Acaba de cumplir 40 años el mes pasado, pero por algún motivo,
Francisco Olea se estancó físicamente en los 30. Timidón, chistoso, irónico, este ilustrador ni se enteró de la crisis de los 40, gracias a un año lleno de reconocimientos y proyectos.
Ganó el Altazor 2012 en Artes Visuales -Diseño Gráfico e Ilustración-, lo que le abrió las puertas a varias de sus ideas para publicar. Ya está trabajando en “Mal de amores”, un libro que reunirá su investigación gráfica de la melancolía de las relaciones, al mismo tiempo que sale a la venta su “Manual de estilo”, una recopilación de sus lecciones en la revista “Sábado”, en la que semana tras semana ha enseñado a “sobrevivir con clase” los distintos episodios que alguien puede enfrentar.
Desde cómo comportarse en un restaurante (no pregunte por los menú del día, ni diga frases al terminar como “me quedó en la muela”), hasta las caídas en público (“nunca cojee, aunque el dolor sea intenso”), o bailar (no imite instrumentos ni haga la caminata lunar de Michael Jackson), forman parte de su libro, que no pretende reemplazar al clásico Carreño, pero da una sensata visión de prudencia y dignidad social.
“Quise reírme un poco del estilo, de esta cosa de tener que andar todo aparatoso en sociedades estructuradas, de no poder actuar de cierta forma porque entonces tal círculo se va a alejar de ti, del tratar de pertenecer a ciertas elites”, dice el dibujante.
-¿Has protagonizado alguno de estos momentos?
“Más de alguno. Hablar en público, sobre todo. Al ser tímido, es difícil. Más aún cuando hay que improvisar. También me ha pasado varias veces eso de que se te cae el vaso al suelo y no sabes qué hacer con los pedacitos”.
-Aplaudir y decir “¡alegría, alegría!”...
“Claro, pero igual te sientes con unas orejas de burro enormes”.
-Siempre es mejor que esas cosas le pasen al resto.
“Sí, pero me incomoda como si me pasaran a mí. Ver pobres tipos bailando en un matrimonio, y que empiece la típica canción de Emmanuel (‘La chica de humo’) y empiecen a bailar como él. Eso me da vergüenza ajena. Si alguien cree que eso es un método de conquista, está muy equivocado”.
-¿Cómo manejas la vergüenza ajena?
“Hay muchos programas en televisión que no puedo ver porque hay gente cantando mal. A los humoristas, en el Festival de Viña, prefiero ver cómo los tratan por Twitter. Tampoco soporto la gente que cree que está siendo súper inteligente cuando habla y ves que no es así. Eso me jode, me dan ganas de decirle ‘oh, chiquitito, qué ternura que trates de ser inteligente’. Eso lo manejo con un poco de humor. Seguramente le diría ‘en respuesta a eso, no podría decir algo más inteligente’. La ironía bien usada puede no ser cruel ni devastadora”.
-Entre tus consejos para cuando uno se está quedando dormido en el trabajo, dices “nunca se unte con saliva los párpados”. ¿De dónde salió eso?
“Lo he visto después del almuerzo. Gente que está cabeceando frente al computador, se saca los anteojos, se moja los dedos y de ahí, los párpados. Cuando lo vi lo encontré asqueroso. Además, no provoca el efecto, sino que da una sensación de baba en el párpado, infección en el ojo. Creo que tratan de emular lo que es mojarse la cara y para eso tendrían que pasarse la lengua por toda la cara”.
-Algunos prefieren ir directamente a dormir al baño.
“Lo he pensado, pero qué lata bajarse los pantalones para que la gente crea que estás ahí y no es que estés muerto. ¡Nadie duerme con los pantalones abajo! (ríe). Bueno, se desvió la conversación. También te puedes ir a dormir al auto”.
-¿Hay alguna situación que toleres menos?
“Hay un tema con el cumpleaños. Siempre he tenido problemas con ese día, los regalos, el cantito pelotudo...”.
