Amor, sexo, lo que sea. La seducción parece ser una inagotable arma para alcanzar objetivos, sean estos de intención noble o no. Un escritor estadounidense lo sabe y junto con enseñar las cualidades de tan humana herramienta, agrupó en 9 a los tipos de seductores que, a base de manipulación y misterio, podrían lograr lo que quisieran.
12 de Noviembre de 2009 | 17:15 |
“Una persona enamorada es emotiva, manejable y fácil de engañar”. Lograr su rendición no es tan difícil, sólo se requiere un poder que no exige terapias de personalidad ni cirugías plásticas, sino que un juego de psicología: seducir.
Consciente de la fuente de poder que representa este verbo, Robert Greene -autor estadounidense- escribió “El arte de la seducción” (Editorial Océano), un texto que “identifica las reglas de un juego intemporal para examinar cómo echar un hechizo, acabar con la resistencia y, al final, hacer inevitable que el objetivo se rinda”.
“Los seductores son personas que saben del tremendo poder contenido en esos momentos de rendición”, dice Greene, quien asegura que “’El arte de la seducción’ se ideó para ofrecerte las armas de la persuasión y el encanto, a fin de que quienes te rodean pierdan poco a poco su capacidad de resistencia sin saber cómo ni por qué. Éste es un arte bélico para tiempos delicados”.
La base de su estrategia de guerra se basa en apelar a los vacíos que todo ser humano puede sentir, para que el seductor se transforme en eso que le falta al otro.
“Presta especial atención a su ropa, sus gestos, sus comentarios casuales, las cosas de su casa, ciertas miradas; hazle hablar de su pasado, en particular de sus romances. Y poco a poco saldrá a la vista el contorno de esas piezas faltantes”, aconseja.
Lo mejor es que su teoría no requiere de grandes atributos físicos ni un doctorado de física o algo parecido, sino que se vale de las principales características de nueve tipos de personalidades seductoras:
-La sirena: Teatralmente maravillosa y de una voz irresistible, la sirena representa la máxima fantasía masculina, al alejar a los hombres de su papel racional y responsable de la vida. Ella los entretiene, es peligrosa y los incita a perder el control sobre sí mismos, aprendiendo a controlar su libido.
“Por hermosa que sea, una mujer termina por aburrir a un hombre; él ansia otros placeres, y aventura. Pero todo lo que una mujer necesita para impedirlo es crear la ilusión de que ofrece justo esa variedad y aventura”.
Greene no duda en decir que su género es fácil de engañar a través de las apariencias, y por eso recomienda crear una imagen de “intensa tentación sexual combinada con una actitud teatral y majestuosa” para atrapar el objetivo. “Te seguirá hasta ahogarse”, dice.
El libertino: Frecuentemente, las mujeres también cumplen un rol, una tarea civilizadora de la sociedad, inserta en una realidad, a veces, de matrimonios aburridos. Es por eso que este Don Juan, como dice Greene, representa “la fantasía femenina de un hombre capaz de entregarse por entero; un hombre que vive para la mujer, así sea sólo un instante”.
A veces infiel, deshonesto y, generalmente, de moral inexistente, el libertino usa esos antivalores para explotar su atractivo, ofreciendo aquello que la sociedad, en general, no admite a las mujeres, como lo es “una aventura de placer absoluto, un excitante roce con el peligro”.
El libertino es esclavo de su amor por la mujer y utiliza su envidiable don de la palabra para conquistarla. Además, su reputación representa una tentadora debilidad: “tantas mujeres han sucumbido a él que debe haber un motivo”.
-El amante ideal: Greene asegura que desde la más tierna infancia, las personas han creado sus ideales, proyectando imágenes de lo que quisieran ser y de cómo les gustaría que el resto fuera con ellos.
Pero a veces, esos sueños se desvanecen o crudamente se rompen con el paso del tiempo y un vacío se crea en el interior. Pero no hay que desesperarse, que para eso existe el amante ideal.
“Sensibles a lo que nos falta, a la fantasía que nos reanimará, ellos reflejan nuestro ideal, y nosotros hacemos el resto, proyectando en ellos nuestros más profundos deseos y anhelos”. Y así, nos enamoramos.
