No usa las palabras sanar o reparar, cree más en reencontrar el equilibrio de las fuerzas internas. Y aunque se niega a hablar de terapia, en el fondo tanto los caballos como las personas que llegan a sus manos logran descubrir un camino que les devuelve ese equilibrio perdido.
Soledad Birrell, la susurradora de caballos chilena, aprendió la técnica en Utah, junto a Stan Allen, el entrenador que inspiró la película de Robert Redford estrenada en 1998 bajo el nombre de “El señor de los caballos”. Tras esa certificación continuó sus estudios y obtuvo otra en psicoterapia asistida por caballos.
Hoy hace clases de psicología equina y realiza sesiones de apoyo terapéutico y coaching a niños y adultos en el Santiago Paperchase Club, donde se le ve desplegar todos sus conocimientos en la tranquilidad de las pesebreras. Sus experiencias las ha plasmado en distintos libros (estudió literatura pensando ser escritora) como “Caballo maestro”, donde narra emocionantes historias de niños y adolescentes que llegan buscando ayuda y la encuentran en su manejo con los caballos.
Es precisamente en ese libro, donde explicita con claridad qué hace: “El trabajo que hago con los caballos no es psicoterapia, es un trabajo de aprendizaje, de redescubrir herramientas no racionales propias de la naturaleza humana que nos acercan a lo simple y nos aportan información valiosa para tomar decisiones y vivir mejor. Es volver a leer la vida en lugar de juzgarla, la que nos llega desde el cuerpo y sus sentidos, la que nos llega desde el corazón y sus sentidos y la que nos llega de la cabeza y sus sentidos”.
Casada, madre de 5 hijos, luego de estudiar pedagogía en castellano en la UC y un máster en tecnología educacional en la Universidad de Johns Hopkins, trabajó como profesora hasta que sintió que su pasión por los caballos tenía que encontrar una expresión. Su empresa Caballo Maestro le permite prestar los servicios de coaching y apoyo terapéutico a los que recurren niños que son víctimas de bullying, jóvenes universitarios hiper estresados, adolescentes con diversos diagnósticos, entre ellos déficit atencional o Asperger, y también grupos de oficina que buscan una mejor forma de interactuar.
Cuenta que después de haber leído mucho y ver la película de Redford le hizo sentido cuál era el manejo de caballos que quería hacer, qué tipo de relación quería establecer con ellos después de años como equitadora clásica.
“Cuando conocí a Allen me pasaron cosas, me cambió el corazón porque me hizo ver el mundo de otra forma. Me dio un remezón y tuvo que ver con entender que había diferentes formas de habitar este mundo y no sólo desde lo humano”, dice. De paso, agrega que el susurrador, que ya entonces trabajaba con personas, vislumbró que ella terminaría en lo mismo, aunque a Soledad no le gusta que la llamen terapeuta.
“Yo no tengo la formación de un profesional que trabaja en la salud mental, entonces por eso considero que no es razonable decir que soy terapeuta”, aclara.
-¿Qué podemos aprender las personas de los caballos?
“Cuando se entra una relación con caballos se develan varias cosas: primero, que somos seres sociales, pertenecemos a una manada y nos rigen las leyes de la manada. Es así como cuando una persona siente que la están maltratando, se le dispara un mecanismo biológico de alerta, que la pone en posición de cuidado, de advertirle que la están echando de la manada y está en peligro.
“Ahora, el sistema occidental nos tiene convencidos de que andamos por el mundo como individuos, ignorando estos aspectos biológicos y resulta que el cuerpo actúa antes que la mente y de ahí que vivamos en permanente estado de estrés. La biología nos hace sentir incómodos, pero lo ignoramos, cosa que jamás haría un caballo.
“Segundo, el ser humano tiene tres centros: un ser racional que está regido por la cabeza –que entre paréntesis es en el único en que te pueden mentir porque está sostenido en el lenguaje-, un ser corporal –que no miente- y un ser emocional, espiritual. Se ha establecido que en la comunicación de dos personas sólo el 7% es verbal, que se ignora el otro 93% de la información. Y hemos decidido vivir en los discursos, pero un caballo te mira y te dice ‘estás loca, no te creo nada de lo que me dices’ con sólo verte”.
