Hay mujeres que transmiten una seguridad inigualable, que desde su caminar y la actitud que llevan, aparentan estar en control absoluto de sí mismas. Cualquiera tendería a pensar que gozan de plenitud en todos los aspectos. Pero como dice el viejo refrán:”caras vemos, corazones no sabemos”.
Son algunos de esos los testimonios que recojo en los talleres de coaching para solteras, en donde la clásica mujer empoderada reconoce que en el campo del amor se volvería un verdadero “terrón de azúcar”, por lo que lo vive de manera absolutamente distinta, en sumisión, tristeza y finalmente abandono.
La pregunta de perogrullo es cómo una misma persona puede convivir desde dos polos de conducta. En un extremo, afirmadas en su seguridad, en control de sus actos, mostrando una presencia imponente, transitar por los espacios transmitiendo autoridad y dominio. Pero en las relaciones personales apareciera una mujer opuesta, la que al poco andar pierde conexión propia desplazándose detrás del otro, se somete y finalmente queda disminuida, con la confusión legítima de no saber quién es en realidad.
Será que los seres humanos poseemos múltiples personalidades, que bajo el stress o situaciones límites, desarrollemos comportamientos tan disimiles a nuestro habituar, y desde esa particularidad quedemos eximidos de responsabilidades que nos compelan a hacernos cargo.
La liberación femenina como cualquier otro hito, sin duda aportó no sólo a las mujeres sino a las sociedades, la oportunidad de lograr un equilibrio en las relaciones y desde ahí, sanearnos y despojarnos de prácticas necias, carentes de sentido y el caldo de cultivo a la rabia entre géneros. A estas alturas, y tal como en cualquier otro tema asociado a la discriminación, parece extraño remontarse a cuestiones que se relacionan con la lógica evolución humana, el tránsito de la caverna hasta estos tiempos.
Sin embargo, muchas veces damos por descontado sólo los beneficios de los emprendimientos, y olvidamos que como en cualquier avance, siempre existen costos asociados, algunos más obvios y otros no tanto. Asumimos solamente las ganancias metiendo bajo la alfombra, todo aquello que las sociedades comprometieron para alcanzar dichos hitos.
Rosa Parks sin duda pasó a la historia como la primera negra que desafió el mandato que obligaba a los de su color a sentarse al final del bus, pero tendemos a pasar por alto los costos de esa tamaña empresa. El acto de Parks le generó que luego de haber sido apresada, no sólo fue despedida inmediatamente ella y su marido, sino que les fue imposible volver a colocarse.
Así cómo este, el movimiento feminista nos sacó de la segunda fila pero sin duda, también conllevó costos asociados. Se impulsó a luchar por lograr igualdades laborales, a anhelar los puestos tradicionalmente prohibidos a las mujeres, pero el llamado no se detuvo en eso. Escaló a borrar cualquier atisbo que denote diferencias fundamentales o nuestra propiedad femenina, y desde ahí, generaciones de mujeres de todo el planeta se apropiaron de este slogan, mirando y copiando un nuevo “deber ser”. Se tornó un verdadero cliché cosas como el “jamás llorar en la pega”, y cualquier rasgo de asociación al prototipo de “mina” quedó automáticamente rechazado y excluido.
Lo que no se resaltó fue la necesidad de además alimentar una visión interna, aquella que da cuenta de la identidad y autoestima. El haber pasado por alto este aspecto de vital importancia, en gran medida promovió que miles de mujeres transiten con la resolución que demanda el mundo laboral, pero que puestas en situaciones de incertidumbre o stress como suele suceder en las relaciones de pareja, prontamente descubren su afectación y la mirada empobrecida de sí mismas-o derechamente-la total ausencia de mirada.
El viejo dicho que “para hacer tortilla hay que romper huevos” reconoce que en la mayoría de los casos, el fin justifica los medios. Sin embargo, parte del decantamiento de los procesos, implica que con el paso del tiempo las sociedades se reajusten en función de aquellos vértices que puedan haber sido afectados.
Hoy existe la oportunidad de mirar cuánto realmente conviene el seguir instalados en esa supuesta unicidad. Que la madurez de nuestras sociedades permite empezar a reconocer las diferencias legítimas de géneros y desde ahí el enriquecimiento, con el aporte propio de cada uno. Que ya es tiempo de abandonar “los ropajes ajenos” y revaloremos aspectos que en algún tiempo u ocultamos o abandonamos en pos de esa lucha histórica.
Que aspectos blandos tales como la fragilidad, la seducción y la ternura nos distinguen, nos predisponen hacia la vida y que hoy en justicia, toca reivindicar como una nueva causa. La del llamado a construir urgentemente esa identidad, para que el empoderamiento que no sea más una apariencia sino producto de la seguridad, la alegría y el amor propio.
Ma.Cristina Vásconez,
coaching para solteras