el mar y no en las piscinas sin fin.

“Hay una regresión cultural atroz”, grita a los cuatro vientos y en “Vendo casa en el barrio alto” lo plasma con la agudeza que la caracteriza.

Es que Elizabeth Subercaseaux, periodista y escritora, no trepida en decir las cosas por su nombre y para eso, utiliza su penetrante pluma que ejercitó por tantos años como ágil redactora de un sinnúmero de revistas, aunque la literatura la llamaba desde joven.

Autora de “Las diez cosas que un hombre en Chile debe hacer de todas maneras”, “Asesinato en Zapallar” y “Las diez cosas que una mujer en Chile no debe hacer jamás”, desde que vive en Estados Unidos, hace 20 años, se ha convertido en una observadora más bien crítica de los chilenos. Pero no ajena, ya que pasa bastante tiempo en el país debido a que –declara- no puede despegarse de sus nietos.

En “Vendo casa en el barrio alto”, el personaje central es un corredor de propiedades, Alberto Larraín Errázuriz, que se pavonea con el hecho de ser heredero de alcurnia, pero ya ha adoptado los vicios de algunos nuevos ricos, como hacerse ‘una pasadita’ en un negocio o engañar a sus iguales si eso le trae dividendos. Su madre, doña Amelia, en cambio, mantiene intachables sus enseñanzas y corrección de vida y rechaza los vicios de una sociedad individualista y consumista.

Entre sus líneas aparecen el roto, el cuico, el nuevo rico, el aristocrático, el arribista y otros que se enfrentan a la mirada de Larraín, cargada de prejuicios.

-Se ve claramente que no te has desconectado, estás al tanto del último escandalillo. ¿Eso es muy de periodista o de Elizabeth Subercaseaux?
“Es muy de periodista y de las circunstancias. Si vives en EE.UU. y eres periodista de habla hispana tus posibilidades laborales se achican bastante, te diría que se reducen a Univisón y otros canales y yo nunca he hecho periodismo de televisión.
“También tengo a mi familia acá, vengo para no perdérmelos y como decía Enrique Lihn ‘nunca me fui del horroroso Chile’”.

-En tus últimos libros has tendido a situarte en un grupo social, la clase alta, ¿por qué?
“Es la clase social que yo mejor conozco y siempre he escrito de lo que conozco. La clase alta chilena es donde me he desenvuelto y es natural que todos mis personajes sean de ahí, y es lo mismo que hacen todos los escritores, lo que hacía Pepe Donoso. No podría escribir desde la clase obrera porque no pertenezco a ella y no la conozco bien.
“Me gusta escribir desde la guata, de lo que he experimentado, he visto, lo que me ha chocado, las cosas de las cuales soy crítica y esas cosas pasan, en mi caso, en la clase alta”.

-¿Te has vuelto crítica de ella, te ha significado costos, te ha traído problemas?
“Siempre he sido crítica. ¿Costos? Ninguno, los escritores siempre estamos pagando el costo de que a la mitad del público lector le gusta tu novela y a la otra mitad le carga, se siente agredido, sobre todo cuando entras en temas sociales, como me ha pasado a mí. Yo he escrito muchas cosas donde se describe a la sociedad chilena, donde se crítica el sistema de clases, como este libro.
“Este libro es una novela, no es un ensayo, por lo que no compromete una crítica directa, pero hay un retrato...”

-Pero está subyacente.
“Sí, hay una crítica del sistema de clase chileno, del cual he sido crítica toda la vida. Hay personas que les gusta este sistema y consideran, poco menos, que yo soy una traidora...”

-La oveja negra.
“Pero está llena, la clase alta, de ovejas negras porque la clase alta no es un cúmulo de idiotas, como se puede creer. Ninguna clase social es así. Hay gente más crítica y menos, gente más tonta y más inteligente como en cualquier clase social.
“En la clase alta siempre ha habido escritores críticos de sus iguales, como (Joaquín) Edwards, Benjamín Subercaseaux, Donoso, que escribieron sobre lo que les tocó vivir. Y si a ti te toca vivir en una sociedad clasista como es la chilena, es probable que escribas de eso”.

-¿Y te siguen recibiendo?
“Por supuesto. Insisto, no hay que ser maniqueo con esto, no hay una clase que sea mejor que la otra. Nos olvidamos que las clases están conformadas por individuos, personas, entonces hay personas excelentes, cultas, encantadoras, buenas y otras retrogradas, reaccionarias.
“Por eso que quiero dejar en claro: no soy una críííítica de la clase alta, porque yo no me atrevería a erigirme crítica de ninguna clase. Cómo lo vas a hacer, es mucho más complejo”.

