Pablo Sanhueza, El Mercurio.
“Son gajes del oficio”, repite Fernando Farías al despedirse. Sabe que tiene una lucha interna, entre la profunda angustia que le provoca el estado de salud de Ana Eugenia Marnich, la Mimo, su esposa, y el comprender que tiene que seguir con su vida y su trabajo.
Ya son 46 años de matrimonio que lo unen con ella, más tres hijas y dos nietas, sin contar los siete años de pololeo en Concepción, que casi terminan en un doloroso quiebre que el actual Rey Guachaca recuerda como el real sentimiento de “morir de amor”.
“La conocí en Concepción, en un baile donde fueron muchos actores invitados. Bailamos. Ella era rubia, diez años menor, de unos ojos preciosos, unos labios, unos dientes, era como una diosa. Entonces, empezamos a pololear. Y siempre decía yo: ‘Va a llegar un momento en que voy a tener que casarme’, porque me estaba enamorando mucho. Y yo pensaba que no servía para casado porque era tarambana. Me gustaba la fiesta, no quería caer en la tontería del amor. Así que, generalmente, terminaba los pololeos cuando veía que podía pasar a algo más serio. Y llegó el momento con ella. Iba a cumplir 35 años”, cuenta Farías, entre varias interrupciones de la gente que se acerca a saludarlo y felicitarlo por su reciente triunfo en las elecciones Guachacas.
Con su discurso de ser un tiro al aire, dio por finalizada su relación con la Mimo, quien no dudó en irse de la ciudad penquista para instalarse en Santiago. “Yo sentí una tranquilidad tan grande, porque sentía que la hacía perder el tiempo conmigo. Salí de fiesta, pero pasó una semana y la empecé a echar de menos. ¡Ya no estaba! Prácticamente no dormía. Llegó un momento en que sentí que me iba a morir porque no la iba a ver más. No podía respirar, me puse fome. Salía con los amigos pero no miraba a otras mujeres. No tenía ganas ni de bailar. Solo era ella, ella, ella, ella...”.
Así que la llamó. Se consiguió su teléfono y pensó en todas las posibilidades que podrían darse al otro lado del teléfono; que no le contestaran, que ella no estuviera, y, lo peor, que le dijera que ya era demasiado tarde. Todas las opciones le daban miedo. Pero una vez que se pudo comunicar con la Mimo, jugó todas las cartas que pudo. “Le dije todo lo que sentía y ella, silencio. Le dije que ahora era capaz de hacer cualquier cosa por ella, miles de cosas, pero no me dijo que volvía, no me contestó nada. Así que la seguí llamando para ver qué me decía. Hasta que un día me dijo: ‘Vuelvo a Concepción’. Para mí fue la felicidad más grande”. Se casaron en 1964.
“Lo que nos une hoy son tantas cosas. Las hijas (Laura, Claudia y Valeria), los recuerdos... Lo pasamos bien. En este momento, ella está medio enferma del corazón, porque le dio un ataque y le hicieron una angioplastía y todas esas cuestiones”.
-¿Pero está bien ahora?
“Ahora sí, pero siempre con el peligro del corazón. El día que le dio el ataque hice las cosas más increíbles del mundo, porque le dio un domingo a las 7 de la mañana. En la noche había empezado y no dijo nada, hasta que le vino fuerte. Así que llamé a la Coronaria y no llegaba. Al final, salí a la calle y paré cualquier auto. Me atropellaban o paraban. El fulano me retó, pero la llevamos al Hospital del Profesor, una porquería, malo. La saqué inmediatamente y la llevé a la Católica. Ahí la estabilizaron, se salvó. Los doctores jóvenes se portaron muy bien y la trasladaron al Sótero del Río”.
-¿Nos puede contar cómo la conquistó a ella, si usted era un tarambana?
