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Claudia Peña y Lillo: La monja que ayuda a los sacerdotes en medio de la desconfianza por los abusos

Religiosa paulina, desde hace muchos años ha estado involucrada en el proceso de formación de consagrados. En medio de la crisis que enfrenta la Iglesia, lanza un libro que aborda el tema de los abusos a menores donde recuerda que la cultura de violencia en la que estamos inmersos es cultivo para lo que se vive.

24 de Abril de 2013 | 11:48 | Por María José Errázuriz L.
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Foto de Alex Valdés
Estudió psicología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, creada tras el Concilio Vaticano II para formar personas que dieran apoyo a los consagrados. Por eso, junto con estudiar, durante toda la carrera debió someterse obligatoriamente a terapia. “Es que no se trataba sólo de ser psicólogo o sólo director espiritual”, explica.

A la hermana Claudia Peña y Lillo, de la Congregación Religiosa Hijas de San Pablo, le ha tocado duro en los últimos años. Reconoce que en el contexto de crisis y denuncias que ha enfrentado la Iglesia, no ha sido fácil dar acompañamiento espiritual a los religiosos, cuestión que hace, principalmente con superiores y formadores desde 1985.

El tema de los abusos sexuales de menores y pedofilia entró violentamente en la agenda y ella ha debido apoyar a los sacerdotes que hoy se sienten en la mira de todo el mundo, y reconocen íntimamente la vulnerabilidad en la que se mueven.

Por eso, tras hacer un magister en Comunicaciones en la Universidad Diego Portales, acaba de lanzar el libro “Por una cultura de la prevención del abuso de menores” (ediciones Paulinas) en el que aborda el contexto cultural en el que se producen estos delitos y propone caminos de prevención que involucran a todos los actores sociales.

-El tema del abuso de menores no es algo fácil de abordar dentro de la Iglesia. ¿Debe haber generado sorpresa que una religiosa escribiera un libro?
“Puede ser, puede ser por ser monja, por ser mujer. Pero en los lanzamientos del libro que hicimos hace poco quedé sorprendida de la valoración y aprecio que le dan al libro por la importancia que tiene el tema. Vi buena acogida y de hecho, me han escrito pidiéndome asesorías”.

-¿Escribiste el libro pensando en los consagrados o en la sociedad toda?
“En la sociedad toda, pero, especialmente, el telón de fondo es el apoyo a los sacerdotes, los futuros consagrados, que han sido siempre mi opción. Encuentro que ellos necesitan mucha más ayuda porque les cuesta dejarse apoyar en estos planos”.

-¿Por qué, se sienten en la mira?
“Porque la formación afectiva y psicológica que reciben todavía no es lo suficiente que se necesita, en un modo profundo. Están en la mira precisamente porque hay fragilidad en esto y ellos están preocupados. Hay muy buena disposición de los seminarios de abordar el tema”.

-¿Se sienten vulnerables en este tema?
“Sí, lo están. Se sienten muy temerosos de la mala interpretación de cualquier gesto de naturalidad, espontaneidad, de cariño. Están preocupadísimos porque ya no pueden abrazar a un niño siendo que nosotros, los latinoamericanos somos afectuosos, cariñosos. Que hoy haya que tomar distancia de cualquier expresión afectiva es un problemazo. A ellos les digo que Jesús no tenía ningún problema de acercarse a los niños y mujeres porque estaba ubicado en su lugar, con una identidad clara, definida. Si estamos bien parados como religiosos, no tenemos por qué temer, tenemos que estar tranquilos, pero, es verdad, tememos ser acusados de cualquier cosa”.

Consagrada hace 48 años, Claudia Peña y Lillo ha cumplido diferentes roles en la formación de consagrados; durante un tiempo estuvo involucrada en los procesos de selección vocacional, luego de acompañamiento en todos las etapas de formación y en la preparación a los votos perpetuos y ahora, de apoyo a los sacerdotes.

Por lo mismo, reconoce que el tema de la prevención de los abusos de menores no era un tema que estuviera, por así decirlo, en la malla curricular de los seminarios hasta que explotaron los escándalos. Aclara que había educación sobre afectividad y sexualidad, pero recién cuando se denunciaron los primeros casos de abusos, se asumió el tema. “Sonó una campana de alarma para todos”, dice.

-Dices que Jesús no tuvo estos problemas, ¿no los tuvo porque estaba inmerso en otra sociedad, era otro mundo?
“Obviamente, pero eso no quiere decir que si Jesús estuviera hoy aquí andaría con medidas de distancia frente a la gente. Como auténtico hombre, como ser humano integrado, se debe ser capaz de vivir esto como desafío”.

