Llega puntual, ni antes ni después. Cristóbal Tapia-Montt parece reloj para llegar a la cita con Tendencias & Mujer, acompañado de un look pulcro, alejado de la imagen de su personaje, Carlitos Vega, de “Las Vega’s”, y que se refuerza cuando, al sentarse, comienza a alinear tu iPad y celular, para que todo esté en orden.
Se toma las cosas con calma, sonríe y se toma sin apuros su café sin azúcar. Pareciera mentira que al actor, en realidad, el tiempo no le sobra. Además de estar grabando la próxima nocturna del 13, hoy se encuentra preparando su segunda exposición de dibujos, después de haber vendido todo en la primera, y ensayando con “
Red Cousins”, la banda en la que él toca chelo (instrumento que aprendió a tocar hace un año y medio, de tincada, como para no aburrirse).
“Fue súper difícil y no puedo decir que toco como para estar en la sinfónica, pero mi vida siempre la he vivido de la misma forma. No tengo estudios profesionales de nada, y si me planteo una inquietud, actuar, por ejemplo, veo de qué forma puedo aprenderlo para lograr lo que quiero hacer”, dice.
Pero, ¿cómo este chelista, dibujante y también autodidacta diseñador y productor de arte fue a parar a las teleseries? Corría el año 93’ y con apenas 12 años, Cristóbal no podía entrar al curso opcional de teatro del Saint George's College, porque tenía que reforzar matemática, lo que más le costaba.
Sin embargo, su oportunidad la buscaría a como diera lugar: Un día, la profesora del curso entró a su sala para entregarle unos papeles a los alumnos que sí eran parte de su clase de actuación. “Le pregunté a una compañera que para qué era ese papelito y me dijo que para un casting de una serie de televisión, pero que era solo para la gente del opcional. Así que esperé que se fuera a recreo, le abrí el estuche y le robé el número de teléfono”, relata el perseverante actor.
El resultado de su osadía fue quedar en el casting de “La pandilla”, una serie de TVN que se llevó a todo su preadolescente elenco al sur y durante meses, preparó a cada uno de los jóvenes con clases de actuación y guión. “Para mi mala suerte, se demoró en salir la serie, y se dio cuando yo ya tenía 15 años. Yo estaba en segundo medio, adolescencia brígida, y aparecía en la tele como un cabro chico que quería salvar el mundo. ¡Me quería matar!”, recuerda.
“Al final, opté por estudiar diseño por la típica tontera de que es más rentable, blablablá, pero duré solo tres años y me mandé a cambiar, para irme a la vida; empecé a trabajar en una revista como productor de arte en editorial y comerciales, y actué en cortometrajes y propagandas”, resume. Con esta forma de ver las cosas, cuando le dijeron que buscaban actores para una teleserie que se grabaría en Puerto Rico no la pensó dos veces, y terminó haciendo a Rodrigo Cifuentes, en “Don amor”.
-¡Qué entretenida tu vida!“Sí, no puedo quejarme. He tenido mucha fortuna y estoy agradecido. Obviamente, para mis papás ha sido una pesadilla; querían que el hijo tuviera un título, solvencia económica, estabilidad, pero nunca me ha faltado. Además, trato de sacar el mejor provecho de cada oportunidad, no me la puedo farrear. Como no tengo título, tengo que demostrar que me merezco estar en el lugar donde estoy. Esa es mi única forma de defenderme; que la gente vea lo que hago”.
-¿Sientes más presión por eso?“Sí, por supuesto. Estar trabajando con gente que ha estudiado cinco años, que hacen teatro y llevan 20 años haciendo teleseries, obviamente es intimidante hasta el día de hoy. Plantearse una escena con
Alejandro Goic no es fácil, ¡él es groso! Y siempre es la pregunta ‘oye y tú, ¿dónde estudiaste? ¿Estás en alguna obra?’. Y yo, ‘sorry, pero no estudié’, como con vergüenza. Así que por una cosa de respeto al compañero, me esfuerzo y trato de estar a la altura”.
-¿Te has sentido discriminado?“Algunas veces, sí. Me ha pasado en casos muy puntuales en que me han mirado y tratado muy feo. Pero la verdad es que estoy tan acostumbrado a tener que demostrar, independiente de lo que esté haciendo –dirección de arte, producción de editorial o actuando- que no me importa mucho. Eso sí, han sido casos muy puntuales y freak. No es una cosa de aquí del canal, y con mis compañeros tengo muy buena onda. No quiero que se malinterprete”.
