Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, más conocido como Stalin, tomó su nombre de una amante, muy aguerrida y seis años mayor. Sí, Ludmila Stal marcó la juventud del dictador soviético de tal forma que éste tomó su nombre –Stal que significa acero- y lo transformó en Stalin, algo así como hombre de acero.
Hitler, un narcisista, se enamoró de su sobrina Geli, quien puso término a su relación con un disparo directo en su corazón, igual como lo hizo Nadia, la segunda esposa de Stalin.
Los más escabrosos detalles sobre la vida de las mujeres que rodearon a, quizás, los cuatro dictadores más famosos del mundo –Stalin, Hitler, Mussolini y Franco- son los expone la periodista y escritora española Rosa Montero en su libro “Dictadoras” (Lumen).
El libro recoge, en gran medida, el trabajo que realizó la escritora para una serie de televisión del mismo nombre que grabó en los lugares fundamentales en la vida de estos y que transmitido en Argentina.
Basada en biografías y entrevistas a historiadores y familiares de los mismos, Rosa Montero reconstruye las personalidades obsesivas de cada uno y nos devela que sus pasiones por el poder muchas veces no tenían absolutamente nada que ver con sus complicadas vidas privadas, donde las mujeres no tenían ningún valor y eran, fundamentalmente usadas.
Manipuladores y nada fieles, algunos incluso generaron dudas sobre su definición sexual, como es el caso de Hitler. O en el caso de Mussolini, un amante desatado del que se calcula se habría relacionado con unas 600 mujeres.
A lo mejor en la vereda opuesta se puede colocar a Franco, quien no visitaba prostíbulos, se obsesionó con conquistar a Carmen, quien sería su esposa, y a quien muchos consideran una beata que ejerció el poder en las sombras.