¿Cuántas veces te has postergado por una amiga o tu marido? ¿Cuántas veces has callado tu pena y has prestado el hombro para que otro llore sobre él?
Bueno, ese parece ser el centro del problema de las mujeres que sufren sobrepeso y no logran mantener un físico acorde a su edad.
Así, por lo menos lo plantea la terapeuta Karen R. Koening, quien asegura que las mujeres complacientes, consideradas y amables, generalmente, presentan problemas con la pesa.
En su libro “Las mujeres buenas terminan gordas”, de editorial Océano, sostiene que para este tipo de mujeres, que viven colocándose en segundo o tercer lugar, después de las necesidades de los otros, su mejor amiga vive dentro del refigerador y a ella recurren cuando ya no pueden más.
En vez de llamar a una amiga y contarles sus problemas, dice, “elegimos comestibles por encima de casi todo que tenga el potencial de hacernos sentir mejor, porque son accesibles”.
“Otro motivo por el que nos dirigimos al refigerador cuando el teléfono está más cerca es que la comida nunca está demasiado ocupada para engullirla”, añade.
Como una suerte de terapia para aquellas que se postergan permanentemente, Karen Koening afirma que a menudo las mujeres ‘buenas’ lo que anhelan es el amor de los otros, pero que lo primero que se llevan a la boca es un pedazo de comida y esto tiene una explicación probable en la educación recibida en la infancia, donde los buenos actos eran así recompensados.
Y agrega que esa comida elegida es generalmente algo muy calórico porque está probado que las propiedades químicas de ciertos comestibles modifican en realidad la química del cuerpo. Es obvio que se preferirá un pedazo de chocolate por sobre un brocoli cocido.
“Hay sustancias cerebrales y hormonales que afectan nuestro deseo de comer y, de hecho, rigen nuestros antojos de carbohidratos. Una de estas sustancias es la cortisona, una hormona que nuestro cerebro produce como anestesia al dolor. En respuesta a la tensión y el estrés, nuestras glándulas suprarrenales producen de manera automática cortisona en exceso, la cual, a su vez, estimula una sustancia química del cerebro llamada neuropéptido. Y éste es el pequeño camarada que está a cargo del interruptor que activa y desactiva los antojos de carbohidratos”, explica.
Y agrega que los carbohidratos desencadenan una reacción química que aumenta la producción de serotonina, un neurotransmisor al que por lo general, se le considera una relajante emocional. La tensión y el estrés agotan o disminuyen los niveles de serotonina y uno siente antojo de carbohidratos para volver a aumentarlos, esto es, para sentirse mejor.
Karen Koening entrega sólo cuatro recomendaciones para controlar el tema de la comida: come cuando tengas hambre, elige opciones de comida que te satisfagan, como conscientemente y disfruta de la comida, y deja de comer cuando te sientas llena o satisfecha.
El resto de su libro es una intensa terapia para convertir a las mujeres buenas en mujeres normales que pueden decir no a las peticiones y demandas de los otros.
Al respecto, plantea el hecho de que estas mujeres buenas tienen que hacer una profunda revisión de sus conductas porque probablemente sean el tipo de personas que se sienten más cómodas proporcionando cuidados que esperando que se los den, lo que habla de una postergación permanente.
También apunta al hecho de que estas mujeres buenas se sienten incómodas con algún tipo de emociones. “óyeme bien, no eres mala por tener sentimientos negativos. ¡Eres normal! No existen los sentimientos buenos o malos, todas las emociones son naturales y válidas”, dice.
Koening plantea que las mujeres buenas tienen que poner en práctica una serie de habilidades vitales para poder modificar la conducta permanente de ponerse en último lugar y satisfacer las penas y depresiones con comida.
En las reglas que pone sobre la mesa está aprender a establecer y mantener límites, aprender a ser autónoma; tolerar no ser perfecta; y decir sí y no en forma adecuada, entre otros.
Pero quizás la más importante es aprender a ser egoísta, es decir, está bien preocuparse de los demás, de los padres, hijos, esposo, amigos y compañeros, pero eso debe tener un límite y debe permitir que tu persona tenga tiempo y espacio para poder desarrollarse, cuidarse y quererse.