Una cicatriz atraviesa la frente de Angela Brady. Aunque aún tapa su rostro todo lo que puede con una peluca castaña larga, que le esconde su falta de cejas, podría ser peor su apariencia, ya que al menos ahora tiene reconstruida su cara gracias a una costilla que le sacaron para sustituir un hueso facial y sesenta cirugías reconstructivas.
Prácticamente desde que tiene uso de razón ha sido así. Con 18 años hoy, recuerda que tenía 3 cuando su hermano incendió las cortinas de su casa, mientras su mamá yacía desmayada por una sobredosis de drogas.
“Yo solo tengo una fotografía, que es de cuando estaba recién nacida y no tenía quemaduras. A veces la miro y pienso en cómo pude haber sido, pero no me gusta pensar en eso, porque no puedo hacer nada al respecto y no lo puedo cambiar”, comenta.
Ella, junto a otras 25 jóvenes son parte de la última versión del retiro de
‘Angel Faces’, una organización que se encarga de trasladar a un spa a adolescentes de varios países, que han sufrido quemaduras y cargan con el trauma de llevar grandes cicatrices en sus rostros, siento víctimas de bullying y de las dolorosas preguntas de los curiosos por saber por qué sus caras son diferentes.
“Cangrejo frito”, “pan quemado”, “piel de serpiente”, “hija de Freddy Krueger”, “mutante”, son algunos de los apodos que las mismas jóvenes se gritan durante un ejercicio de desahogo. No es fácil. Muchas de ellas visten polerones de manga larga, por mucho que haga calor. Las marcas que el fuego dejó en su piel son tan severas, que prefieren alejar de su propia vista la realidad y evitar de paso el duro trato que algunas personas podrían tener en la calle y en el colegio.
La fundadora y directora de la organización, Lesia Cartelli, lo sabe en carne propia. “‘Angel Faces’ comenzó desde mi propio dolor. Las ganas de recuperarme de unas lesiones por serias quemaduras a los 9 años, me motivaron a dedicarme y crear el mejor programa posible para adolescentes mujeres que han sufrido quemaduras deformantes y otras lesiones traumáticas”, comentó la mujer, hoy de 52 años.
Durante su vida fue una habitual participante de campamentos para niños quemados en Estados Unidos. Pero se dio cuenta que hasta el momento, esas instancias solo representaban una oportunidad de entretención relajada para los adolescentes, sin tener que preocuparse de las miradas de los extraños. Para ella, algo más faltaba.
No se les preparaba para enfrentar el día a día, las preguntas de la gente, las burlas de los compañeros. Las jóvenes regresaban a sus casas, después de disfrutar una semana, al mismo infierno en el que estaban el resto del año.
Es por esto que Cartelli quiso comenzar el año 2003 su propio programa que incluyera no solo diversión, sino que una serie de herramientas para dejar de sentirse víctimas y lograr caminar con el rostro descubierto.
“Los primeros días los ocupamos cavando en el trauma. ¿Cómo pasó?, ¿dónde pasó?, ¿qué ocurrió?, ¿quién estaba ahí?, ¿a quién necesitas perdonar?, ¿es a ti misma?”, explicó, agregando que es una de las actividades más difíciles que hay en el retiro -que dura una semana- ya que en muchas de esas historias existe también la pérdida de un familiar.
Otras veces, es la primera vez que una de las niñas habla del tema, ya que el impacto del hecho y las consecuencias que trajo en su vida, las tienen sumidas en el silencio, la tristeza y la vergüenza.
Además, son sometidas a diversas terapias de grupo, actividades físicas, como yoga, senderismo, e incluso un taller de maquillaje, para aprender a camuflar las cicatrices. Pero sobre todo, lo más importante es la red de apoyo que se crea entre las participantes.
“Sentí que sabía lo que era el amor, cuando vi a una niña alimentando a otra con su almuerzo, porque sus manos estaban tan quemadas que no se podía alimentar a ella misma. así conocí el verdadero amor desde el corazón”, fue el testimonio de una voluntaria.