La gente pensaba que era un quebrado. Juan Pablo Bastidas recuerda así la percepción hacia él, en esa época en que era galán de teleseries. Pero lo cierto es que atrás de la arrogancia que transmitía, había miedos y desconfianza.
No le costó entrar a la televisión. De hecho, por 10 años, nunca le faltó trabajo. Eran tiempos en que salían menos actores de las escuelas y él, siendo rubio de ojos azules, parecía tener un plus perfecto para las cámaras. “Bravo”, Fácil de amar”, Estúpido cupido” fueron solo algunas de las teleseries en las que participó, y tan bien le iba, que incluso, una vez, estuvo trabajando para el 13 y el 7 al mismo tiempo.
“¿Para qué quieres un autógrafo mío?”, le decía con una ceja parada a quien se le acercara con un lápiz y una hoja. Ya para “A todo dar”, hasta combos recibió por los pololos celosos que se encontraba en bares y discoteques. Pero ese trabajo sería la despedida de las teleseries.
Hoy, 13 años después de que la televisión -como dice- lo abandonara, y pasara por una crisis de cesantía y depresión, está tranquilo y, sobre todo, feliz. Es profesor, tiene su propia productora de contenidos (
XD Contenidos), y no ha parado de hacer teatro. De hecho, su última obra escrita, “Estúpido”, se estrena esta semana en la
Sala Teatro Aparte.
Allí, junto a Rodrigo Muñoz, Álvaro Pacull y Juan Bennett, darán vida a la que dice, es una verdadera terapia de algo que le sucedió. “Es como los actos psicomágicos de Jodorowsky, en que transformas en una acción algo que está dentro tuyo para que cuaje y se vaya. ‘Estúpido’ es un poco yo, el Juan Pablo estúpido. Es mi estupidez enfrentada y observada”.
-¿Por eso el protagonista de la obra se llama ‘Rubio’?
“No sé, son chistes finalmente. En un inicio, yo quería que la obra se llamara ‘La importancia de ser rubio’. Pero después, con Rodrigo (Bastidas), mi primo -que fue un poco asesor de esta idea en un inicio-, quisimos hacerle un homenaje a mi papá. Mi viejo, con mucho cariño, decía: ‘¡Estúpido!’, con un leve escupo. Era una forma muy bonita de enrostrarme mi estupidez. Con eso decía: ‘Eres un estúpido, pero no por eso no te quiero’, y también era una crítica de decir ‘atina’. Es un chiste de mi familia el ‘estúpido’, y es un signo que representa un montón de cosas para nosotros. Entonces, como lo local es lo global, quisimos instalarlo en esta obra, y curiosamente, antes que se estrene, ya ha ido agarrando el nombre, y la gente más cercana me dice: ‘Ah, estúpido’. Y yo lo recibo con mucho cariño”.
-¿Pero se trata de un hecho que de verdad te ocurrió?
“Sí, lo que pasó fue que un día me despidieron. Pero fue muy divertido, porque lo hicieron halagándome. Me dijeron: ‘Lo haces súper bien, estamos súper contentos contigo... Necesito que dejes tu cargo ahora’. Y yo pensaba: ‘¡Esto es lo más ridículo que me ha pasado en mi vida!’. No podía enojarme, porque me lo decían con tanto amor y buena onda. Y hasta hoy les tengo mucho cariño a esas personas con las que trabajé. Pero eso tuvo una serie de consecuencias que en su minuto fueron muy dolorosas. Lo bueno es que la tragedia, con tiempo, es comedia. Y eso es esta obra, una tragedia mirada con tiempo. Todos tenemos nuestra tragedia. Lo que me pasó a mí no es nada. ¿A quién no lo han despedido a los 40 años?”.
-No deja de ser complicado encontrarse a esa edad cesante.
“Obvio, porque tiene una serie de connotaciones. Dices ‘chuta, me despidieron y tengo 40 años. ¡Qué voy a hacer si estoy recién empezando y estoy en la mitad de mi vida! Ya entré a la etapa de los viejos, que no son tan rentables porque les tienes que pagar más, porque saben más. Por ende, no te contratan tan fácil...’. Entonces, te empiezas a cuestionar si no es mejor bajar la categoría. Está lleno de profesionales de mi edad que no los contratan porque les dicen que están sobrecalificados. Y entonces, empiezan a eliminar cosas de su currículum.
“Tomé un episodio mío que es universal, a todos les ha pasado. A todos los han despedido o los ha dejado su mujer; todos vivimos un abandono. Ese tema es recurrente para mí, es una de mis paranoias. Pero a la vez, tratarla es una forma de sanarla y saber vivir con ella. Cuando uno esquiva las fobias, lo único que hace es acrecentar el miedo a ellas. Así que yo escribo obras, una oda a la fobia, y desaparece. Soy pésimo para los psicólogos. Las terapias me cargan”.
-¿Y qué “proceso psicomágico” tuviste con esta obra?