-Antes de que el libro apareciera advertiste que iba a sacar roncha. ¿Era el objetivo?
“No, de ninguna manera, aunque siempre saca roncha un libro que es un retrato social porque hay gente que se va a sentir bien retratada y otra que se va a sentir mal retratada. Ahora, me preocupí de que en este libro –te prometo- no existieran dos elementos que me parecen nefastos para cualquier texto que está acotado a la realidad: que no haya ni sarcasmo, ni caricatura.
“Las clases que están descritas -que no es la alta, porque hay nuevos ricos, arribistas- son así, así las veo”.

-Más de alguno se sentirá incómodo porque sacaste sus trapos sucios al sol.
“Pero si en el libro hay unos personajes que son adorables; por ejemplo, la mamá del protagonista es una persona con la que yo me identifico muchísimo y es una mujer de clase alta, que es progresista, pero es nostálgica de un Chile más modesto, más culto. Tú crees que toda la clase alta es un riquerío que se anda construyendo mansiones de gánster en La Dehesa, no.”

-¿Existen estos personajes?
“Pero por supuesto, yo los he visto, pero la ficción es una realidad que distorsionas, disfrazas, le pones otra cara”.

-Algunos se podrán sentir identificados.
“Eso espero, porque es un espejo de la clase alta. No has conocido acaso a un Pito Balmaceda que habla con el huevón pa´ arriba y el huevón pa´ abajo. Yo los he visto toda mi vida desde que empezó el huevoneo en este país y se les acabó el vocabulario”.

-El protagonista es un nuevo rico, no muy ético...
“Mira, he llegado a la conclusión de que los que son más o menos éticos son los Estados, porque el problema es que, de todos los empresarios, me cuesta decir si son éticos o no porque actúan bajo la ley. Y en la normativa que hay, no hay nada menos ético que el libre mercado, que permite a las personas hacerse rico de la noche a la mañana en un país donde hay gente que sufre hambre, que no puede mandar a sus chiquillos al colegio.
“Lo poco ético está en las leyes y en los individuos que se aprovechan de estas normas inmorales”.

Elizabeth reconoce que su Alberto Larraín no es ningún caso una persona ética, pero agrega que Chile “está lleno de personas que son poco éticas, que por ganar plata, por hacerse más rico... la ética nunca ha sido lo que predomina”.

-¿Qué te impulsa a destapar esto? ¿La clase alta está escondiendo estos temas?
“No, lo que siento es que este es uno de los países más clasistas de Latinoamérica y tal vez, del mundo. No se trata de individuos, sino de un sistema que es horroroso; lo que me lleva a hablar de este clasismo, de forma velada si tú quieres, es que siempre he sido una convencida de que el clasismo es el freno más grande que se puede autoimponer una sociedad.
“El mundo del desarrollo nunca lo he entendido vinculado al mundo del dinero, lo está con la educación, la cultura, la tolerancia y la otredad. Los países que son verdaderamente democráticos son los más progresistas; mira Europa, donde la sociedad de clases funciona de una manera muy distinta”.

Continúa señalando que Chile no expresa ninguna movilidad social y eso, lo puede contrastar con EE.UU. que es la sociedad donde está afincada desde hace tiempo. “En EE.UU. se acaba de elegir a Obama y pregunto cuánto falta para elegir en Chile –porque es equivalente- a un mapuche”, dice.

-Pero se dio un paso eligiendo una mujer.
“Sí dimos un paso y yo fui la primera sorprendida porque creí que faltaba mucho más tiempo”.

-¿Quisiste develar, en tu libro, el doble estándar, el discurso del padre Gatica de Larraín?
“No la encuentro doble vida, la encuentro que es de esa manera y es terrible. Todo este riquerío, toda esta sociedad de libre mercado, todos horrorosamente endeudados...”

-Pero muestras el discurso del salón y del balcón.
“Sí, hay un doble discurso en los temas valóricos, pero es que esta sociedad es sumamente hipócrita. Mira lo que pasa con el aborto o la píldora del día después, el divorcio; en los temas valóricos hemos sido muy atrasados. Somos tan hipócritas que para anularse había que inventar una mentira”.

-¿En tu visión, crees que se ha acentuado el deterioro moral?
“Es que no hablaría de deterioro moral, porque no sabría donde ubicarlo. Encuentro que esta sociedad está mucho más moral ahora que en la dictadura militar que ahí sí dimos examen final de inmoralidad. Ahora, hablar de deterioro, no sé; hablaría de clasismo, de la persistencia del clasismo y de las terribles diferencias económicas y sociales que se han producido por esta economía de mercado sin freno.
“Eso me da mucho susto, porque vivo en un país que está en franca decadencia, en gran parte, por un sistema económico que han aplicado a la pata. Acá no han entendido que el Estado tiene que tener un rol más importante.”
EL COMENTARISTA OPINA
¿Cómo puedo ser parte del Comentarista Opina?