Bajó 40 kilos. Sí, 40 kilos en algunos meses y sin hacer dieta. El estrés y la depresión que la abrumaron tras el terremoto de 2010 fueron muy fuertes, pero no tanto como para derrotarla.
De 42 años, técnica en computación, con su marido y sus cuatro hijas de 19, 8, 6 y 2 años, tenían un tranquilo y buen pasar en Talca, donde ambos ejercían como concesionarios de los servicios higiénicos del Mercado Central de esa ciudad y sus ingresos alcanzaban el millón y medio de pesos.
Sin embargo, el 27-F terminó con el mercado y esos dineros. Marcela Becerra aún recuerda emocionada lo que significó para ella visitar su lugar de trabajo ese sábado en la mañana y darse cuenta que su presente y futuro habían cambiado radicalmente.
La cesantía golpeó fuerte su hogar y los pocos ahorros se acabaron, pero ella resolvió salir adelante y terminó instalando una pequeña cocinería que hoy es el sustento de la familia. Gracias a “La cocina de Marcela” y su ñeque ayer se convirtió en la ganadora del premio “Corazón Emprendedor” que entrega el Fondo Esperanza, ComunidadMujer y Cencosud.
Mientras su esposo se quedó en la casa cambiando los pañales de la más pequeña y cuidando de todas las labores del hogar.
-¿Qué significó para ti levantarte el 27-F y ver lo que había pasado con el mercado?
“Fue algo terrible. Si bien es cierto que en mi casa no sucedió nada, vimos que el mercado estaba todo en el suelo. En un comienzo pensamos ingresar y seguir trabajando, pero la ruina era total y fuimos desalojados. Ahí recién nos dimos cuenta que además de la destrucción física nos enfrentábamos a la destrucción económica.
“Nunca habíamos contemplado quedarnos sin trabajo. Las dos fuentes de ingreso de mi casa se cortaron de un viaje”.
-¿Qué sentiste en ese momento?
“Lloramos y lloramos, la impotencia nos tenía acabados. Ver las caritas de mis hijas y no tener que darles después de una semana fue muy terrible. Para una mamá no poder alimentar a sus hijos es terrible (se emociona)”.
-¿En qué momento resolvieron con tu marido que tú tenías que salir a trabajar?
“Salí al otro día. Salimos juntos a ver la ciudad, las ruinas y nos dimos cuenta que las empresas no iban a dar trabajo; es más empezaron a despedir gente y al final, quedó la cesantía más grande. Él no iba a tener una oportunidad, pero yo sí”.
Las primeras semanas con unos pocos pesos compró calcetines y se fue a venderlos a la feria. Después hizo lo mismo con unos dulces que su hermano le mandó en cajas desde La Ligua. Total, experiencia como vendedora tenía porque lo había ejercido en algún momento en el pasado.
En medio del impacto de la ciudad, y siendo dirigenta de los 120 trabajadores del mercado, organizó una toma en los estacionamientos del lugar y exigieron poder instalarse ahí. En unos pocos metros cuadrados, entonces, abrió una pequeña cocina para dar de comer a sus compañeros y clientes.
“Levantamos, nosotros, con planchas de material ligero los locales. Instalamos el agua y la luz y estamos todos amontonados esperando una solución”, dice.
-¿Y la hay?
“Ninguna. La municipalidad no nos da respuesta. Hay que pensar que Talca necesita un hospital luego, los colegios están en el suelo y hay otras prioridades y la reconstrucción del mercado se está alejando. No hay para cuando”.
-¿De donde salió ese impulso para salir a vender?
“Nació de la necesidad de llevar comida a mi casa. Después del terremoto tenía muy poco dinero que se fue gastando rápidamente y por eso salí a vender, primero calcetines, y después dulces”.
-No eres cocinera profesional, ¿por qué colocar un pequeño local de comida?
“Yo cocinaba para mi familia y tuve que aprender a cocinar para más gente. Fue difícil pero tuve el apoyo de las cocineras que llevaban generaciones en el mercado; ellas me enseñaron como hacer las porciones y otros secretos”.
-¿Ellas no siguieron trabajando en el mercado?
“Siguieron todas, pero sin embargo, no vieron competencia en mí, sino que sólo quisieron ayudarme. Me unieron a su labor, no fueron egoístas, al contrario me acogieron”.
Su pequeño local tiene hoy capacidad para sólo 4 mesas, pero su sueño más próximo es tener 8. Los ingresos son reducidos, pero asegura convencida “voy a lograrlo”. De ahí al restorán, más pasos.
-¿Qué ha pasado contigo en este tiempo?
“Uno primero aterriza, pero después aprende. Me he acercado a otras personas, he conocido otros problemas; uno cree que el de uno es el peor y sin embargo, hay personas que están más mal. En Fondo Esperanza escucho las historias de otras y me doy cuenta que hay otros que necesitan más ayuda”.
-¿Sigues siendo dirigenta?
“No, porque tuve que atender mi cocina, pero ese no es un capítulo cerrado. Voy a volver a ser dirigenta porque tengo que luchar por que el mercado se reconstruya.
“Como dirigenta aprendí que la mujer se la puede, pero eso no ayudó en la cocina. Lo que me hizo salir adelante es ver que mi familia me necesitaba”.
-¿Qué otras pérdidas tuviste aparte de las económicas?
“La gran pérdida es no poder estar con mis hijas. Antes les dedicaba todos los fines de semana enteros, íbamos al campo a ver a mi mamá, nos tomábamos todas las vacaciones de verano. Tengo sólo recuerdos de cuando mis hijas dejaron los pañales y perdieron un diente. Ahora está el papá y ellas me recriminan un poco porque nunca estoy en la casa.
“Ese es un gran dolor, pero cuando uno es chica no comprende y cuando es madre entiende los sacrificios que los padres hacen por ellos”.
-Para tu marido esto también ha sido difícil, tuvo que cambiar el rol, ¿cómo ha sido para él?
“Es difícil para un hombre organizar una casa, cambiar pañales, cocinar, lavar. Ha sido muy difícil, pero también ha sido bueno para que él valore lo que yo hacía en la casa. Ha aprendido”.
-Bajaste 40 kilos, tu desgaste emocional debió ser muy grande.
“Estuve mucho tiempo sin dormir. No tenía los recursos para ir al médico, al psiquiatra, así que la depresión había que pasarla andando. Empecé a bajar de peso y bajé los 40 kilos sin darme cuenta. Me ha favorecido, pero espero recuperarme de este desgaste emocional, poder dejarlo atrás”.
-¿Cómo te sientes hoy?
“Me siento una ganadora, me siento con las fuerzas para crecer. Creo que ahora me puedo proyectar. Antes tenía la incertidumbre de si la gente iba a venir a mi cocina, si le iba a gustar mi comida, pero hoy sé que puedo”.
Marcela Becerra reconoce que sueña con el mercado reconstruido, con la posibilidad de recuperar el puesto de concesionaria de los baños junto a su marido, pero no dejar por nada del mundo su local de comida. “Quisiera seguir ahí, uno conoce a sus clientes, sus gustos y ha resultado muy entretenido; hago vida social”, señala con una sonrisa.
“Las mujeres tenemos la capacidad interior para levantarnos, sí podemos hacerlo”, concluye.