-Y ahora que le agregan “cumpleaños feliz, ¡feliz, feliz!”...
“Claro, para hacer más triste la canción; un vals más lento, siempre lo mismo, los tres deseos... Hay que hacer un proyecto de ley, llevarlo al Congreso y cambiar todo el concepto del cumpleaños, la cancioncita y el tema de la torta que no aporta en nada. Siempre sale cuando el cumpleaños está de lo mejor y termina cortando la noche. La apagada de las velas, los deseos, todo lo que tenga que ver con el rito del cumpleaños, me carga. Incluso los regalos. Sobre todo cuando se nota que la gente se acordó a última hora de comprarlos”.
-¿Eres de los que guarda regalos que no le gustaron para darlos en otro cumpleaños?
“No, prefiero que mueran en algún rincón de mi casa, pero no los vuelvo a regalar. Conozco mucha gente que lo hace, de mi mamá para abajo, pero no. Sería el colmo de la flojera. Me molesta que regalen la prenda de ropa que no tiene nada que ver con uno, como si me regalaran una camisa para terno. Obviamente, a esa persona se la regalaron antes y no le gustó, pero no hay por qué ser tan descarado”.
-Este año, ¿celebraste tus 40?
“Sí, pero no hubo torta. Tampoco me cantaron, fue mi única petición. Es que hay cosas que hay que ir cambiando. Deberíamos llegar a un consenso; reunir gente que esté en contra del ‘cumpleaños feliz’ y buscar una solución. De partida, que no haya que cantar. Escuchemos una canción, por último. Lo de las velas, tampoco. Hay que renovarlo todo. Al fin de cuentas, todos los días son un día nuevo, un nuevo año. Te deberían regalar algo el día que alguien encuentra algo especial para ti, y decirte ‘feliz día’. No hay para qué hacer un evento. Así que no más canto, no velas -regalo, solo si vale la pena- y no torta”.
Más allá de la celebración y la falta de crisis, Francisco confiesa que sí le tomó el peso a las cuatro décadas que le llegaron. “Siento que ya he pasado la mitad del camino, que si bien he logrado ciertos objetivos, el tiempo va demasiado rápido para todo lo que quisiera hacer”, dice.
Así que, por mientras, aprovecha todo para sacar nuevas ideas y pasatiempos -su esposa le regaló en su cumpleaños la batería que toda su vida quiso- y espera desarrollar el trabajo que lleva publicando desde hace más de 10 años.
“Cuando ya tienes hijos, -tengo una niñita que cumple 8 y otro que va a cumplir 5-, empiezas a vivir un poco en el crecimiento de ellos y te olvidas de que vas creciendo también en paralelo. Vas envejeciendo, y de repente, te topas con que tus hijos están grandes y tú te hiciste viejito. No quiero que me pase eso, quiero verlos crecer, pero a mí también. Y teniendo el dibujo y la cabeza más o menos clara, creo que puedo hacer muchas cosas más”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“Soy normalito y de muy poco consumo. No soy de ver una cosa y querer comprármela. Eso sí, si llegara a tener una colección, me gustarían las figuras de juguetes, “La guerra de las galaxias”... El otro día, pasé por una tienda cerca del museo, donde tenían un San Expedito, un gato chino, un Darth Vader, un equeco... Era como un pesebre de personajes, y eso es lo que me gustaría tener. Es una colección imaginaria que todavía no empiezo”.
-¿Por qué ese rechazo a comprar?
“No sé. No es que sea cagado, pero tengo una cosa rara con darme gustos. Le compro cosas a los niños, a mi señora, pero para mí, muy poco. De ropa, el hecho de meterse a un probador ya lo encuentro terrible. Pero lo de coleccionar figuritas, voy a empezar a hacerlo. Le voy a mandar un mail hoy a todos mis amigos diciéndoles que de ahora en adelante me regalen una figurita. ¡Hoy empiezo mi colección!”.