Sergio López, El Mercurio.
“He hecho de todo, bueno, malo, más o menos, excelente. No me he regodeado”, comenta Edgardo Bruna, en un descanso de las grabaciones de “Dama y obrero”, tras recordar que aún en la calle le gritan “¡Clinton!”, por su querido personaje en “Amores de mercado”.
Son casi 30 años de teleseries, desde el ’84, y muchos más en el teatro. Apenas el año pasado tuvo un tremendo éxito al dirigir el relanzamiento de “Art”, y hasta hace poco, prácticamente no había espacio dramático en televisión donde no apareciera su rostro. “Los archivos del cardenal”, “12 días que conmovieron a Chile”, “Peleles”, “Vida por vida”, “Prófugos”, y una larga lista de producciones que hoy se resumen en la novela del mediodía de TVN.
No tiene mucho tiempo entre las escenas y su cargo de presidente de la Asociación Nacional de Artistas, donde, como dice, reúne a cerca de 14 mil personas, entre pintores, músicos, actores y bailarines. Y aunque reconoce que su gremio en específico es algo individualista y “despelotado”, cuando hay que unirse por un bien común, están todos presentes, sin importar si son famosos o no.
“A mí nunca me ha complicado el tema de ser conocido. En general, el 99,9% de la gente es muy amable y cariñosa. Aunque hay descuadradas que le pasan a cualquiera. Así que ante la fama hay que enfrentarse con una distancia irónica. Lo peor que puede hacer uno es creerse el cuento. La vas a mirar con cierto cariño, pero no te vas a enamorar de ella, ni vas a vivir por y para ella”, comenta, quien se reconoce como una persona tímida y quitada de bulla, que entró casi por accidente a la actuación.
“Me costó entrar en esto. Cuando estaba en el colegio, era bastante flojo y tenía que hacer cosas para salvar los ramos. Para castellano, un año, necesitaba un cuatro, y me ofrecí para decir una poesía delante del curso, que como salió bien, tuve que recitarla frente a todo el colegio, en un acto. Casi morí ante mis compañeros, que eran unas bestias. Pero a la mitad, empezaron a quedarse callados los dos mil pelotudos que habían ahí y agarré vuelo”.
-Y con todo, entraste a estudiar Teatro.
“No fue fácil. Los primeros años de escuela fueron potentes para mí. Buscaba los rincones, quería fondearme. Para las muestras tiritaba, pero fui poco a poco superándolo y después no me paró nadie. Soy una persona de bajo perfil. No tengo ningún interés por las cámaras, ni por el brillo, ni los pechazos para una entrevista. Prefiero que me dejen tranquilo”.
-¿Cómo superaste la timidez?
“No sé, se fue dando solo. Primero, vas creyendo más en lo que estás haciendo y eso te va distanciando de tus temores. Vas subiendo cortinas y eso te permite tener una exploración espiritual que es positiva, donde vas reafirmando ciertos valores y convicciones que tienes. Al final te das cuenta que eres capaz”.
-Te fuiste por cuatro años a hacer un post grado a EE.UU. Lo superaste bien, parece.
“Sí, a California. Saqué una maestría y me quedaba el doctorado, pero nunca terminé la tesis. Me dio lo mismo”.
-Casi doctor.
“Podría haber sido doctor en cocina, en abrir y cerrar puertas, da lo mismo. Hoy se ha popularizado tanto eso por un tema de mercado, pero en la práctica no significa nada. Lo importante es lo que uno aprendió”.
-Y lo comido y lo bailado.
“Eso fue maravilloso. Además, fue la mejor época, en pleno hippismo. Fue desde el ‘68 al ’71; Woodstock, patas elefante, San Francisco, con la calle Castro como centro de reunión. Fui muy afortunado de vivirlo”.
-¿Qué hacías?
“De todo, pitear como loco, probar ácidos... Además era un momento maravilloso de apertura de la gente frente a todo, la política, el sexo, la vida, el amor y el rechazo a una serie de cosas del pasado. La gente se queda con que los hippies son marihuana, pero son mucho más que eso”.
-¿Por qué volver a Chile el ’71, entonces?
“Es que aquí estaba todo pasando también, pero en otro sentido, el político. De hecho, por eso en parte me vine. No me lo podía perder. Chile era parte de algo que estaba pasando en todo el mundo”.
-¿Valió la pena regresar? Tuviste que escapar al año y medio.
“Claro, me quedé hasta el golpe y me fui a México por cinco años. Entonces, era la mitad de lo violento que hoy, así que no volvería ni loco. Hay una violencia y una inseguridad bárbara; mucha corrupción. Alcancé a estar hasta el ‘81”.
-¿Cómo fue reintegrarse?
“Brutal. Estaba en los períodos más duros de la dictadura y no se me ocurrió nada mejor que ser presidente del Sindicato de actores, súper ubicado. Tengo recuerdos dolorosos, de mucho miedo y temor, sobre todo ocupando un cargo así. Pero lo importante era que el miedo no me paralizara”.
-Pero en 1984 pudiste ingresar a la televisión.
“Yo estaba en la lista negra del 7, como muchos otros. Pero Canal 13, que era de la Iglesia, le abrió las puertas a los que no teníamos acogida. A pesar de que estábamos rodeados de ‘fachos’, sobre todo en el departamento de prensa”.
-¿Tienes 67 años?
“Ponle algo por ahí. No exageres tampoco. En este momento me creo de 40. Pero depende de como amanezca. Ayer tenía 108”.
-Te lo pregunto por Mariano Villavicencio, tu personaje hoy de “Dama y obrero”, que lo deja todo, incluso su familia, por retomar su vida.
“Hay gente que nunca envejece de espíritu. En lo personal, como vivo rodeado de cabrería, siempre me siento lleno de entusiasmo y cosas nuevas. Aunque de repente me gustaría no trabajar y ser rico. Pero creo que me aburriría a las dos semanas”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“Yo soy muy sano, pero tengo muchas manías. Me encanta el fútbol. Soy hincha de la U. No te diré cómo disfruté el tricampeonato. De vicio, no tengo ninguno destacable, pero de repente, apago la luz y la prendo de nuevo para ver si no estaba ciego. Al humorista (Enrique) Pinti, le pasaba lo mismo. Es que soy hipocondríaco profesional. Todos los días me dan un par de ataques al corazón y veo mi funeral; pienso cómo podría ser, cómo hacerlo para pasar piola y que no haya tanta parafernalia cuando me muera. Me gustaría verlo. A uno deberían darle 5 o 10 minutos para salirse del cajón, mirar y disfrutar”.