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El estilo de Fred Redondo, a la chilena

El francés, experto en moda y asesor de los rostros de La Red, lleva apenas unos meses viviendo en el país y ya ha destacado con sus acertados comentarios de estilo. Aquí comparte además de valiosos consejos del buen vestir, su historia de amor con su esposo chileno y su experiencia al entrar de lleno en la sociedad nacional.

18 de Diciembre de 2012 | 16:03 | Por Ángela Tapia. F., Emol
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Sergio Alfonso López, El Mercurio.
Aunque aún le cuesten algunas palabras en castellano, Fred Redondo es muy bueno para conversar. Tiene tema de lo que le pidan, de su infancia en Francia, de su giro de ser contador a entregarse a su pasión por la moda a los 23 años, de los recuerdos de su abuela, cosiendo mientras él jugaba con los patrones de la ropa y de cómo se fue a Berlín por dos semanas y se quedó seis años, saliendo adelante organizando desfiles, sin saber más palabras en alemán que ‘kuchen’.

Qué decir cuando habla de estilo. El eterno admirador de Karl  Lagerfeld, Coco Chanel, Marlene Dietrich, y asesor de moda en la televisión y cine europeos, da cátedra del vestir nacional, al que ya ha ido conociendo bastante, gracias a la sección que tiene en “Mujeres primero, de La Red, canal que le ha confiado al francés también sus rostros.

Allí, no solo comenta el estilo chileno, los aciertos y fracasos estéticos en los eventos, sino que también entrega útiles datos de cómo sacarle provecho a la ropa, sin tener que gastar mucho. “Quiero ser el asesor del pueblo”, confiesa en esta entrevista.

Al país llegó en marzo pasado, junto a su marido, el chileno-español Rodrigo Ortúzar, por quién ya había cambiado su domicilio de Berlín a Barcelona apenas lo conoció. “Mi marido fue el primer sudamericano que conocí. Lo que más me gustó, en particular del chileno,  fue la educación. Conocí a una persona súper educada, amable, que me abría la puerta del coche, que me invita a cenar… Ese lado súper macho que tiene el chileno. Venía de Alemania, un país donde cada uno ve lo suyo y las parejas no viven juntas. Conocí el calor humano, con sus amigos que me recibían en sus casas. Fue el conjunto lo que me gustó”, dice con una hermosa argolla con diamantes en una de sus manos, su anillo de matrimonio. “Fue un regalo de mi suegra a mi marido. A ella no la conocí porque falleció. Le dijo que si un día se podía casar, que le gustaría que usara su anillo”.

Dicho y hecho, la pareja celebró su matrimonio el 26 de septiembre de 2006, poco más de un año que en España se legalizara la unión entre personas del mismo sexo. Dado el  logro de lo que significaba poder casarse tras años de creer que esa opción no sería viable, no era de extrañar que la fiesta durara tres días. “Nos casamos en el Pirineo Catalán, con unos cien invitados de veintitrés nacionalidades. Ese día entré al mundo chileno. Llegó la familia de mi marido y había pensado acomodarlos en casas de primos o amigos míos. Pero no, se quedaron en mi casa, en el living, y dijeron: ‘Si ya llegamos hasta aquí, no nos vamos’”, dice Fred, antes de recordar cómo su living parecía un camping de chilenos que lo divertían cantando en las noches.

“Después, la fiesta fue con mucha comida mezclada, entre chilena, francesa y catalana. Yo fui un poco malo, porque no le dije a la gente lo peligroso del pisco sour. Bebieron mucho, así que estuvo muy animado el evento”, confiesa muerto de la risa.

Las cosas iban bien en Europa, salvo por la crisis que obligó a mucho de sus amigos chilenos a volver a la patria. Y aunque ambos tenían sus trabajos, tomaron sus cosas y se vinieron a vivir a Santiago.

“Decidimos venir aquí los dos, pero estábamos preocupados emocionalmente, de no saber cómo podía vivir una pareja homosexual, casada, en Chile. Sobre todo nosotros, que no somos la típica pareja gay, porque no estamos dentro del gueto gay. Tenemos el 98% de nuestras amistades heterosexuales. No vivo en un entorno gay, y no sabíamos si eso se podría hacer aquí. Pero llegamos y no tuvimos ningún problema. Hasta reconocieron el matrimonio”.

-¿Cómo es eso?
“Lo que pasa es que en Chile, el gobierno tiene que reconocer todos los actos y contratos hechos en el extranjero, y un matrimonio es un contrato hecho entre dos personas. Ahora tengo un visado temporal de un año, como cualquier persona vinculada con un chileno. Lo encuentro genial porque facilita la vida”.

-¿No han sentido algún tipo de rechazo, sobre todo por estar casados?
“No, nada. Al contrario, encontré justamente que la gente quería demostrar que estaban tolerantes. Así que en un comienzo hubo casi una exageración de buen rollo al recibirme. Sabemos que Chile es un país muy católico y conservador. Pero mi filosofía de vida es que si quiero que me acepten, tengo que aceptar al otro como es. Entiendo que haya personas que por creencias, no acepten un matrimonio entre dos hombres, pero eso lo podemos conversar como dos adultos. No hay problema en hablarlo y respeto sus opiniones. Creo que si todos somos tolerantes, podemos vivir juntos”.

