“El grave problema y, a la vez, cualidad del peluquero es que el ego es incontrolable”. Sentado en su oficina de uno de sus tres salones, el de Presidente Riesco, Hugo Guerra -estilista de mujeres como Pamela Díaz, Paulina Nin, Karen Doggenweiler y varias más- conversa acerca de sus primeros días de carrera como peluquero, de sus comienzos en Puente Alto, con un pequeño salón que contaba con dos puf, dos espejos y un sillón –de eso, hace 30 años-, y sobre la rivalidad que el exacerbado amor propio causa en una peluquería. A lo lejos, no paran de sonar los secadores y las conversaciones de más de un drama que las clientas y clientes cuentan mientras los peinan.
Allá, afuera del despacho, está Fernando Avendaño, su pareja por más de dos décadas, profesor de educación básica “ti-tu-la-do” -como le gusta remarcar- y peluquero, experto en color. Es el más extrovertido de los dos. Por eso, cuando ingrese a la oficina, la conversación dará un vuelco por completo, y no dudará en dar su opinión sobre algunas famosas que peinan en el salón “Hugo Guerra” o de las preferencias capilares de la chilena común. Fue él mismo quien nos recibió en la peluquería y aprovechó de adelantarnos algo del currículum de él y Hugo.
"Officiel” y “Chevalier” de Intercoiffure Mondial, organismo que reúne a los mejores estilistas del mundo, fueron los títulos que recibieron hace poco en París. La orden no fue sólo entregada por su trabajo estético, sino que también por la labor social que realizan en las cárceles de Chile con enfermos de VIH y enseñando peluquería a las mujeres presas. “Esto no es sólo farándula”, advertía Fernando, antes de admitir que el día antes que Luli (Nicole Moreno) partiera a hacer su carrera mediática a Argentina, fue él y Hugo quienes salvaron su cabellera arruinada por la tintura y bastante más corta que la que hoy luce en Viña del Mar, como candidata a reina.
-Siempre te has preocupado de dejar impecables a mujeres ícono o muy conocidas, casi como una manera inconsciente de hacer marketing.
“El marketing nacía solo. De hecho, hasta hoy atiendo a la alcaldesa de Puente Alto, Delia Núñez, que antes era un personaje que a la gente le llegaba a dar susto. Venía en esos tiempos hasta con guardaespaldas. Pero siempre se acuerda de mis equivocaciones del pasado. Ella siempre me pedía un enjuague rosado, porque era rubia y le gustaba tener un dejo de ese color. Pero un día no tuve el producto y se me ocurrió hacer un tinte con algo de rojo. Y dentro de mi ignorancia de la época, me quedó media punky”.
-(Entra Fernando) Él me contaba que la otra vez vino Luli...
Hugo: “Ah, también. Es que a la Luli la conocemos desde siempre, del tiempo de Puente Alto. Es como amiga nuestra y la retamos.
Fernando: “No es muy viva, pero igual mantiene al papá a la mamá y al hijo”.
H: “Sí, es admirable, porque ha crecido sin tener ninguna preparación. Se hizo la carrera sola”.
-Y en Argentina se hizo famosa ahora. Quién la viera y quien la ve...
F: “Yo creo que se va a hacer actriz por todas las intervenciones que hace en la tele. Pero ella es así, tonta”.
H: ¡Es inocente!
F: Pero tú ves a todas esas yeguas guerrilleras y de repente aparece Luli, así como es. Por eso se mete en leseras, porque todos le dicen cosas y ella les hace caso a todo”.
-Viajan a mil partes del mundo mirando los estilos en el cabello. Viendo esos ejemplos, ¿consideran cierto eso de que las chilenas son más fomes?
H: “La otra vez veíamos en la televisión el caso de Francisca Merino. Ella es súper bonita, pero curiosamente cuando estuvo en España estudiando actuación, llegó con el cabello cortado hasta el mentón y rubio platino. En cambio ahora, sí tiene una cabellera linda, pero volvió al cuarto medio. Siendo actriz podría atreverse a otras cosas”.
F: “Mientras más viejas, se quieren hacer las cabras chicas. Hay que ir evolucionando, mantener una imagen acorde a la edad, pero en una evolución. No puedo tener 20 años y tener el mismo pelo que cuando iba en 4° medio”.
H: Creo que está bien el pelo largo, pero en casos como el de Pamela Díaz. Ella hace las veces de show woman y su cabellera es muy importante. Pero en el caso de Francisca, ¿cuál es la idea de tenerlo así?”.
-¿Es ese el karma de las mujeres que se peinan con ustedes, al menos las famosas?
F: Sí, no tranzan. Karen Doggenweiler, Diana Bolocco, Julita Vial, Maca Ramis... Son contadas las que se atreven a cortárselo, como la Francisca García-Huidobro, que se ve estupenda”.
-¿No se aburren de siempre lo mismo?
F: “Es que una clienta contenta trae dos clientas, pero una enojada te corre diez. Es un arma de doble filo”.
H: A mí no me molesta que sean pelo largo, pero sí que hagan una imagen perpetua con eso (Hugo se retira para atender a una clienta)”.
F: “Igual que el molde del pelo largo y la chasquilla de las páginas sociales, con las niñitas de 16 años con el pelo bien largo. Por eso llega la argentina de la misma edad a Reñaca con sus visos y su corte y de pelo y se las come, van un paso adelante.
