Pablo Aguilera dice que el secreto de llevar 25 años haciendo el mismo programa radial, es sencillo: “la gente quiere que la escuchen. Nada más”.
Desde el 1 de enero de 1986 que viene haciendo de forma continuada “La mañana de Pablo Aguilera”, en Radio Pudahuel, donde el ingrediente fuerte son las historias que las cientos de auditoras, y fieles seguidoras del espacio, cuentan en directo por teléfono con el locutor.
Periodista de la Chile, está orgulloso de contar que fue el primero en hacer esta modalidad en directo, en FM, de conversar abiertamente con las personas que, como dice, solo buscan una oreja que las escuche.
“En el fondo es eso. La gente no pretende que uno le dé la solución de los problemas ni que le aconseje demasiado, porque también se latean. Quieren simplemente que uno la escuche y desahogarse. Y hay cosas bien terribles en realidad”, comenta, antes de relatar algunas de las historias que más lo han marcado en estos años y que hace que hoy tenga 200 mil auditores al mes, solo en Santiago.
Alguna vez deseó tener la mitad del éxito que tiene en la radio, pero en televisión. Allí trabajó en prensa en los años 70, animó un programa de televisión Nacional,
‘Hola Hola’ -algo así como “Quiero mi fiesta” de hoy en día-, e incluso se operó la nariz para verse mejor en pantalla. “Tenía la típica montura y me la operé. Fue netamente por vanidad. Pensé que la vida me iba a cambiar en televisión y que iba a ser el bello Pablo, y al revés. Vino el golpe y me quedé sin pega. Así que no me sirvió de nada (ríe)”.
-Son 26 años escuchando a sus auditoras. ¿Podría decirnos cuál ha sido el problema general de la mujer chilena en todo este tiempo?
“El problema fundamental es el sentimental. Todavía no se ha solucionado y no se va a solucionar. Y cuando pase eso, va a desaparecer el programa, pero es difícil que pase. Eso se debe a las expectativas que tiene cada integrante de la pareja. Todos vamos con muchos ideales, y cuando iniciamos una relación de pareja, vestimos a la otra persona con el ropaje que nosotros queremos que vista, pero después alegamos que no es la persona que conocimos. Lo que sucede es que es exactamente la misma, lo que pasa es que uno por puro cariño disimulaba los defectos. Y después, cuando se pasa un poco el entusiasmo, aparecen los defectos que han estado siempre. Pero hay un montón de otras problemáticas que han ido apareciendo, que la mujer se ha atrevido a enfrentar y contar. Al principio, eran pocas las mujeres que se atrevían a contar de sus propias infidelidades. Hoy es más común”.
-¿Y de quién es la culpa?
“Obviamente la culpa siempre la tenemos los hombres (ríe). Porque nos faltó el cariño, la preocupación, ellas nos engañan. En cambio, cuando los hombres lo hacen, la culpa es totalmente de él, porque es un fresco, un sinvergüenza. Eso sí, las mujeres son bastante más inteligentes que nosotros hasta para eso. Uno anda con la conciencia, esto y lo otro. En cambio, la mujer no se hace ningún problema. ‘Él tuvo la culpa, él me desatendió, no me entregó cariño. Así que ahí está el resultado’. Además, a los hombres nos pillan con mucha facilidad cuando mentimos, porque guardamos la boleta del motel en el bolsillo. En cambio, a la mujer no la pillamos jamás, a no ser que ella nos diga que el hijo regalón que queremos tanto, no es nuestro”.
-También se toca el tema del maltrato.
“Sí, y antes lo decían de forma muy temerosa, muy desde el baño o de la cocina, que no la fueran a escuchar. Pero hay un problema que aún la sociedad no logra resolver. Hay redes de apoyo y se han creado ministerios. La policía ya responde de otra manera, porque antes no les daban ni la hora. Ahora ya las escuchan, las orientan, pero no solucionan el problema de base, que es la amenaza de la pareja. Cuando el hombre amenaza que va a matar a la mujer, lamentablemente, muchas veces lo cumple. Y no sirve prohibirle que se acerque a la casa, porque se ha demostrado que eso no importa cuando los gallos están enloquecidos.
“Lo otro que se habla más ahora es lo de la sexualidad. Al comienzo, ninguna mujer se habría atrevido a decir que le gustaban las mujeres. Pero hoy día ya lo dicen abiertamente y en forma muy natural. ‘Fíjese que tuve una desilusión y después otra y otra, y de pronto empecé a encontrar que la amiga que tenía me atraía más allá de la amistad’, dicen”.
-Se transformó en un psicólogo.
“Es que la práctica y los años tienen que servir. Sería bien lamentable que pasaran los años y no sirvieran para nada. Yo creo que todo eso te da herramientas, no para dar un diagnóstico, pero sí escuchar y emplear un poco de lógica”.
