Tenía sólo tres años cuando su padre pisó la cumbre del Everest como miembro de la primera expedición chilena en llegar al monte más alto del mundo. De ese momento no tiene absolutamente ningún recuerdo, aunque reconoce que esa hazaña, ocurrida en 1992, siempre ha estado presente en su vida.
Hoy, ese evento lo siente más cercano después de participar como la única mujer de la expedición que el pasado 18 de mayo repitió la proeza a exactamente 20 años de ocurrida la anterior.
Sofía Jordán trae recuerdos intensos de su reciente estada en Los Himalayas. Debió congelar sus estudios de ingeniería comercial en la Chile para integrarse al grupo de 13 hombres que se aventuró en esas montañas hasta coronar con éxito esta aventura.
Su rol no fue menor: jefa del campamento base, pero claramente hacer esta expedición junto con su padre, Rodrigo Jordán, tuvo un significado especial que atesora. “Yo ya había estado en Nepal el 2006, cuando escalamos el Lhotsé, y ya en esa oportunidad me había sentido sobrecogida por el lugar”, afirma.
La mayor de tres hermanas, reconoce que sus más claros vínculos con la historia protagonizada por su progenitor estaban en las campanillas y banderas tibetanas con las que acostumbraba jugar y a las persistentes preguntas que, en su adolescencia, le hacían sobre esa primera escalada. “Para mí era normal tener un papá montañista, todo mi mundo giraba en torno a eso, no era raro, era normal que tuviera ese trabajo”, cuenta.
Pese a la pasión alpinista de Jordán, Sofía dice que él nunca intentó imponerles ese deporte, aunque sí les desarrolló con fuerza el gusto por la vida al aire libre. De ahí que los trekking y campings fueran un hecho habitual de la familia.
La travesía de este año comprendió el grupo que iba a escalar hasta la cima y otro de acompañamiento en el trekking (y en el que iban las pequeñas hermanas Rodríguez) que sólo caminó desde el pueblo más cercano hasta el campamento base (5 mil metros de altura) por un valle, proceso que dura 10 días.
“Estar allá el 2006 fue una experiencia demasiado fuerte. Ahí me asusté, ahí comprendí lo que implicaba que mi papá suba cerros, los riesgos. Entendí por qué la gente acá lo admira”, dice a la par que asegura que pese a lo peligroso que son estas expediciones, nada la amilanó el 2009 para escalar el Kilimanjaro.
-¿Qué significó eso?
“Es divertido, como que mi papá me propone algo y yo le digo sí al tiro. Ahí comprendí que en los cerros está el espacio donde compartimos de forma muy personal, muy de amigos. Él trabaja mucho y yo estoy en la universidad, entonces ir al Kilimanjaro con él fue sentir que ya me veía como adulta y me podía tratar como una igual.
“Después lo acompañé a la Antártica y se armó este espacio que compartimos, relajados”.
-¿Nada de eso ha sido suficiente como para impulsarte a tomar el alpinismo como algo vital en tu vida? ¿Ni siquiera ahora el Everest te capturó?
“No. Subirlo no es algo que necesite hacer; esta experiencia fue súper rescatable, especialmente por el grupo, pero no me veo con otra gente de nuevo ahí”.
La llegada al campamento base se produjo el 4 de abril y el grupo estuvo aclimatándose a la falta de oxígeno todas las semanas siguientes, rutina que implicó subir y bajar varias veces desde el base a los campamentos 1, 2 y 3. Esa es la razón por qué la ascensión final tuvo lugar recién el 18 de mayo.
Sofía narra que mayo es la primera fecha del año en que Nepal permite subir el Everest (la otra es en septiembre, después del paso del monzón) y eso hace que en el valle se reúnan más de 900 personas de las cuales unas 400 intentarán la cumbre.
Ella debió moverse entre el base y el campamento 2, encargada siempre de todos los alimentos que el grupo de escaladores iba a necesitar. Fue en esas circunstancias que en un momento se molestó: la jefa del grupo argentino llegó a visitarlos y al verla a ella entre puros hombres asumió que si era la única mujer su único rol debía ser jefa de campamento.
“Fue penca” comenta, al analizar si las mujeres enfrentan más barreras para emprender este tipo de aventuras. “El montañismo es difícil para todos; es difícil conseguir el dinero, conseguir el equipo que tenga las capacidades para llegar a la cumbre”.
-¿Pero para las mujeres físicamente debe ser más riesgoso este escalamiento?
