Cristián Navarro, El Mercurio.
“En esa época (2005), un amigo me dijo que yo era más conocido que la Presidenta de Chile, porque si a un niñito de cuatro años le preguntaban quién era Michelle Bachelet, no sabía, pero seguro que conocía a Ruperto”, recuerda Christian Henríquez (32).
El hombre que a fines de ese año vivió una explosión de éxito en el país, apenas ha notado que ya pasaron siete años desde que el tierno e inocente borrachito “Ruperto”, el que caracterizaba en sus funciones en el circo de su suegro, “Los Manzzini”, salió por primera vez en “Morandé con Compañía”.
Su historia en televisión podría catalogarse de carrera meteórica. A los dos meses después de acceder -un poco a regañadientes- a aparecer en el programa del Kike, lo invitaron a participar en el Festival del Huaso de Olmué y al mismísimo Festival de Viña. El “Tilín” -como lo llamaban desde niño en el circo que tenía su papá-, no lo pensó dos veces.
Aunque apenas lograba comprender por qué el humor blanco de su personaje estaba causando tanta popularidad entre un público bueno para el doble sentido, aprovechó la buena racha y alcanzó récord en sintonía en los dos festivales chilenos.
Pero el lado malo de su historia fueron los tres meses en que no podía ni salir con su familia de su casa. Intentó de todas las maneras posibles no mostrar su rostro sin el personaje. Le molestaba la idea de hacerse famoso, que lo reconocieran en la calle y mucho más la posibilidad de verse envuelto en alguna noticia escandalosa.
Hoy recuerda: “Antes de Viña, yo era un dios intocable. Salía todos los días en el diario y hasta en las noticias de la televisión. Era tema nacional la ‘rupertomanía’. Asomaba la cabeza de mi casa y había gráficos por todos lados. Se nos ocurrió poner a un primo que se parece mucho a mí, como carnada (ríe). Pero después de Viña opté por mostrar la cara para que me dejaran tranquilo y porque sentía que las cosas se me iban a salir de las manos. Los programas de televisión me pagaban un montón de plata por solo decir ‘éste soy yo’, pero fui leal al Kike y aparecí en ‘Morandé’. Después todo se relajó”.
Luego vino lo típico, voces en los medios que hablaban del fin de sus quince minutos de fama y el temor de que lo que fácil viene, fácil se va. “En un minuto me afectó bastante. No entendía por qué eran así de chaqueteros, si a mí me habían llevado a la televisión y yo ni quería al principio. Pero les demostré que estaban equivocados. El 2008 impacté de nuevo con la ‘Rupertina’, y no he parado (...) Siento que me he ganado el piso y el respeto de mis compañeros”, comenta.
Por eso hoy se ve tranquilo y orgulloso de sus personajes, de su exitosa carpa veraniega con Marlen Olivari en Viña “I love Chile”, de su participación en “Tu cara me suena” -mostrando su veta más musical-, y de la construcción de una casa para su familia, Carolina Azócar, Carolita (de 8 años) y Christian (3).
-¿Y el circo?
“Estoy afuera desde hace unos meses. Estaba cansado y con muchas cosas. Claro que no lo dejé para siempre, solo necesitaba descansar y pensar qué voy a hacer con mi futuro. El circo es mi vida, mi esencia. Me crié ahí, entre carpas; muy parecido a los gitanos”.
-¿Cómo fue crecer en ese ambiente?
“La vida del circo es súper linda. Conoces mucha gente, recorriendo el país de punta a punta y es muy gratificante cuando vez el circo lleno y te aplauden. Lo único triste que pasaba eran las lluvias, que se pasaba el agua por abajo de las carpas. Ahora, la mayoría de los circos tienen sus lindas y equipadas casas rodante”.
-¿Guardas algún recuerdo especial?
“Me acuerdo que hacía casi todos los números cuando era más chico. Mi papá tenía un circo en es época y yo era el payaso, el trapecista, animaba... Era la cara de la función, porque costaba contratar artistas. Lo que no era muy agradable era que los colegios, muchas veces, no me recibían para estudiar por estar constantemente viajando. Yo me quedaba los inviernos con mis abuelos en Copihue (en Retiro, al sur de Linares), y aprovechaba de avanzar. Pero por suerte eso ya pasó y por ley, donde vayas, los colegios te tienen que recibir”.
-¿Te costaba hacer amigos?
“No. Siempre fui bien futbolero, así que era de esos que veía tres niños jugando a la pelota y les pedía que me dejaran jugar. Al final terminábamos juntando equipos”.
-¿Quieres que tus hijos siga la tradición?
“Con mi hija, lo primero es el estudio y después, ella verá. Le gusta el circo y como soy circense, no le puedo exigir que vaya a la universidad. Eso sí, le he dicho que tiene que ser buena, no un relleno -sin desmerecer al resto-. Por eso está tomando clases de gimnasia rítmica. El otro tiene tres años, recién”.
-Claro, no sabe todavía qué quiere.
“Igual es medio futbolero. Le gusta la pelota y yo estoy feliz con eso. A los cinco años lo voy a llevar a Colo Colo (ríe)”.
-Cuando partiste con todo esto él aún no nacía. Qué rico poder mirar atrás y ver cómo las cosas se fueron dando.
“Sí. Han pasado 7 años muy rápido. Para mí es como si hubieran pasado dos años. Lo bueno es que llegué en una época en que la gente ya estaba saturada de chistes de la cintura para abajo, de las groserías y el doble sentido. En eso apareció este curadito simpático que te hacía reír más con lo corporal, que se iba para acá y que se iba para allá, y que iba a hablar y al final no decía nada, porque se le enredaba la lengua. Era un humor súper blanco y esa fue la técnica. El Ruperto vino a refrescar el humor que había en el país”.
-¿Sigues manteniendo esa regla del humor blanco?
“Sí. He subido un poquito el tono, diciendo ‘huevón’, por ejemplo, con un par de personajes. Pero ‘Rupertina’ y ‘Ruperto’ son intocables. Es que mi escuela es el circo, y ahí no vas a escuchar al payaso que te hable con groserías”.
-Pese a todo prejuicio, ¿los chilenos se ríen con ese humor?
“Exactamente y lo he comprobado siempre. Hago mis eventos con mineros, por ejemplo, con ‘Ruperto’, ‘Rupertina’ y ‘Maikel Pérez Jackson’ y con los tres he funcionado perfectamente. No tengo necesidad de decir una grosería. Ésa es mi fórmula, mantener el humor blanco que me ha llevado hasta donde estoy”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“Me gusta el fútbol, pero me cuesta retomar la pelota porque a veces pasan meses en que no hago nada por trabajo. Así que mi vicio serían los autos. Desde chico me gustan, los bonitos, los deportivos, aunque nunca pensé que tendría la oportunidad de tener uno. Hoy, después de mucho esfuerzo, tengo un Dodge Challenger. Aunque no tengo los autos mucho tiempo, después de un año, los cambio”.