Estaba en Grecia cuando vio en la televisión la noticia de que los 33 mineros habían sido encontrados con vida y que se empezaban las labores de rescate. La historia le venía dando vueltas hacía rato en la cabeza, impresionada por lo dramático que debía ser estar 700 metros bajo tierra y por eso, no lo dudó un minuto más y tomó un avión directo a Chile.
Se instaló en el campamento Esperanza, en las afueras de la mina San José, en Copiapó, y se mezcló entre los familiares y rescatistas para conocer cómo vivían y sufrían esos momentos. Así Emma Sepúlveda comenzó a darle cuerpo al libro "Setenta días de noche” de editorial Catalonia.
Instalada en Estados Unidos desde hace más de 30 años, llegó allá en los 70 luego de que, tras el golpe militar, cerraran la escuela de Historia de la Chile donde estudiaba. Pese a la distancia, ella y su familia visitan regularmente el país y por eso, le hacía sentido involucrarse en una historia como ésta.
Magister y doctorada de la Universidad de California, fue la primera candidata al Senado latina, en 1994, por el estado de Nevada. A este grupo de inmigrantes ha dedicado gran parte de su trabajo, que combina con columnas en la prensa, libros de los más variados temas y su trabajo en la Universidad de Reno.
“Aunque mi esposo es gringo (se ríe), tenemos esa conexión con Chile, mi hijo estudió el año pasado acá y yo me voy a venir a jubilar a Chile de todas maneras”, dice.
-Tu obra está cruzada por el tema de los derechos y defensa del género.
“Sí, para mí el testimonio ha sido muy importante en mi vida. Escribí un libro sobre las arpilleristas que todavía se usa en estudios de la mujer, ciencias políticas y arte social. Me considero una activista de los derechos de los latinos y mi candidatura se debió a eso. Mi escritura sobre la mujer y para la mujer tiene una línea, pero también hay un compromiso político con los latinos y lo muestro en mi columna. Trabajé mucho para las campañas de Clinton y Obama y él me acaba de nominar como miembro de una comisión para crear el pimer museo de latinos en Washington”.
-¿Esta veta fue la que te llevó a instalarte en el campamento Esperanza?
“Inmediatamente después del accidente empecé a pensar en qué le estaba pasando a las mujeres de esos 33 hombres. De joven, cuando estudiaba historia, los secretos de la mina me intrigaron; en esa época nos llevaron en bus a Chuquicamata y cuando llegamos, a las mujeres nos bajaron porque no podíamos entrar a una mina. Hoy hay pirquineras y mujeres manejando camiones, pero la prueba de que es un mundo de hombres es que en los 33 atrapados no había ni una mujer.
“Me pregunté por la familia de cada uno, por las mujeres y su rol en el rescate y por eso me vine. Quería saber quien estaba detrás de esa lista, de un Mario Sepúlveda, de un Jonni Barrios, quien era la mamá de Jimmy Sánchez y su polola”.
-¿Qué significó para ti estar involucrada con ellas?
“La impresión de entrar fue grande, de ver ese socavón profundo y las 33 banderas a un costado. Nunca me voy a olvidar lo que me dijo un minero: ‘imagínese que están 7 cuadras largas, pero para abajo’. Fueron tantas emociones encontradas, y después escuchar sus historia y ver que algunas eran terribles”.
-¿Crees que los medios de comunicación no le dieron la suficiente relevancia a lo que se vivió en la superficie?
“Creo que a las mujeres no se les dio el espacio para expresarse y te lo digo no sólo por las mujeres de los mineros, sino que por otras. Me sorprendió que un país como Chile, que ya tuvo una mujer en la Presidencia, tuviera una intendenta como Ximena Mattas a la que nunca le dieron el micrófono. Yo iba a escuchar las conferencias de prensa y ella quedaba atrás”.
-¿Los medios contaminaron el ambiente?
“Creo que llegó un momento en que eso se convirtió en un circo y el acoso de la prensa sobre estas mujeres y familiares fue espantoso. Vi como las tironeaban en momentos que llevaban una carta a la paloma, para que le dieran antes una entrevista. Algunas cosas me sorprendieron por poco humanas, y no sólo los periodistas nacionales, sino extranjeros que perseguían a los niños. Se terminó ese sentido de solidaridad que había al comienzo de ‘un ayúdeme a contar su historia’ que después de transformó en ‘un cómo le puedo sacar provecho a su historia’”.
-¿La voz de las mujeres de los mineros no fue escuchada?
“No, creo que Chile no tenía interés y todavía no lo tiene. Gracias a las mujeres se hicieron muchas cosas; ellas llegaron antes que las autoridades a la mina, la compañía las trató como animales, lucharon por que las labores se realizaran. El Gobierno les dijo que había un 10% de probabilidades de encontrarlos y ellas lo convirtieron en un 100%. Hay detalles que la gente necesita conocer y es lo que traté de contar en el libro”.
-La primera historia de tu libro es la de Marta, la esposa legal de Jonni Barrios, que tenía otra pareja. ¿Trataste de reivindicarla?
“Exactamente. Me sentí muy cerca a Marta. Yo buscaba aprender y entender lo que pasaba y descubrí en Marta a la típica mujer de minero, aporreada por la vida y engañada por un hombre desde el primer día, pero aún así llegó a la mina antes que cualquier autoridad. Jonni volvía con ella cuando quería y dentro de la mina le mandaba cartas donde le daba gracias por estar con él. Ella se creyó todo de nuevo y pensó que podría recomenzar, hasta que se dio cuenta de que le mandaba cartas similares a Susana (la pareja).
“Cuando se entera de que ella y Susana lo iban a esperar a la salida de la cápsula, ella le mandó decir que no iría y que tenía que elegir entre ambas. Él le escribió una carta que partía con un ‘así son las cosas’. La vi tan quebrada... ahora cuando hablo con ella me dice que aprendió a quererse y respetarse y que nunca más Jonni la va a tratar como antes.”
Emma tiene en su poder todas las cartas que Jonni Barrios le mandó a Marta y espera que algún día puedan ser parte de algún museo sobre los mineros.
-¿Crees que los chilenos se quedaron con una imagen muy superficial de esa tragedia?
“Creo que los deshumanizaron y los trataron rápidamente sólo como héroes y nos olvidamos de que más que héroes son víctimas. Las vidas de estos hombres no van a ser nunca más lo que fueron antes; las vidas de estas familias van a ser diferentes. No sólo tienen problemas físicos por haber tomado agua contaminada o comido una cucharada de atún cada 48 horas y problemas mentales que son normales por haber vivido con la muerte.
“Mario Sepúlveda todavía no se puede sacar los lentes por el dolor que le provoca la luz en los ojos; hay algunos que no pueden dormir; otros que volvieron al alcohol para poder superar esta ansiedad y depresión. Incluso tienen inseguridad por quedar cesantes. Los levantaron, los pusieron en el pedestal de héroes y hoy, cuando vemos que son solamente humanos, que tienen problemas con el alcohol, les están tirando tierra con comentarios como que son unos borrachos y otras cosas.”
Emma termina con una reflexión: “vamos a mirar las causas de por qué pasó esta tragedia, o vamos a dar vuelta la página y dejarlos en el olvido”.