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María Ignacia Benítez: “No se puede tener un Chile-parque”

La ministra de Medio Ambiente sincera que todos los proyectos de desarrollo tienen impacto en la comunidad, el tema es que se les debe mitigar y compensar y sobre todo, generar beneficios al entorno. Agrega que muchas veces prima la emocionalidad en temas que son técnicos.

04 de Abril de 2012 | 08:07 | Por María José Errázuriz L.
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En cada rincón del Ministerio del Medio Ambiente hay carteles en los cuales se comparten tips e ideas para ahorrar energía. “Usa la escalera”, “apaga la luz al salir”, “apaga el computador”, “regula el aire condicionado” recuerdan que está en uno preservar los recursos cada vez más escasos como el agua y la electricidad.


Los ‘mantras’ son parte del sello que María Ignacia Benítez le ha dado a esta cartera, la cual enfrenta cada cierto tiempo alguna polémica referida a la instalación de una central termo o hidroeléctrica o la contaminación del aire en varias ciudades, ya no sólo Santiago, sino que en localidades como La Greda.


Ingeniera civil química (casada, tres hijos) tuvo un aterrizaje forzoso en el mundo medioambiental. Al salir de la universidad postuló a la intendencia metropolitana para hacerse cargo de un proyecto de descontaminación de Santiago financiado por el BID. El asunto es que, tras ser aceptada, el jefe le dijo que se iba de vacaciones y que ella tenía que enviar los informes que requerían.


Así, con dolor de guata incluido, se introdujo en el mundo de las estaciones de monitoreo, las estudios epidemiológicos, tratamiento de residuos sólidos, medición de ruido y muchas otras tareas que se comenzaron a implementar.


Es una de las gestoras detrás de las restricciones vehiculares que empezaron en 1986, cuando los autos no eran catalíticos. Hoy, es una de las personas más tironeadas por los grupos que se expresan a favor o en contra de Hidroaysén.


Antes de asumir su nuevo cargo en marzo 2010, ya tenía aprendidas (y aplicadas) muchas conductas de preservación del medio ambiente: había cambiado todas las ampolletas de su casa por aparatos de energía eficiente, reciclaba todos los residuos posibles en acuerdo con los recolectores del barrio y se iba a la oficina en Metro.


Desde sus nuevas obligaciones reconoce que lo anterior no es fácil de hacer, que resulta costoso hasta en lo personal, porque se requiere tiempo para separar y llevar a un punto limpio y muchas veces, el impulso se frustra porque no hay quien reciba lo reciclado, con lo que todo el esfuerzo deja de tener sentido.


“Esto es parte de lo que nos convertirá en un país desarrollado. Cuando un país está ad portas de lograrlo estos temas empiezan a relevarse y son parte de la agenda”, dice.

-Viene del mundo técnico y ya lleva dos años en el cargo, ¿Le ha costado moverse en este ambiente donde casi todos los temas se politizan, demasiado?
“Sí, francamente sí y sobre todo el primer año. Cuando asumí venía con una serie de lineamientos técnicos de lo que se debía hacer, independiente de cuáles son los enfoques que se dan como Gobierno; para mí, por ejemplo, era relevante el tema de la contaminación de las ciudades, no sólo de Santiago, porque cuando se mejora la calidad del aire se mejora la calidad de vida de las personas.
“Pero este cargo tiene poco de glamoroso y siempre la coyuntura se lleva por delante los proyectos y uno aparece como si estuviera a favor y en contra de los mismos, cuando definitivamente son otras entidades técnicas las que resuelven. Efectivamente son temas muy técnicos, pero a la vez mediáticos y muy emocionales y cuando se dialoga con emociones es difícil”.