-¿Qué hace en los casos de violencia, cómo las ayuda?
“Ahí la línea va por aconsejar que pidan ayuda. Me acuerdo de una persona que me ha seguido llamando a través del tiempo, que tenía una hija de tres años. Ella se había separado por la violencia con su pareja, y el la amenazó, diciéndole que la iba a castigar con lo que más le dolía, con la hija de ambos. Ella me llamó cuando la amenazó y yo el dije que hiciera la denuncia. A la semana siguiente me llamó de nuevo, y me dijo que el gallo le había tirado el auto encima, a ella y a la niña, y que casi las mata. Se salvó por chiripa. Al gallo le prohibieron que se acercara a la casa, pero eso vale maní. Han pasado dieciocho años de eso y la historia continúa, con ella que se cambia de casa y él que la persigue. Ella nunca ha logrado rehacer su vida, porque le tiene miedo a los hombres”.
-No siempre serán historias tan tristes, ¿no?
“No, hay otras bien patéticas, como las que se enamoran del hijastro. ‘Es que mi hijastro tiene dieciocho años y viera usted, es tan bonito...Yo me imagino que mi pareja era así cuando tenía su edad’, dicen. ¿Y cómo lo hace? ‘Bueno, con harto cuidadito para que no me pillen’, cuenta, sin un ápice de remordimiento, lo pasan caballo. Yo les pregunto si entienden que esto es transitorio, que no va a durar toda la vida. Y dicen: ‘Claro, si el cabro tiene que enamorarse de una compañera de la universidad. Pero mientras tanto, qué le vamos a hacer’”.
-¿Ha tenido que retar a alguna auditora?
“Claro. A veces se me agota la paciencia (ríe). Cuando me dicen: ‘Oiga, pillé a mi marido engañándome, me quita la plata, llegó curado’. Bueno, digo yo, ¡para qué lo aguanta! ‘Es que lo quiero’, me dicen. Y ahí las anoto en la página de las tontas de inmediato. Tenemos ‘tonta.cl’ y ‘tontitas.com’ y ellas eligen dónde quieren ir. Porque si la están pasando tan mal, para qué diablos aguantan. Si uno no nace en este mundo para pasarlo mal”.
-Los psicólogos se toman un descanso después de cada paciente. ¿Cómo cambia usted el switch?
“No es nada tan pesado. Impresiona harto, asombra y eso es bueno, pero no me deja una carga negativa, al revés. Uno va entendiendo que es variado el ser humano. Después la gente me llama y me dicen que a raíz de lo que escucharon cambiaron su forma de ver las cosas. Me dicen: ‘No sabe cómo me ha ayudado’, y la verdad es que yo no he ayudado en nada. Es la misma gente que va escuchando la historia y van tomando decisiones frente a cosas que ellos mismos están viviendo. Ese tipo de cosas son súper gratificantes y contrarrestan con creces cualquier peso que pueda quedar de alguna experiencia negativa”.
-Entre tanta mujer llamando, debe llegar harta crítica para los hombres. ¿Se pone la camiseta de macho o les da la razón?
“Bueno, machista soy igual. Nací así y el machismo lo fomenta la mujer, es una realidad. Pero les encuentro toda la razón a las mujeres. Encuentro que son más inteligentes que nosotros, en todo sentido. Son más valientes; si la mujer queda sin pega, no se hunde en la depresión que nos hundimos nosotros. Ella hace cualquier cosa, sale, empieza a hacer pan, vende productos de belleza con las amigas, cuestiones de plástico que no le sirven a nadie, pero se las compran igual. Se mueve, hace algo. Tiene una capacidad impresionante para sobreponerse. Eso me permite entenderlas mucho más y no empezar a defender a los hombres. ¿Qué voy a decir? Que somos mamones, pelotudos... Y claro, lo somos, poh”.
-¿Cuál es su vicio privado?
“Mi principal manía es juntar cachureos. Me gusta juntar libros, me encanta leer, pero la maldita televisión no deja que lea más de lo que debería. También junto discos -no bajo música de internet; me gusta tenerlos físicamente- y vitrolas, por cantidades. Las voy comprando para callado, porque ya no me aguantan que compre más. Tengo unas quince o veinte. Soy cachurero por naturaleza”.
-¿Con el síndrome de Diógenes?
“Es que basura no junto... Aunque tal vez, algunas cosas podrían considerarse basura ya. También me gusta harto andar en bicicleta. Subo todos los domingos al cerro San Cristóbal, habitualmente, solo. Afuera está la vida, yo soy de la calle, voy todos los días al centro. Le compro La Segunda a Sergio Maureira que se pone frente al Haití en Ahumada. Me gusta tomarme un cafecito ahí y después me vengo a la radio”.