“Ah, yo creo que porque era muy alegre, buen conversador y tenía mi pinta. Me vestía bien, la trataba bien, salíamos. Así la fui de a poco conquistando. Además, yo soy un hombre de mucha suerte. Todo lo que es teatro, vida, familia, amigos, todo es por suerte. La gente me ha querido y yo he querido a la gente. Y tuve la suerte de haberla tenido a ella, de haberla conocido, de haberme casado y tener las hijas que tuve. (Canta) ‘El que nace desgraciado, desde la cuna comienza, desde la cuna comienza hasta morir martirizado’. Hay mucha gente que sufre toda la vida injustamente”.
-¿Y qué tenía ella que lo terminó convenciendo de que era la mujer con quien debía casarse?
“Entró lo físico. Ella era preciosa, maravillosa. Lo otro, el carácter, irradiaba paz. No era nada de mal genio, y, por lo general, todas las pololas que tenía yo eran mal genio. Ella no, me daba tranquilidad. Era buena consejera, la gente la quería mucho también. No era consciente de la belleza. No como las actrices con las que a veces hablo, que tienen bonitos ojos o lindos dientes y siempre lo resaltan. Ella era ajena a eso, ni se pintaba. Le gustaban las cosas simples de la vida y yo agarré por ese lado. Era el amor. Esas cosas me enamoraron a mí. Entonces el que se haya enfermado te afecta. Te enfermas tú (hace una pausa y saca un pañuelo de su bolsillo, para secarse las lágrimas).
-¿Cómo la cuida?
“Pucha, dándole todo el tiempo del mundo. Prácticamente no hago teleseries. Dejé de hacer teatro, varias cosas porque no podía. Tenía que estar al lado de ella, no confiaba en nadie. Contraté a una enfermera universitaria, pero un día llegué y se le había hinchado un dedo gordo del pie. Me extrañé y le pregunté a la enfermera, y me dijo: ‘No, debe haber sido un bichito que la picó’. Yo la llevé inmediatamente al hospital y ahí me dijo el médico que había hecho muy bien en llevarla, porque la irrigación a su pierna es casi nula. La tuvieron una semana y le pusieron un bypass. ¡Por eso tenía hinchado! Pero la enfermera no sabía. Entonces, tenía que estar yo ahí. Y por cualquier cosa tengo una cadena de amigos con auto, porque no confío en la (Coronaria) Móvil tampoco, porque se demoran. Llamas y te dicen: ‘Tómese un poquito de agua con azúcar. Nosotros ya vamos’”.
-¿Qué tipo de detalles tiene con ella, le ha pedido perdón?
“Muchas veces. En primer lugar, se trata de no herirla con tonteras, no andar con una mujer, con otra. Y como uno es actor... Lo que pasa es que la gente joven se acerca y te habla de teatro. Entonces, hay cierto celo de repente. Pero yo le explico, y cuando las muchachas van a la casa, yo les digo que vayan con un hermano o con la mamá. Porque si van a la casa y las vecinas ven entrar a la muchacha joven...”.
-Se presta para el pelambre.
“Claro. Por eso hablo con ella y le explico todo”.
-¿Cuál es la salida perfecta con su señora?
“Es salir sin plan. ¿Salgamos? Salgamos. Y si de repente te dan ganas de entrar al cine, entrar al cine. ¿Pastelitos? Entrar a los pasteles. Si quiere bailar, ir a bailar, pero hacer lo que a uno le nace hacer para después recordar eso como algo grato. Nos gusta caminar, la playa, el atardecer”.
-¿A los 46 años de casados, quedan temas de conversación?
“Siempre hay temas de conversación. Ella, por ejemplo, iba a hablar con los viejitos del Hogar de Ancianos Postrados del Hogar de Cristo, donde los tienen en cama y no hablan nada. Ahí están, esperando la muerte. Ella iba con otra compañera a conversar con los viejos: ‘¿Cómo está abuelito?’. ‘¡Qué te importa a voh, mierda!’, le decían. Pero de a poco se fueron soltando. Ella gozaba haciéndolo y teníamos tema de eso. Yo le contaba del teatro, hablábamos de la familia; tenemos una familia grande y bonita. Además, cuando ella no me conversa y no me pesca, yo me converso solo. ‘Oye, ¿sabes? Me encontré con Ariel Maturana. ¿Ah, sí? ¿Qué te dijo? Nada, me estuvo hablando de la señora...’. Y ella se larga a reír”.