-¿Tiene algo que ver con esto el hecho que los chilenos se mueven con estereotipos, como que el empresario viola todas las normas ambientales?
“Hay que tener presente que estos temas aparecen cuando se está ad portas de ser país desarrollado y es positivo que estén en el ambiente. En todos los países, cuando se están industrializando, el empresario mira su industria y no su entorno o la comunidad que lo rodea. Es el caso de Ventanas que lleva más de 40 años; de hecho cuando se iba a instalar había una disputa entre Puchuncaví y San Antonio demandando su instalación y hoy nadie la quiere.
“Cuando se avanza, la gente quiere más responsabilidad de parte del sector industrial y si bien los proyectos pueden estar, técnicamente, súper blindados, si no se socializan con la comunidad están destinados al conflicto”.

-Hay una imagen de que en estos temas se da la lucha entre David y Goliat.
“Exacto. Las comunidades ahora están muy informadas y aunque en un primer momento los proyectos generan alta demanda de mano de obra, luego eso se reduce sólo a servicios, después de la instalación, las comunidades ven que se quedan con la industria y los impactos ahí. No se ve un beneficio real, pero creo que eso ha ido cambiando”.

-¿Se siente la presión de estar al frente de temas tan polémicos y viscerales como Hidroaysén, Punta de Choros?
“Es verdad que esto es bien emocional, sin un aterrizaje en la realidad. Además, todos miran al ministerio como si fuéramos los culpables de que se desarrolle una iniciativa que está consagrada en la Constitución y tiene un procedimiento que el mismo ciudadano se ha dado por el Congreso.
“Más que entender los proyectos, muchas veces la gente reacciona sólo en el plano emocional”.

-¿Cuando camina por la calle, la gente la detiene para decirle algo?
“No, no me ha pasado, porque este tema es bien de redes sociales. Cuando estoy en regiones las personas lo que quieren es saber detalles del proyecto. Ahora, si me meto en las patas de los caballos probablemente algo me dirán”.

-¿Qué le pasa cuando ve las protestas contra Hidroaysén o la Central Castilla?
“En el caso Hidroaysén, yo entiendo el sentimiento de la gente que dice que es una región que debiera permanecer intocada, pero muchos de ellos no han ido nunca a Aysén. Y la gente de allá tiene muchos problemas, como pagar la electricidad más cara. Si bien no puedo opinar sobre el proyecto en sí, sí creo que éste no ha sido bien informado, no se ha dicho cuáles son los impactos.
“Todos los proyectos tienen impactos y beneficios”.

-¿Le parece contradictorio que desde Santiago se alegue contra el mall de Castro y los chilotes estén feliz con él? ¿Hay cierta mirada paternalista de estos temas?
“Más allá de que encuentro feo el mall, la zona de Chiloé la conozco mucho porque he navegado mucho por la isla. Llueve y llueve y está claro que la gente quiere tener un lugar para poder pasear.
“Es efectivo que hay una visión centralista que difiere con la gente de la región, pero aún así, creo que se pueden hacer cosas más armónicas con el lugar”.

-¿Se siente frustrada con el doble estándar del chileno; de aquel que puede protestar contra Hidroaysén, pero que en sus conductas personales no cuida el medio ambiente en lo más básico?
“Eso se ve a cada rato; es cosa de ver las protestas y ver cómo destrozan todo. Es efectivo que no se recicla mucho, ni se ahorra energía. No hay una conducta personal que se asocie a lo que manifiestan en las calles, sin perjuicio de los que si lo hacen.
“Creo que es importante, cuando se aborda este tema, tener presente que el foco en el cuidado del medio ambiente es la persona. El desarrollo sustentable tiene tres pilares: cuidado del medio ambiente, crecimiento económico y equidad social y éstas deben ir de la mano porque es lo que permite que la persona salga adelante.
“No se puede prohibir todo, no se puede tener un Chile-parque porque así es poco probable que la gente pueda crecer. Se tiene que tener cuidado de desarrollar actividades velando el entorno, mitigando los impactos y compensando aquellos que no se puedan mitigar. Los proyectos siempre causan impacto como un parque eólico donde las aves migratorias mueren al pasar por ahí o necesitan líneas para conectarse. Es difícil compatibilizar todo, pero el desafío es que haya actividad económica, pero acorde con el medio ambiente y con equidad social, es decir, que sean un aporte a la comunidad donde se instalan”.


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