“Por ejemplo, hace muchos años en Argentina hacían un chiste de las chilenas. ‘¡Ahí vienen las chilenas!’, decían cuando llegaba un avión desde Chile y todas las mujeres se bajaban con abrigo negro, melena, unos visos y la chasquilla”.
Fernando sigue hablando de los look y sobre postulados de la moda capilar actual. Al contrario de otros estilistas, él no tiene problemas en enrubiar a cuanta clienta se lo pida, siempre y cuando la salud de su pelo lo permita y no queme su cabello al decolorarlo. Recuerda también su trabajo con Pamela Díaz, quien nunca ha dejado de ser morena, pero a quien le han destacado sus facciones y lindo cabello. “La belleza es el equilibrio entre moda y salud”, dice el profesor, antes de aconsejar que “mientras más años, el pelo debe estar más clarito, porque así se va endulzando el rostro”.
-Hay muchos estilistas aquí que prefieren resaltar la belleza y colores naturales de la chilena, que en general, no es rubia.
“Es que no tiene para qué ser rubia, pueden usar un miel. Además, un solo color no brilla; tiene que haber dos o tres tonos. Nuestra idea no es sólo que sean rubias, sino que la mujer se pueda parar aquí, en Nueva York o París y que se vea internacional, a la moda, actual”.
-Y, en cuanto a color, te deben pedir mucho los tonos claros.
”Es que el rubio vende. Además, todas las mujeres dicen que cuando niñas eran rubias, es como un chiste. Y yo les pregunto ‘¿tus antepasados llegaron en barco?’ y les encanta decirme que sí. Nadie reconoce que tenemos pigmentos rojos, como los mapuches y mongoles. Por eso en Chile somos especialistas en matar ese color en el cabello, en matar el pigmento indígena que tenemos en nuestros genes”.
Lo que mata a un peluquero
“Mi ego está conmigo mismo. Lo trato de plasmar con cosas como el salón. Me gusta que todos mis peluqueros sean educados, que sepan que el trabajo es lo que los hará fuertes a futuro (...) Que la gente se sienta en una segunda casa o como en su pequeño palacio. Mi negocio es como mi vida, mi alma, todo. Ya que uno no tiene hijos, uno se llena de toda esta cosa energética que es la peluquería”, comentaba Hugo antes de salir de su oficina.
Se acordaba de sus comienzos en Puente Alto y de mucho antes, cuando veía a su mamá peluquera haciendo “la magia” -como él consideraba transformar una mujer de pelo liso en toda una crespa- y de cuando decidió partir a Argentina, con apenas 17 años, para aprender más del oficio que sería su alma.
Luego vendría el primer salón, que al tiempo recibió a Fernando, el profesor “ti-tu-la-do” –de padre militar que le exigió una carrera universitaria antes de hacer lo que quisiera- que comenzaba a hacer su práctica de peluquería con quien consideraba un artista. Para Hugo, su nuevo colega era el visionario del negocio, quien vio cómo aminorar gastos y acrecentar ingresos. Juntos, están donde están hoy: famosos en el rubro, con clientes fieles y los dos felices. Pero no siempre fue así.
Fernando recuerda: “Con Hugo no fue fácil. Tuvimos mucho desprecio de la sociedad por el tema de la sexualidad. Mis hermanos, antes decían que yo vendía perros y hacía clases. Ahora, después de 30 años, me he ganado el respeto y dicen que soy peluquero. Cuando tuvimos la primera casa a nombre de los dos, hace 25 años, el banco no entendía porqué dos hombres querían comprarla. Nos pidieron el examen del Sida y nos mandaron a un laboratorio especial para que nos dieran el certificado para el seguro. Después, cuando nos dijeron que nos habían aprobado el préstamo, les dije: ¡Ah, así que no tenemos sida! (ríe). Pero Antes, cuando arrendábamos era otro el problema; nos gritaban ‘¡maricones, maricones!’. Y yo pensaba ‘sí, pero del poto y no de la cabeza’, como dijo un abogado una vez. Por eso hacemos tantas cosas sociales; se compensa la vida”.
Afuera de la oficina, Hugo está peinando a una clienta que sonríe cuando ve que se acercan con una grabadora a conversar con su peluquero.
- Hugo, ¿cuál es tu vicio privado?
“Me gustan las chaquetas. Puedo andar con zapatillas, hawaianas, pero son mis chaquetas las que siempre me distinguen. En cualquier parte que vaya del mundo compro chaquetas. Son mi fetiche”.
-¿Y el tuyo, Fernando?
“Tengo muchos. Uno son los perros, me encantan. Tenía crianza de perros de exposición en mi casa, pero llegó un momento en que ya no pude más, así que me quedé con mis perritos viejos. También me gustan los bonsai, porque son el arte de la paciencia. Me deleito mirándolos”.
- Hugo decía que el ego es natural en un peluquero. ¿No te molesta que tu nombre no aparezca en la marca de los salones?
“No, porque yo fui el de la idea que se llamaran ‘Hugo Guerra’. Si ponemos ‘Hugo y Fernando’ tendría muchas interpretaciones. Además, me gusta que sea un apellido sustantivo: ‘Guerra’. En las entrevistas siempre aparece él, porque así potenciamos la marca y si nos ponemos a pelear por protagonismo, el ego nos va a matar. Porque eso mata a los peluqueros”.