-Pregunto lo anterior porque tu libro no se queda en las recomendaciones clásicas o medidas de prevención. Tu libro revisa el contexto social y cultural en que se dan los abusos.
“Sí, sitúe el tema en el profundo cambio cultural que hemos vivido y del que debemos hacernos cargo. El desafío de formación es enorme no sólo de religiosos, sino de profesores, de los padres.
“Hoy hay un enfoque policial para enfrentar el tema, los jardines infantiles están plagados de cámaras y vidrios, pero no creo que ese modelo de vigilancia deba ser el único. Tampoco el modelo del autocuidado que hace que le digamos a nuestros hijos que no acepten nada de un adulto, ya que ello responsabiliza al niño de algo que nos les corresponde. Mi modelo es eco sistémico: o sea, padres, educadores, Iglesia, ámbitos comunitario, laboral, gubernamental, todos debemos colaborar, todos somos los terceros que vemos y debemos hacer algo para proteger a los niños”.

-Apuntas a una cultura de la violencia que impera en todos los ámbitos y postulas la necesidad de crear la cultura del buen trato. ¿Eso es posible?
“Es un tremendo desafío, parece utopía, pero tenemos que soñarlo y trabajar por ello. Por eso apunto a la política de los pequeños pasos, si cada uno hace algo, se logrará”.

-Algunos sostienen que los abusos a menores se han dado siempre y que hoy sólo se conocen. ¿Es así o se han incrementado en esta cultura violenta que describes?
“Han existido, y según las culturas diversas. Hay algunas para las que el abuso es normal, pero hoy el conocimiento de los abusos, a causa de la comunicación, los hace más visible.”

-El título de tu libro no considera la palabra sexual, supongo que con su qué. De hecho hablas del abuso del padre al hijo a través del maltrato autoritario. ¿El abuso sexual está haciendo olvidar ese otro tipo de abuso?
“Puede que el lenguaje juegue en contra en este tema. Todos los días tú ves actitudes de maltrato en todo orden. Sólo camina por la calle y ve la basura, y eso es maltrato al otro, a la naturaleza. A gran escala tienes el maltrato de las compañías que explotan trabajadores o contaminan el agua.
“Hay que tomar conciencia de dos cosas: primero, que el maltrato que vivimos no sólo es en el ámbito sexual, y segundo, que el abuso sexual se da, principalmente, en el ámbito de la familia, o sea, entre los seres más queridos de un niño”.

-¿A qué te refieres cuando directamente hablas de la cultura de la pedofilia?
“Me refiero a algo que se presenta y explica hoy por la frustración que están experimentando las personas que se hacen altas expectativas. Algunos a partir de ellas viven rabia y después de eso viene la depresión. Cuando una persona experimenta esa rabia en la empresa, en la casa, muchas veces explota esa rabia cargando con el más débil; no con el que debiera como el jefe, sino que con el niño.
“La pedofilia es una dinámica psicológica incomprensible y esta cultura de la pedofilia se ampara en la cultura del silencio; hay un acuerdo como tácito de no hablar de esto por miedo, por prestigio. Es hora de destapar esto”.

-Hablas de crear microambientes sanos para los niños, ¿cuáles son sus claves?
“Construir un acuerdo en red entre la familia, el colegio, los vecinos, el club deportivo. Debe haber un mutuo acuerdo de mirar y velar por proteger a los niños. Un padre solo se pierde en esto, si el colegio no está en la misma sintonía, si la empresa de transporte no está en la misma sintonía, el deseo del padre no siempre se concreta”.

-¿Si la familia, la mayor de las veces, es el origen del abuso, qué factores protectores le quedan a un niño que sean certeros?
“Es dramático ese escenario. Hoy hay muchas familias disfuncionales, y lo que se necesita es buscar referentes para ese niño. Hay que buscar personas que puedan suplir lo que el falta en el ambiente familiar”.

-¿La pedofilia ha sido bien abordada? ¿Se le está mirando de manera sesgada, sólo como una enfermedad?
“Me parece que el tema del abuso en general y del sexual de menores, en particular, se está abordando en forma sesgada. Se le mira de forma sesgada cuando se acusa a toda la Iglesia de los abusos de unos pocos; la Iglesia somos todos, la catequista, el cuidador del templo, cada familia o matrimonio, no sólo el sacerdote.
"Para la ciencia el tema de la pedofilia es algo abierto, se estudia aún sí es una patología o un delito, y para algunos un pecado. Si es patología debiera estar el culpable en un psiquiátrico; si es un crimen, en la cárcel; si es pecado, en penitencia. Dado que no está claro lo que pasa neurológicamente en las personas, no se puede establecer qué es”.
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