-Igual, solo con tus últimos personajes -el golpeador de Gonzalo Baeza (“Peleles”) y ahora Carlitos- sirven para ver que mal no te ha ido.“Sí, aunque yo tenía ene miedo cuando me propusieron a Carlitos, porque físicamente soy mucho más cuico que flaite, y no quería que pareciera una caricatura. No sabía bien por dónde agarrarlo; quería que fuera creíble, pero un flaite, al fin y al cabo, es un personaje. Al final aposté por hacer que fuera adorable, ingenuo, un niño en un cuerpo de un adulto joven, que reflejara esa falta de cariño que tuvo como hijo único y con una madre alcohólica que, además, lo tenía abandonado. Dio buenos resultados, por suerte”.
-¿Qué te dice la gente?“Pura buena onda. En el primer capítulo, eso sí, me quería tirar por la ventana. Sentía que era muy caricatura, que estaba muy arriba el personaje. Pensaba que listo, ya estaba todo grabado y me iban a hacer pedazos. Pero a medida que pasaban los capítulos, fui viendo que me decían ‘¡buena, Charlie!’, ‘¡Carlitos, te amamos!’… Y la gente se fue encariñando con el personaje”.
-¿Cómo fue el tema del corte de pelo?“Yo lo propuse, y como había que agarrarlo de algún lado que fuera adorable y divertido, se me ocurrió hacerlo ‘flaite sopaipa’, pero mal hecha. Después todos me preguntan si era peluquín, pero me había cortado el pelo en verdad. Eso sí, en la vida me lo peinaba para atrás y pasaba piola. De hecho, creo que me lo voy a volver a hacer”.
Sueños en inglésCristóbal tenía apenas 20 días de vida cuando partió a Estados Unidos con toda su familia a vivir por un trabajo de su papá. Y hasta los 9 años, vivió yendo en school bus hasta su escuela, donde almorzaba con una cajita de leche, no sin antes, muy temprano, haber hecho el saludo a la bandera con la mano en su corazón.
Y aunque sus papás desde siempre le hablaron en español, este niño, que aprendió primero a hablar en inglés, creía que Chile, por hablar lengua latina, era lo mismo que México; por ende, con tequila, tacos y sombrero de charro. Por eso cuando regresó al país el año 89’, no entendía nada.
“No sabía que Chile estaba conectado al continente norte, a ese nivel, nada. Era gringo-gringo y hablaba como ‘gringou’. Estados Unidos fue entretenido y representa una parte muy importante de mi vida. Es la mitad de lo que soy”.
-Te formó las bases de casi todo…“Sí, soy bien gringo para mis cosas. Soy puntual. Si es a las 9, es a las 9. No cinco para las 9 ni a las 9.05. Si llego antes, espero afuera y todo el timbre a las 9. También saludo cuando entro a una tienda o con mis vecinos. ‘Hola, ¿qué tal? ¿Cómo estás?’. Me pasa en mi edificio, que saludo y no me miran, aunque vayamos en un ascensor. ¡Loco, eres mi vecino! ¡Te he visto mil veces! No quiero conversar de tu vida, pero, ¡hola! Esas cosas tengo de gringo, además de hablar y pensar en inglés”.
-¿Oh, my God?“Si, y si me pego, digo ‘fuck!’. Es que tengo esas expresiones ya integradas. Si sueño con amigos de allá, sueño en inglés”.
-¿Viste la película ‘El gringuito’?“Sí y claro, lo mío fue algo parecido. No cachaba nada. Piensa que yo llegué de un suburbio sin rejas, como ‘El joven manos de tijera’, pero sin los colores pastel de Tim Burton. De eso, llegué al centro de Santiago, el año ’89, con grafitis y protestas. Tenía miedo, y no entendía por qué rayaban los monumentos, por qué había que protegerse con rejas, onda ‘ mom, what’s going on? I’m scared!’
“Tuve un impacto social súper grande, pero que agradecí después, porque me abrió los ojos. En Estados Unidos vivía en una burbuja y fue bueno entender que existe la pobreza y las desigualdades sociales”.
-¿Cuál es tu vicio privado?“Antes tenía un tema con colores. En mi escritorio, en alguna época, tenía todo blanco y no podía haber nada que no fuera rojo o azul. Si había algo de otro color, lo sacaba y lo cambiaba de lugar”.
-¿Investigaste por qué te pasaba eso?“No, para qué. Ya se me pasó”.