Soledad Birrell explica que un caballo también nos hace cuestionarnos: ¿yo soy ciento por ciento caballo y tú? Porque él sin palabras se da cuenta que nosotros estamos regidos por máscaras. Por eso, un niño pequeño le logra sacar una foto a una profesora en la primera clase, como lo hace un caballo con una persona porque tiene que ver con una capacidad biológica destinada a sobrevivir. Y de ahí, continúa, que un niño se rebele cuando no le cree a un adulto.
-¿Las personas que recurren a ti buscan un camino que por otro lado no encontraron?
“Yo planteo esto como una entrega de herramientas. Entiendo que en una terapia hay un proceso de acompañamiento; en cambio, yo hago acompañamiento en la búsqueda propia de nuevas soluciones, donde se gasten menos energías, que te hagan sentirte cómoda, que te alineen hasta que tener la sensación de no estar actuando desde las máscaras. Esas soluciones son las que se construyen con los caballos, que después hay que seguir usándolo. A mí me llegan personas que no han encontrado respuestas en el mundo de la salud mental y aquí en la primera sesión, al trabajar con los caballos se le devela todo, a boca de jarro”.
La razón por lo que ocurre esto es que en las personas, en su relación con los caballos están experimentado en un espacio de no juicio. En el mundo equino no hay juicio y eso te permite explorar nuevas opciones sin sentirte observado, juzgado, donde todas las posibilidades están abiertas. “Un caballo se te acerca o se te aleja en la medida que vea coherencia en ti, en la coherencia quiere hacer manada contigo. Es una relación espejo y por eso cada uno construye sus propias herramientas”, dice.
El trabajo con el caballo es sin montarlo ni tomarlo con una soga, sino que se usa lenguaje corporal, determinación y autenticidad para lograr que el animal efectúe los movimientos que uno desea. Por eso, hay caballos que simplemente no responden a ninguna orden porque “no le creen” a esa persona. Pero “cuando realmente te atreves a bajar tus barreras, tus defensas y sacar al niño que se tiene adentro, inmediatamente, el caballo se te pone al lado. La comunicación se da en el instante en que uno decide ser uno mismo”.
-Por todo lo anterior estás haciendo coaching en empresas.
“Sí, un amigo me dijo que las empresas gastan millones en cursos de liderazgos para gerentes, pero que no servía porque ellos no resultaban creíbles, y es verdad, porque la credibilidad está en el cuerpo y no en lo que se dice. Además, hay un tema de confianza, que es algo presente en la manada, si no hay confianza tampoco va a haber credibilidad, y de ahí que el grupo de personas acá se convierte en una manada de caballos, entendiendo y actuando bajo las leyes de una manada”.
Soledad explica que en una manada los miembros se ven unos a otros sin juzgar y además, los roles están relacionados con los dones. De ahí que en la manada cada caballo hace lo que está relacionado con lo que es, lo que permite la expresión de la diversidad de esos dones. Mientras mayor cantidad de dones hay en el grupo, mayor la posibilidad de sobrevivencia. Y el que asume de líder es el que tiene ese mejor don. “En los grupos humanos los roles se asignan con otros criterios y si a uno le asignarán su rol en total coherencia con lo que se es, se viviría en una completa armonía; en una manada de una empresa se es capaz de mirar al otro sin un juicio y se ve que los dones juntos pueden resolver problemas, pueden empezar a funcionar”, explica.
Agrega que otra de las leyes de una manada es que cada uno tiene que hacerse cargo de uno mismo. Entonces hay que pararse en lo verdadero, en lo real que uno es, en lo que se tiene para ofrecer a la manada de tal manera que ésta lo reciba. Pero a la vez, esa persona o ese caballo tienen claro cuáles son los límites personales y no están dispuestos a que otros los transgredan.