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Sebastián ‘Lindorfo’ Jiménez: El papá que aprendió que el trabajo no es lo más importante

Reconoce ser hiperquinético. Pero casi como terapia, hoy -de regreso en la tele abierta- se preocupa de que su trabajo no vuelva a quitarle, como en el pasado, tiempo para ver crecer a los suyos. “Uno se mal acostumbra porque sabe que cuando llega a la casa van a estar ahí, pero no los disfrutas, no los observas”, dice el veterinario.

06 de Mayo de 2014 | 15:44 | Por Ángela Tapia Fariña, Emol.
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Sergio López, El Mercurio
Son las siete cincuenta de la mañana y Sebastián Jiménez (@lindorfovet) está estacionado al frente de la entrada de un colegio en Lo Barnechea. Acaba de dejar adentro, puntualmente, a sus hijos, y aunque le quedan un montón de cosas por hacer en el día, se da tiempo para hablar con nosotros en su auto. “A esta hora estoy más relajado”, afirma.

Quien fuera bautizado por Kike Morandé como “Lindorfo”, por esos años en que rompía en sintonía junto a Alfredo Ugarte, el Bichólogo, y Jeannette Moenne-Loccoz en ‘La ley de la selva’, regresó hace un par de meses a la televisión abierta con “La tarde vive” (UCVTV), junto a Carola Julio, es un espacio misceláneo, alejado de su labor como veterinario televisivo –como se le vio el año pasado con “Dr. Vet” en Nat Geo-, y que lo tiene bastante motivado porque, a diferencia de otras veces, no se siente consumido por la tele y puede dedicarle más momentos a los suyos: a su esposa, María Carolina Gobantes, y a Sebastián (8), Martina (6), Maximiliano (5) y Rafael (2).

“Todos son guaguas todavía. Los estoy disfrutando todo lo que puedo”, dice mientras saca una foto de sus hijos, con la clásica actitud del papá chocho. “Uno a veces se olvida que la familia es lo más importante”, reflexiona. “Pero estoy haciendo todo un trabajo interno”.

La mente del veterinario, según explica, es de esas que no se calman nunca y están constantemente pensando en ideas que podrían concretarse en un negocio. Es por esto que, aunque dice tener más tiempo libre que otros años, su día está completo entre la tele, su programa en Radio Romántica, su participación en una agencia de publicidad y, por supuesto, su trabajo como médico veterinario, sin cámaras de por medio.

-Pareces ocupado. Pero aquí estás, temprano dejando a tus hijos en el colegio.
“Por supuesto. Hace un tiempo atrás, hice un compromiso con mi señora de que no iba a volver al ritmo que tenía antes. Lo que pasa es que yo soy muy hiperquinético, me encanta estar haciendo cosas. Estoy todo el día pensando en negocios, alternativas, oportunidades, formatos, programas; se me prende la ampolleta con cualquier cosa. Pero hoy estoy un poco más tranquilo, tratando de entender que no puedo acelerar los procesos para que los proyectos resulten. Eso me provocaba mucha ansiedad. Y una de las cosas que hago para trabajar eso es venir a dejar a los niños al colegio. Al final, esto es lo más importante”.

-¿Es como estar en terapia esto?
“Claro. Así trato de desconectarme de esta vertiginosa mente que tengo. Estoy tratando de hacer un trabajo interno. Por ejemplo, el otro día fuimos con el pre kínder del colegio a subir el cerro, y yo les explicaba a los niños los pájaros que había y estas cosas. Lo pasaron la raja”.

-¿Por qué este trabajo interno? ¿Hubo un minuto en que por ser tan hiperquinético no estabas disfrutando a tus hijos?
“Sí. De hecho, de Max, tengo una laguna. No me acuerdo cómo era de guagua. Tuve que ver fotos y ahí me di cuenta que me lo salté. Lo mismo me pasó con la Martina, tengo un lapsus. Siento que no los disfruté, que no los vi, no los observé”.