“No sé si psicomágico, pero una gran conclusión fue el valor de la amistad, y eso se ve siempre en la obra. Uno elige una familia en el entorno de los amigos y, generalmente, son ellos los que te van a salvar, los que saben quién eres, dónde te equivocas, tus lados feos, y te quieren igual. Y los que componemos esta compañía, lo que nos une al final es eso, que somos amigos”.
Juan Pablo describe a “Rubio” como un personaje al que le ha tomado mucho cariño. Tanto así, que está pensando en hacer una segunda y tercera parte de la obra. Es que parece imposible no encariñarse con un hombre que va como ingenuo por la vida, que cree en las personas, que no miente y que por eso, se va dando mil porrazos. “Hacemos este ejercicio porque creemos que es un elemento que está devaluado en la sociedad: el actuar con la verdad”, comenta.
-¿Rubio es una especie en extinción?
“Sí, pero a la vez son procesos personales. Yo siento que voy en mi vida hacia ese camino, de ser cada vez más yo y menos el ‘deber ser’.
“Si todos hiciéramos el ejercicio de ampliar un poquito nuestra conciencia, mirar para el lado o para adentro, nos daríamos cuenta que la realidad es tanto más sencilla e inofensiva. Por los miedos, las personas construimos personajes. Pero si fuéramos capaces de ponernos más desnudos unos frente a otros, nos llevaríamos tanto mejor”.
-¿Tú tuviste tu personaje?
“Sí, obvio. Pero me lo tuve que sacar. Es que yo era muy inseguro y eso me llevó a construir un mono que me ayudara a sobrevivir. Ese otro personaje es uno que nunca supe cómo era, sino que otras personas me lo decían. Era soberbio. Pero esa manera de ser, vista por mí, era de profunda fobia social. Yo le tenía mucho miedo a la gente porque me sentía intimidado, muy observado”.
-Pero, si eres actor...
“Bueno, cacha la ridiculez. Me sentía muy observado y decía ‘¡por qué me dediqué a esto si le tengo tanto miedo a la gente!’. Y el dedicarme a esto sólo generó más miedo, pero lo hice porque, a la vez que le tenía miedo a la gente, necesitaba que me quisieran, como a todos les pasa. Así que me volví popular y me hice famoso”.
-Salías en la tele y te reconocían en la calle.
“Claro, y eso me hizo sentir como ‘ya, me quieren’, aunque era súper mentiroso ese ‘me quieren’. Pero no importaba, estaba la ilusión de que me querían. El problema era que yo no estaba en condiciones de cuajar ese cariño. Así mi reacción hacia la gente era violenta, y entonces decían: ‘Este huevón se cree la raja’. Yo me di cuenta de eso, después de mucho tiempo”.
-¿Eras de los que no pescaban?
“Sí, nada. Bueno, a veces pasaban cosas bien fuertes también. Como estar despidiendo a una polola en el aeropuerto a moco tendido, y que llegara una persona, diciendo: ‘Dale un autógrafo a mi hijo’. ‘Perdón, pero creo que no es el mejor momento’, le dije. ‘Qué te creí, roto...’”.
-¡Te roteó!
“Sí, con esa facilidad que tiene la vieja pa’ rotear. ¡Y eso es lo más roto de todo!
Me pasó una vez que me chocaron por detrás y yo me bajé... ‘¡Oiga, cómo es posible!’. Y me dicen: ‘¡Cállate roto!’ (ríe). Este país es muy divertido, de un arribismo...”.
-Volviendo a tu época de famoso, ¿cómo fue ese proceso?
“¡Uf, fue cuático! Tuve que salirme de ahí, porque hubo un abandono. La tele me abandonó a mí. Yo entré con mucha facilidad, no me costó nada. Pero empecé a quedarme fuera, porque, aunque yo seguía físicamente en el rol de joven, había rostros nuevos que cobraban la mitad y, probablemente, lo hacían mejor, no sé. Y de repente, no tuve pega. Yo nunca había tenido que levantar un teléfono para pedir trabajo. Ese abandono fue súper cruel. Me quedé sin trabajo y con depresión”.
-¿Cómo saliste adelante?
“Fue un proceso de mutación. Ahí nació el tema de hacer clases, y el resultado fue bueno, pero el proceso fue feo. Tuve crisis económicas y estuve endeudado, pero me reinventé y ahora estoy contento de que haya pasado, porque lo académico me reconforta. Sigo actuando, nunca dejé de hacer teatro. Hago comedia, que es el ámbito que me gusta. Trabajo con un grupo bastante amoroso, lo disfruto, viajo, soy dueño de la pyme (Compañía Alta Comedia) con mis socios....”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“Soy ciclista obseso. Colecciono bicicletas. Tengo tres no más, pero quisiera tener veintiocho. No tiene sentido alguno, pero moverme en bicicleta es básico en mi vida. Podría gastarme ochocientas lucas en una bicicleta sin ningún problema. De hecho, tengo vistas algunas. Si no lo hago es porque no tengo tanta plata. Hay otras prioridades, pero fácil me compraría dos más”.