“La moda es una estafa”, dice el diseñador Atilio Andreoli. Sentado en su
tienda en el barrio El Golf, enseña carísimas telas de cashmir que él mismo en persona fue a buscar a Italia para vestir a sus clientes, entre ellos Ricardo Lagos y Marco Enríquez-Ominami. Es que vestir con calidad es un lujo al que pocos pueden acceder -un traje puede costar fácilmente 700 mil pesos-, pero existe la garantía de que esas prendas no serán un producto de una temporada. De lo contrario, sería terrible para él.
Es uno de los miembros de la Asociación de Marcas de Lujo y lleva casi 31 años vistiendo a lo que califica como los hombres más guapos de la sociedad chilena.
Influenciado por sus padres y por el estilo italiano de su abuelo Atilio -al que acompañaba de chico a las tiendas de telas y de modistos para mandarse a hacer abrigos y trajes-, desde pequeño prefirió él mismo idear su vestuario, evitando así modas pasajeras que a veces no se ajustaban a lo que creía que era el buen gusto. Los pantalones pata elefante, por ejemplo, no existieron en su clóset.
Tras un viaje a Italia, donde continúa viajando cada año, y ver la variedad de materiales que existían allá, Atilio se dio cuenta que lo suyo iba por el lado estético textil y no por derecho, historia o filosofía, las carreras que probó antes. Desde entonces, su pasión inicial por embellecer a la gente permanece intacta y aún se preocupa que tanto para él como para su cliente, elaborar y adquirir una nueva prenda sea no un trámite, sino que toda una experiencia. “Es conocer los materiales y soñar. De eso se trata, de hacer que las personas nos veamos mejor, descubrirnos”, cuenta.
-¿Qué tan difícil es que nos veamos mejor en Chile, tomando en cuenta que tal vez no tengamos la percha de los italianos y que existan altas cifras de sobrepeso?
“Es una lucha constante y permanente. Ahora, entre los lujos que a mí se me regala es que cerca del 80% de los clientes Andreoli son las personas más guapas de la sociedad chilena. Son hombres de entre los 30 y 60 años, que ya tienen una posición consolidada. La inmensa mayoría responde a una misma sensibilidad con la alimentación, el cuerpo, la música que escuchan... Lo pasan bien”.
-Ha comentado antes que no conoce a ningún político de derecha que se vista bien. ¿Sigue pensando lo mismo?
“Personas de derecha, amigos o empresarios, que se vistan bien, los hay. En cuanto a los políticos, tengo mucha simpatía por la facha y la actitud de nuestro nuevo ministro de Transporte, que también se viste en Atilio Andreoli, Pedro Pablo Errázuriz. Lamentablemente hay muchos señores de la política que no tienen mala facha, pero se estropean. No le dan la importancia que realmente tiene”.
-¿Cuál es esa importancia?
“Hemos visto que cuando vino el señor Obama o cuando va el Presidente Piñera a Europa, todos los medios colocan en primera plana ‘la reina Sofía, vestida de impecable rojo’ o incluso, el diario pone ‘la Primera Dama de Chile, vestida por tal persona’, etcétera. Vestir bien es una obligación, ya no es una cuestión de elección personal para los políticos. Es como si viéramos al Papa vestido mal. Pierde credibilidad. Pero aquí nos encontramos con personas que no tienen mala facha, que son parlamentarios, ministros o jefes de servicios importantes, y la verdad es que hay un descuido enorme en su imagen, partiendo por el pelo. El ministro Golborne se vería harto mejor si se cortara esa ridiculez de pelo. Qué parece, es un chiste. No sé si será algo que pasa a los 50 años, que creen que se van a ver más jóvenes así. Pero uno tiene que crecer con todo”.
-¿Qué le parece el Presidente Piñera?
“Mal. El Presidente se podría ver indudablemente mejor. Hay un serio problema con su vestuario, con lo grande, con la geometría. Entendiendo que está lleno de historias (hace los tics característicos del Mandatario), pero eso se puede ayudar con la vestimenta. La Primera Dama, Cecilia, tiene aciertos, pero también muchos desaciertos”.
