Me sorprende ver cómo a pesar de la información disponible, de cómo hemos ido mejorando el gusto y compartiendo experiencias culinarias con culturas muy diversas, para muchos el acto de alimentarse, de comer, se reduce a un simple trámite de 'tragar'.
Así de simple. Ya sea porque no hay tiempo, porque ocupamos la hora de almuerzo o simplemente porque la comida sólo sirve para llenarnos, muchos cercanos y gente todos los días se hecha algo a la boca para frenar el hambre. A la pasada, afuera de un kiosko, o incluso alguien junto a su pareja o amigos, lleva la comida a algo primitivo, insípido e irrelevante.
Se ha perdido un poco el gusto por prepararse para comer, por buscar instantes especiales, una escenografía, un lugar o previamente, que los mismos ingredientes para preparar los alimentos sean motivo de conversación, de goce, de vida.
En el acto de comer hay un reflejo de lo que somos, de lo que fuimos y hacia dónde vamos.
Las culturas más ricas son las que han desarrollado más ampliamente un sentido gastronómico y donde todos los miembros de las familias, desde los más pequeños, participan en la elaboración de los alimentos. La comida, por añadidura se transforma en un acto solemne, casi en una ceremonia.
Porque en esos alimentos hay raíces ancestrales o generaciones de antepasados que han ido traspasando vivencias, e incluso dolores y privaciones, en recetas, preparaciones, secretos y formas de cocinar.
Por eso es en gran medida que me he dedicado a esto. Recuerdo a mis abuelas y cómo éstas hablaban de sus abuelas mientras revolvían un caldo. Ya en el acto de revolver una olla, en el ritmo, en la técnica, hay un hilo de cultura, de tradición, de lo que somos.
Por eso los invito a transformar las comidas en actos solemnes, vividos, compartidos. A que la comida sea un motor, un vehículo para ir haciendo con otros una cultura grande, rica, propia.
Saludos, Daniel Galaz, chef ejecutivo de OX Restaurant