“Al revés, el médico de la expedición me dijo que las mujeres tenían más ventajas porque tienen más facilidad para acumular grasa –‘gracias’- tienen más resistencia al frío, se hidratan más fácil y se aclimatan mejor. El tema es que sigue siendo un mundo de hombres, un verdadero club de Toby”.
-¿En Chile, o en todo el mundo?
“En Chile puede ser, pero allá conocí a una austríaca, Gerlinde Kaltenbrunner, que es la primera mujer en escalar los 14 ocho miles sin usar oxígeno. Estaba con su marido subiendo el Nutse y claramente ella es la que la lleva en esa relación; todos se centran en Gerlinde... si bien es un mundo de puros hombres, es un mundo de gente generosa”.
-¿Te sentiste extraña por ser la única mujer del grupo?
“Al principio, pero a la mayoría del grupo lo conozco desde chica porque trabajan con mi papá en Vertical. He estado con ellos en otras expediciones, pero la verdad es que la experiencia es fuerte. Después de caminar ese largo valle como que uno se empieza a ensimismar y tiene que pasar algo de tiempo para relajarse”.
-¿Qué implicó ser la jefa del campamento base?
“Para mí fue importante darme cuenta lo que implicaba. La primera vez que fuimos al campamento 1 donde nos quedamos tres días yo tuve que disponer los almuerzos, desayunos, raciones de marcha. Si se me olvidaba el azúcar era un problema y en ese ambiente tan hostil, cualquier cosa pequeña puede ser un tema. Hacer que los bienes fluyeran a los campamentos de más arriba era importante, porque mientras más subes, más hostil es todo y más necesitas que la logística funcione perfecta. Ellos me agradecieron los detalles porque cada uno tiene un granito de arena que aportar. Si se cae una patita se caen todas; si uno no se lo toma en serio vas menoscabando el trabajo del equipo completo”.
Este año la travesía al Everest fue trágica. Aunque los montañistas tienen asumido que cada temporada habrá víctimas, el 2012 fue especialmente cruento. Antes de que la expedición chilena atacara la cumbre –siendo la primera en hacerlo, abriendo la ruta- ya se habían producido cinco fallecimientos, entre ellos un sherpa que cayó en el peligroso glaciar que separa el campamento base del 1. Por esa ruta Sofía tuvo que transitar varias veces. Otro número similar de muertos se registró en el ascenso y descenso desde la cumbre, de los cuales los chilenos se enteraron sólo una vez en el valle.
“El campo de hielo se cruza por sobre escaleras y cuerdas y las grietas cambian todos los días. Cuando nos contaron de la muerte del sherpa, al día siguiente teníamos que pasar por ahí y entonces me di cuenta que todas mis energías estaban puestas en sobrevivir; que tenía que dar los pasos perfectos sobre la escalera sin equivocarme y lo más rápido posible”, rememora.
-Tu padre tenía que atacar la cumbre un poco después...
“Siempre tuve confianza, plena, de que pasara lo que pasara ellos iban a poder salir de ahí. El grupo jamás iba a dejar a nadie abandonado, nunca dudé de que volvieran. Las otras expediciones dejan a la gente en el camino; el que muere es porque se cansó y el conocido lo deja ahí. De hecho, muchas expediciones se arman en el valle, llega un japones, un canadiense, un noruego, se juntan y parten como si fueran un grupo”.
-Resulta crudo lo que dices.
“Sí, al final estás en un ambiente en que prima el ‘sálvate solo’ y eso no es lo que prima en Vertical. Por eso pude mantener la calma, pero además el equipo de sherpas era tremendamente capaz; ellos son por naturaleza muy generosos, jugados y aman la vida, entonces entre los 10 sherpas y los 10 chilenos iban a llegar todos abajo. Aún así, es una cascada de emociones; les faltaban 50 metros y yo lloraba de alegría, de nervios, de querer que salieran rápido de ahí”.
-¿Qué secretos no se conocen de esta expedición? ¿Estaba el gruñón, el payaso?
“Los secretos se van a saber todos (se ríe). Y la gruñona podría haber sido yo; de hecho me decían ‘ya, sabemos que te tenemos chata, ya nos vamos’. Mi duda cuando empezamos era si íbamos a poder funcionar entre personas tan distintas, pero como el ambiente es tan peligroso que se arma un ambiente humano muy cálido. Si hubiese colapsado uno a lo mejo contagiaba al resto, pero había una especie de espíritu que nos rodeaba con buena onda. Si un día me sentía sola, entraba a la carpa comedor y alguien tiraba al tiro un chiste para relajarme. Para mí, ellos son hoy mis mejores amigos”.