 -¿Por qué tanto?
“Porque la pega que tenía era súper absorbente y yo soy muy intenso y apasionado. Mi trabajo me gusta, así que me iba con todo y nos iba bien. Así fui involucrándome cada vez más, y uno es tonto y se va olvidando de sus pilares importantes, que lo trascendental no es la pega, es la familia. Uno se mal acostumbra porque sabe que cuando llega a la casa van a estar ahí, pero no los disfrutas, no los observas, no los tocas, no los sientes, no los oyes…
“Eso me pasó, sobre todo, cuando estaba en ‘Morandé…’. Pensaba en que tenía que cumplir, que el programa, que ‘La ley de la selva’, que los horarios… Estaba todo el día en la productora, llegaba a mi casa a ducharme como a las 6.30 pm y partía de vuelta a hacer el programa, para salir a las 12 al aire. Al final, llegaba como a las dos de la mañana a mi casa. Si salía el fin de semana, me quedaba dormido en las comidas con amigos. Hoy quiero ser igual de exigente conmigo, pero desde otra perspectiva interna”.

-¿Cuándo te pegaste esta atinada?
“Durante estos últimos cuatro años. Fue a partir del fracaso del matinal de Canal 13, ‘Viva la mañana’ (2009). Fue el primer fracaso en rating que tuve y que fue seguido con mi partida a TVN y ‘El experimento’ (2011), el reality que duró apenas 25 días. De ahí, chao… Había estado desde el 2001 estable en la televisión y esas caídas hicieron un cambio profundo en mí. Cuando te vas a la cresta o se desarma todo, o creces de una forma súper importante, y espero que en mi caso haya pasado lo último. Al menos yo sentí que no podía seguir igual con el tiempo que dedicaba a mi familia y en el tema laboral”.

-¿Cómo recompensas a tus hijos la falta de tiempo contigo en el pasado?
“Todavía estoy buscando cómo hacerlo, porque siento que todavía tengo poco tiempo, aún estoy muy arriba de la pelota. Estoy en proceso de ir ordenando las cosas e ir priorizándolas. No tengo solucionado el problema. Sé que tengo que resarcirlos, a Maxito y a todos”.

-Hoy, de regreso a la tele, ¿qué vas a hacer para que no te agarre el ritmo de nuevo?
“No, ya no me agarró y lo tengo claro: los medios para mí no son un fin. Son lo que son, un medio, una plataforma para hacer proyectos y las cosas que se me ocurren. La Tere Hales, que es mi compañera en Radio Romántica, me dice: ‘Yo que soy árabe no tengo esa capacidad para hacer negocios que tienes tú. ¡Estas todo el día pensando en massari (dinero)!’”.

Pero otra cosa que no se aleja de la cabeza de ‘Lindorfo’ son, por supuesto, los animales. Aún recuerda con cariño a su gaviota, Gervasio, el pingüino que alojaron en su casa después de encontrarlo en una caja de cartón en el centro, los búhos, las arañas pollito, las culebras, faisanes, tórtolas y otros varios compañeros que vivieron junto a él y sus otros siete hermanos, siendo él el menor. Actualmente, a su familia la acompaña una perra Border Collie y varios conejos.

“Creo que, en general, el mundo ha ido cambiando en beneficio de los animales. Desde hace tiempo les están dando la importancia que merecen, y me siento muy orgulloso de contribuir aquí con la tenencia responsable de mascotas”, dice quien se reuniera ya en el año 2010 con el entonces ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, para hablar sobre el tema. “Con mis hijos, creo que el ejemplo es la mejor enseñanza. Si ven que cuidas a los animales, que les das cariño y los tratas bien, solos entienden que eso es lo correcto”, afirma.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Me carga ver las toallas en el suelo; es súper antihigiénico. Al principio le decía a mi señora: ‘Flaca, yo vengo de afuera, con las patas con caca de vaca. Entro al baño y veo la misma toalla con la nos secamos la cara, en el suelo. Por favor, trata de dejarla colgada’. No logré que me hiciera caso, así que hoy las recojo no más”.

-¿Maniático?
“No soy maniático, pero sí entiendo del tema. El zapato es una cosa muy cochina. Con la suela pisas mugre, basura; metes la pata al agua, que tal vez estuvo estancada no sé cuánto tiempo ahí… Es más cochina que un teclado de computador. Por eso me encanta la cultura japonesa, que se sacan los zapatos antes de entrar a la casa. La calle está llena de mugre, bacterias y virus. La gente debería pensar en eso”.
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