El dandy: Nuevamente apelando a las insatisfacciones de la vida diaria del ser humano común, “los dandys nos excitan porque son inclasificables, y porque insinúan una libertad que deseamos”.
Tienen una imagen asombrosa, jamás ordinaria, medio ambigua y amoral, rodeándose de misterio.
La clave parece estar en trabajar con el narcisismo de su objetivo: si son mujeres parecen psicológicamente femeninos y viceversa. También el autor recomienda ser “diferente tanto de modo impactante como estético”.
“Búrlate de las tendencias y estilos establecidos, sigue una dirección novedosa, y que no te importe en absoluto lo que hacen los demás. La mayoría es insegura; se maravillará de lo que eres capaz de hacer”.
-El cándido: “Los seductores naturales son personas que de algún modo evitaron que la experiencia adulta les privara de ciertos rasgos infantiles”, escribe Greene al describir a este tipo de seductor.
Espontáneo, sincero y sencillo, el cándido apela a la manipulación a través de las cualidades de un niño, provocando de manera instantánea el impulso por protegerlos.
Si la inocencia natural de un niño puede enternecer a cualquier adulto, la estrategia del cándido es utilizar ese recurso y exagerarlo para lograr sus deseos con todo el mundo.
-La coqueta: Desde tiempos ancestrales, la coquetería se desarrolló como la principal arma femenina para mantener interesado al sexo opuesto. Primero, utilizándose a través del retiro de los favores sexuales, hasta evolucionar a la intriga del dar y quitar, la “esperanza y frustración”, y hoy ser un arma tanto para hombres como para mujeres.
“Maestros del repliegue selectivo, (los coquetos) insinúan frialdad, ausentándose a veces para mantener a su víctima fuera de balance, sorprendida (...) Azuzan con una promesa de premio –la esperanza de placer físico, felicidad, fama por asociación, poder-” pero el arte está en retardar siempre la satisfacción total y confundir.
“Imita la vehemencia e indiferencia alternadas de la coqueta y mantendrás al seducido tras de ti”, escribe el autor.
-El encantador: El método de este seductor se resume en dirigir el foco de atención hacia su objetivo, qué más simple.
El truco está en generar un ambiente placentero, apuntando a las debilidades básicas de las personas: “vanidad y amor propio”.
Los encantadores “comprenden tu espíritu, sienten tu pena, se adaptan a tu estado de ánimo”; nunca pelean ni molestan, sino que crean un universo de placer tal, que se transforman en indispensables.
-El carismático: Desde Elvis a Malcom X, varios líderes o grandes personajes de la historia pueden ser clasificados en esta categoría de seductores, quienes proyectan cualidades que, en general, la gente siente que carece y desea como “seguridad, energía sexual, determinación, placidez” y magnetismo inmerso en misterio (nadie sabe cómo ni cuándo llego esa persona a ser tan especial).
“Es una presencia que nos excita”. Con su mirada penetrante y su oratoria impecable, se ven extraordinarios y crean una imagen que parece ser más grande de lo que en realidad son, parecen dioses.
“Crea la ilusión carismática irradiando fuerza, aunque sin involucrarte”, aconseja Greene, antes de advertir que se debe ser cuidadoso con este tipo de seducción, ya que demasiado carisma por mucho tiempo “produce fatiga”.
-La estrella: “La mayoría de las personas es extremadamente banal; es decir, demasiado real. Tú debes hacerte etéreo”, conviértete en un actor, en una estrella del cine moderno, dice Greene.
“La vida diaria es dura, y casi todos buscamos incesantemente huir de ella en sueños y fantasías. Las estrellas aprovechan esta debilidad; al distinguirse de los demás por su atractivo y característico estilo, nos empujan a mirarlas (...) y nos dejan imaginar más de lo que existe”.
La clave está en la insinuación, nada de ser directos. Hay que llegar al inconsciente, que está más desprevenido de las enseñanzas de resistencia psicológica (desconfianza e incredulidad) que la vida ha marcado en la personalidad de cada persona.
El objetivo (la víctima), como explica el autor, debe sentirse identificado con la estrella, que a su vez debe parecer inalcanzable. Lo real e irreal integrado se transforman en un “objeto de fascinación proyectando la brillante y escurridiza presencia de la estrella”.