-¿Y usted es de detalles, de regalar flores?
“A mí me gustan mucho las plantas y a ella también. Le gustan los detalles, los olores, las sorpresas. Por ejemplo, estamos listos para salir y yo me pongo bluyines, como los usan los jóvenes, que se cae el poto. Ahora, el miedo que tengo y la angustia... Chuta, me voy a poner a llorar de nuevo (llora). ¿Qué voy a hacer? Me cuesta trabajar. Ahora me llamaron del (Canal) 13 para hacer una teleserie y del Mega, pero es que no estar con ella me duele”.
-¿Qué va a pasar con su trabajo?
“Ella me dice ‘Fernando, anda. Yo estoy bien. Si me tengo que morir, me tengo que morir igual como te vas a morir tú. Tú también eres enfermo del corazón -yo soy hipertenso. En cualquier momento, ¡chú!-. Así que anda tranquilo, si pasa algo yo te llamo’. Entonces, hago trabajos esporádicos, pero siempre pudiendo volver lo antes posible a la casa o avisando que si pasa algo, yo voy a salir. Si estoy en una función de teatro, que es algo sagrado, y me avisan que le pasó algo a la Mimo, yo me voy del teatro, me importa un comino el público. Por eso tuve que dejar de hacer una obra, estaba intranquilo. Ella me dice que lea la Biblia y que me voy a dar cuenta que me tengo que morir algún día y ella también, que la vida es así”.
-¿Le va a hacer caso a ella y va a ir a trabajar?
“Yo creo que sí. Ella está bien, pero yo vivo preocupado. Lo que pasa es que el actor es más sensible que el resto de la gente. Tiene las cosas más a flor de piel. Entonces, me paso muchas películas y eso me angustia, me aflige. Bueno, la Biblia me ha ayudado. Dice muchas cosas sabias. Yo soy católico por tradición, pero ahora por convicción”.
-¿Y qué ha aprendido?
“Que después de esta vida hay otra, que va a haber justicia. Ahora, la cosa es tener fe, creer en todo eso. Y yo estoy creyendo. Basta mirar al lado, ver los árboles, los seres humanos, la perfección. ¿Quién hizo todo esto? Pero sin la Mimo, ¿qué es lo que voy a hacer? Me figuro llegando a la casa... ‘¿Aló, Mimo?’, y que no me contesten. Conversar: ‘Oye, fíjate que...’, y darme cuesta que ella no está. Ahora, si me muero yo antes, lo que pasaría es lo siguiente: cuando muere el hombre, la mujer florece. Como que lo empieza a pasar bien, rejuvenece. Mientras que uno no, para uno es la casa, el golpear y que respondan, que te digan ‘levanta los pies de ahí’, ‘no pises esto’, ‘¿regaste eso?’, cosas chicas que hacemos juntos. Me gusta cuando me reta. Eso quiere decir que está muy bien. Pero ay, señor. Todo se termina, desgraciadamente. Una de las muertes difíciles es la de la mamá. Hay una cosa que falta ahí siempre. Y la señora... Eso es lo que me aflige. Pero hay que ir poco a poco. Son gajes del oficio”.
-No le quitamos más tiempo para que esté con la Mimo. Solo díganos cuál es su vicio privado.
“Comer. Me gusta ir a las picadas y comer. Soy glotón, pero no se nota, felizmente. Me levanto en las noches a comer cazuela, charquicán, tallarines. Al desayuno, todos comen galletas, pero yo como ensalada de tomate con un bistec, cuestiones así”.