Cuando las noches se tornan más cálidas la vida social aumenta y la tentación de beber un trago acompañado se torna, a veces, irrresistible. El problema siguen siendo las calorías escondidas en cada vaso.
Ya es sabido que las bebidas alcohólicas que contribuyen a mantener nuestra talla son el vino tinto, con 72 calorías por vaso de 150 ml; el vino blanco, que en igual medida posee 87 calorías; pero por sobre todo el champagne que tiene sólo 69 calorías en 150 cc.
Como segunda alternativa viene el vodka, cuya copa de 70 ml porta 85 calorías y con este ingrediente como base, tres barmans entregan sus secretos (muchos de los cuales está en usar abudante hielo).
Buscando proteger la cintura, Elvis -del Hookah Troopa Bar-, deleita a sus clientes con el Ginger Pasion, una mezcla donde “maceramos jugo de pomelo con jengibre en un vaso, luego ponemos cuatro o cinco cubos de hielo, y rellenamos con jugo de pomelo y vodka frutilla”.
Este barman también sugiere el Jenjilantro, es decir, jengibre y cilantro molidos con jugo de limón en un vaso largo que luego será habitado por hielo picado y abundante vodka. Una vez listo, “para darle más frescura, tienes que cubrir todo con agua mineral burbujeante”.
En cambio, Carlos Pérez, de Bar LaJunta, recomienda un vaso de Albakita, trago creado en suelo nacional por Sebastián Donoso y que en 2010 lo llevó a ganar el Vodka Finlandia World Cup. La magia es sencilla: en un vaso se pone una porción de este destilado junto a una gran cantidad de hielo frappé, para luego ser acompañados por tres hojas de albahaca, una cucharadita de azúcar flor y una rodaja de limón. Así de simple.
También, para seguir elevando el vaso sin poner en riesgo nuestra cintura, Carlos nos traslada a un huerto de frutillas mediante el Sparkling Straw, bebida que consiste en mezclar la fruta molida con espumante, más una gota de Amargo de Angostura, brebaje creado para curar el dolor de estómago que hoy se utiliza en tragos y comidas gracias a su facultad para intensificar los sabores.
Bonus track: El melón con vino se ubica en el génesis de la tradición etílica chilena. Atribuido a la población campesina más humilde, Werne Núñez -periodista que por años atendió un bar en Concón-ofrece una versión digna de un salón con lámpara de lágrimas: “En una copa de champaña, echas una bolita de melón calameño y una hoja de albahaca. Agregas el vino blanco, hielo si te gusta bien frío y voilá”.