-¿Le gustó la fiesta para Obama en La Moneda?
“Me pareció, como tantas otras cosas que se hacen en este país, innecesaria. El Palacio de La Moneda no hay que taparlo, al contrario. No se deben encarpar los patios, como si fuera un matrimonio, salvo que estemos en julio y pueda llover. Además, esto de que estuvieran todos apiñados como si estuvieran en el metro, con un escenario donde tocaban músicos, no me parece. Lo bonito de La Moneda es que es sin pretensiones. Es una casa de gobierno, no un palacio de Italia o España”.
-Otro evento, cuestionado por su elegancia es la gala del Festival de Viña. ¿Cree que podría ser un referente de la elegancia nacional?
“Es la antítesis, exactamente lo contrario. Encuentro divertido que la ignorancia haga pensar que eso es elegante. Se realizan programas previos, en medio y posteriores como en E! Entertainment para intentar ser. Pero eso está lejos de ser una gala, primero, por el lugar en que la hacen y segundo, porque todo me parece feo, la caminada, la subida de la escala, la tele acá y allá, la gente gritando. Creo que debería ser un poquito más rígida la invitación. Indicar cómo se deben vestir las personas. (Suspira) Pero no hay respeto a lo que quiere ser. Y eso lo podemos llevar a muchas otras actividades sociales chilenas. Por ejemplo, los funerales. Desde hace ya un montón de años son como ir al mall. Las personas van de jeans, polera de colores... No existe la solemnidad que tiene que haber, así como en el matrimonio, donde la gente de todos los niveles económicos se esmeran, o tratan, de que sea una fiesta para recordar, salir bien en la fotografía... Así, el funeral, tradicionalmente en todos los lugares del mundo, es un acto de confianza en la otra vida -mirado desde el punto de vista de los creyentes-, es el último respeto”.
-Tal vez la gente no se preocupa tanto porque no se toman fotos en los funerales...
“Pero los funerales deberían fotografiarse. Los de mi familia están fotografiados, el de mi abuelo, de mi abuela, del amor de mi vida (Pedro Webar)... Si usted ve imágenes de los años 40, 50 y 60, los funerales importantes -los importantes para uno, no es que la persona tenga que ser el Presidente- son fotografiados, y aparecen todos y cada uno de los caballeros con sombrero. Era otra historia, pero indica que Chile sí tuvo una mejor estética, modesta, entre comillas. Era parte de nuestro patrimonio”.
-¿Y no es un poco triste tener las fotos del funeral de un ser querido?
“No, son lindas fotos. ¿Aquí no hay ninguna foto del funeral de mi abuelo Atilio? Parece que no, pero son maravillosas”.
-Va a cumplir 30 años en su negocio. ¿Cómo lo hace para no perder la pasión por esto?
“A veces se cansa uno. Pero es mi compromiso. Yo no hago moda, hago vestuario. Por su calidad, debe tener largos tiempos de duración. No debe pasar de moda, eso sería terrible, como una estafa. La moda es una estafa, una gran estafa. Porque no es que cambien las cosas, sino que te dicen que las cambiaron. Te hacen creer a través de la televisión, de las imágenes que están en París, que los pantalones deben ser así y asá, que los tacos se llevan más altos o más bajos... Pero no hay una real preocupación por que las personas se vean más bellas, mejores, para que tengan su piel cubierta con una cosa tan noble como ella. Eso es lo que yo hago, y la pasión por eso todavía está. Me gustaría que hubiera la misma decisión que tiene la gente por comprarse el auto más grande, para preocuparse del propio cuerpo, del de sus hijos y del vestuario; que la clase dirigente honrara pertenecer a la clase dirigente y no ser flaite. Todavía me da fuerza el querer ver una sociedad más bella”.
-¿Cuál es su vicio privado?
“La fotografía. Me gusta tomar fotos de animales, plantas, atardeceres, de la luna. Me gusta la fotografía social, pero no de las páginas sociales, sino de denuncia, que muestre la pobreza”.