-Llegaste en marzo, justo el mes en que falleció Daniel Zamudio.
“Sí. Para mí fue súper extraño, porque veía que todo iba bien y pasó eso. Es terrible pensarlo, pero el mundo evoluciona cuando pasa algo duro. Si no, la sociedad no se mueve, porque es lenta. Es horrible lo que pasó, pero logró que un país entero reaccionara y hoy, está cambiando. Esto no se trata de copiar a otros países. Chile debe cambiar con su personalidad. Siempre que me dicen aquí que Chile es un país retrasado en estos temas, siempre les cuento que vengo de Francia,  donde mi matrimonio no está reconocido, y de un continente en el que hay mucho clasismo, racismo, y donde los gay están aceptados, pero dentro de un límite”.

-Una vez en el país, ¿qué te pareció el estilo de los chilenos?
“Hay varios estilos diferentes. Está el chileno clásico, parecido al estilo francés, no atrevido, sin querer destacar. Después está el otro, el estilo sudamericano, con los vestidos llamativos, apretados. A mí me gusta más insinuar, no mostrar.  Se puede ser sexy sin mostrar la carne”.

-¿Algunos errores que te llamen la atención?
“Ayer fui a un evento y primero, nunca ponerse un sujetador con el tirante transparente. ¡Se ve! Así que directamente, mejor ponerse un tirante bonito, decorado. Esta cosa de silicona es horrible, no funciona. El error dos, si te pones un vestido corto, aprende a sentarte, a cruzar las piernas y sacrifícate; si es necesario, no te sientas o te agaches. En general, hay que adaptarse a un evento, aprender a jugar. No digo que haya que ir súper elegante a cualquier parte, pero un hombre podría ir de jeans, unas zapatillas y un blazer y le da el toque. En un avant-premiere, por ejemplo, hay todo un equipo que presenta un proyecto y tú tienes que mostrar que tienes interés en esto y tomarte el tiempo en tu casa de prepararte, aunque sea media hora, para mostrar respeto al equipo. No es ‘ay, no me preocupo porque soy muy cool’. Eso a mí no me gusta. No soy cool”.

-Eso, ¿sobre todo con los hombres?
“Sí, pero estoy viendo que se están arriesgando más. Ya no hay tanta chaqueta negra. Eso sí, creo que la mujer chilena es estupenda, a diferencia de los hombres que, en general, les hace falta una dieta -yo también la estoy haciendo-. El hombre chileno parece el accesorio feo de la chilena”.

Su conocimiento en el arte de la moda y el buen vestir no solo los aplica en sus rostros. Hoy por hoy debe asesorar a familiares y amigos que le piden sus consejos para verse impecables. Como su sobrina, a quien acompañó a probarse cerca de 30 vestidos para su fiesta de graduación.

-¿Cómo es esto de entrar a una familia chilena?
“Fue curioso. Yo tenía mucho más miedo de lo que debía. No sabía cómo sería entrar en una familia tradicional chilena, a una cultura que no conocía. Pero fue sorprendente porque todo el mundo me recibió con los brazos abiertos. Estoy feliz. Tengo mi familia, mi suegro que me llama y soy uno más. Él me presenta como el yerno. No hay tabús ni mala cara. Además, los chilenos son tan abiertos. Es extraño el sentimiento que hay con los amigos y la familia, porque no tiene nada que ver con Europa. Aquí entras y no puedes salir (ríe)”.

-¿Qué diferencias hay?
“Lo que encontré sobre todo diferente a nivel de vida de pareja, es que en Europa, te presentan a los amigos y siempre serás el novio, marido o pareja de. Pero aquí la gente rápidamente te considera una persona aparte. No soy ‘el marido’, soy Fred. El primer viaje que hicimos aquí, después de casarnos,  nos juntamos con los familiares que no habían podido ir a Barcelona. Nos fuimos a un restaurante en el centro de Santiago y me puse rojo de vergüenza, porque todos empezaron a gritar que tenían un primo nuevo. Eso fue súper emocionante. En Europa somos súper controlados con la familia. Aquí no, entras y te abrazan apretado. Como dice una amiga, con el ‘abrazo a la chilena’, que te golpean en la espalda. Me gusta eso. Al principio era un palo cuando me abrazaban, pero ya me relajé. Estoy feliz en Chile”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Tengo dos adicciones. La primera es la ropa. Nos trajimos todo de Barcelona en un conteiner, y la mitad era de mi ropa. Compro mucho y de todo. He llegado a comprar tacones de mujer, que ni me pongo. Pero los vi en una vitrina y se veían tan bonitos que no los podía dejar escapar. Para hacer positiva esta adicción, los regalo. Así que compro también para los demás. Mi segundo problema es la comida. Me encanta comer, los asados, los mariscos… Pero sé que cuando uno sale en televisión no debe hacerlo”.

-Pero eres flaco.
“Me pongo faja (ríe). No puedo resistir una buena comida. La carne, el pie de limón, el merengue, las papas fritas... Todo lo malo, no las verduras. Tengo que ponerme a dieta e ir al gimnasio, todo lo que le digo a mis rostros”.
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