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Sylvia Langford: La psicóloga que ayuda a no criar hijos ‘mamones’

Esta psicóloga le dice a los padres de manera directa y sin rodeos que han confundido amor con asistencialismo y sobreprotección; que todo en la vida implica trabajo y esfuerzo y que eso no se lo están inculcando a sus hijos.

30 de Julio de 2014 | 11:05 | Por María José Errázuriz L.
El título de su libro lo dice todo: “Upss, formé un mamón” y grafica claramente cómo los padres de hoy, por diversos motivos, han transformado a sus hijos en personas sin voluntad, que no se esfuerzan por nada, que rebaten todo, que nunca se hacen responsables de las cosas que les pasan.

Estos mismos niños se enfrentan a padres bipolares que castigan y premian según el resultado de las negociaciones a las que se someten, y terminan manipulando con pataletas, no sólo esa del llanto desatado revolcándose en el suelo, sino que aquella donde el adolescente no quiere hablar, no quiere contestar o simplemente dice ‘no voy a hacerlo’.

La psicóloga Sylvia Langford cree que todo lo anterior atenta contra la posibilidad de que esos niños sean emprendedores, pero no en el sentido empresarial, sino en el sentido de enfrentar la vida.

Creadora del método Langford, que difunde por Chile a través de charlas y Flowing, escucharla hablar se aleja de muchos de los títulos que le han atribuido –entre ellos de psicomaga- y se acerca bastante más al sentido común, uno que se ha perdido en la crianza actual.

Curiosa y directa, nació en Inglaterra y llegó a Chile siendo una adolescente. Apasionada de los deportes, como entrenadora pudo detectar las dificultades que presentaban los niños, su falta de hábitos en todo orden de cosas y eso la llevó a estudiar psicología y comenzar el camino que la tiene al frente de este gran proyecto.

Por años tuvo una consulta particular, pero pese a la alta demanda, resolvió cerrarla para transmitir su metodología en forma masiva. Y fue precisamente en una de esas charlas, donde una madre se le acercó y le dijo “upss, parece que formé un mamón”.

-¿Los padres están viviendo en un estrés permanente por querer ser ‘buenos padres’?
“Absolutamente, y primero hay que definir lo que es estrés. Estrés es aquello que sentimos cuando no tenemos los resultados que quisiéramos y bajo ese punto de vista, los padres hacen un tremendo esfuerzo y no obtienen los resultados que quisieran”.
-Entonces la pregunta debe ser ¿cuáles son los resultados que quieren?
“Efectivamente los resultados están ligados a las expectativas que uno tiene como padre y sociedad, pero creo que esto es más simple; es como tratar de querer hacer una torta sin harina, nos preocupamos de la crema y la decoración, pero nos hemos olvidado de la sustancia. Nos hemos olvidado de ello y nos contradecimos.
“Queremos formar seres humanos felices, pero nuevamente tenemos que definir qué es para los padres felicidad. Y hemos confundido felicidad con placer, porque creemos que mientras el niño más tiene es más feliz y eso no es felicidad. La felicidad es un camino que va por dentro. Algo pasó con nosotros que cambiamos los conceptos; creemos que la felicidad es ver a un niño reírse porque tiene todo, cuando la felicidad es el brillo en los ojos de una persona que está tranquila”.

-¿O sea, la felicidad de un niño está en lo que hizo con sus medios y no en lo que tiene porque otros se lo han dado?
“Esa definición es clara. Humberto Maturana dice que no hay ningún niño que le guste que le vaya mal en la vida, pero los adultos les hemos quitado la posibilidad de hacerlo. Les hemos dicho que rápido, fácil y entretenido es el camino, pero nadie logra nada con eso y en cambio, nos parece terrible decirle que trabajo sistemático, esfuerzo y disciplina es igual a logros y que no hay otra forma de tocar bien la guitarra, pintar bien, saberse las tablas que con trabajo. Alexis Sánchez lo ha dicho hasta el cansancio, que mientras el resto de sus amigos tomaba sol, él entrenaba”.

-¿Puede que esta generación de padres esté reaccionando a la de sus padres, una marcada por el autoritarismo? ¿Puede que estos padres no quieran ser como los suyos y se volvieron complacientes?
“Creo que nos hemos confundido en varias cosas. Confundimos el concepto amor con el asistencialismo y sobreprotección. Cuando un padre le hace todo para que el hijo no sufra, nada le cueste, porque cree que así será feliz, está equivocado. El amor es otro concepto, es respeto y empatía, y cuando hablamos de empatía significa conectarse con el otro para ver qué es el realmente y no lo que uno quiere que sea. Y si nos sujetamos a eso, entendemos que los niños tienen sus propios ritmos”.

-¿Hay una proyección de los padres en los hijos? ¿Sus fracasos no son de ellos, sino que también de uno?
“Es que no estamos dejando a los niños crecer. El antagonista del mamón es el emprendedor, pero no el que hace negocios, sino que el se hace cargo de su vida. Para el mamón el fracaso es un problema, para el emprendedor, el fracaso es súper bueno, de las grandes equivocaciones se aprende y se crece; claro que duele, pero es de uno. Los fracasos permiten no volver a tropezar con la misma piedra. Para un niño sobreprotegido el fracaso es mucho más que eso, creemos que él es un fracasado, que ellos son un fracaso. Y curiosamente los niños que se sacan rojos en la vida, toleran la frustración y saben que se deben caer y seguir. Eso es vivir y le hemos quitado sentido al vivir, no queremos que los niños se caigan.
“El problema es de nosotros porque es una forma de controlarlos, simplemente no confiamos en nuestros hijos”.

-Con esto se aparece la imagen de los padres helicópteros, aquellos que sobrevuelan y resuelven por sus hijos incluso hasta en la universidad.
“¿Por qué lo hacen? Porque no confían en sus hijos y en sus capacidades. Esto tiene que ver con el control, controlarlos para que les vaya bien en la vida”.

-¿Qué pasa cuando estamos insertos en una sociedad competitiva y exitista que empuja a enfocarse sólo en logros?
“Bueno, nunca como hoy nuestra sociedad está enferma. Cuántos chicos están con especialistas, medicamentos, cuántos padres están igual. Uno puede decir ‘esto no es lo que quiero’ y cuando decimos que la sociedad nos empuja es una comodidad, porque hay muchos que no lo han hecho. Esto tiene que ver con nuestras creencias. Hay padres que me dicen ‘Sylvia, entréganos tips sobre cómo hacerlo’, pero no hay tips, esto tiene que ver con qué quiere uno para sus hijos.
“Una de las reflexiones que tenemos que hacer es ver qué tipo de hijo quiero formar desde su esencia, no desde su profesión. Nos presentamos como ingeniero, doctor, pero perdón, lo que uno es, es su nombre, Sylvia Langford, lo otro es secundario”.

-El sistema escolar se ha convertido en algo perverso para muchos. Los cursos están llenos de niños con psicólogos, psicopedagogos.
“Es perverso, pero más perverso es cómo los padres y los profesores lo estamos mirando. A nivel neurológico para ser hábil en algo hay que repetir; se dice que la repetición es conductismo, pero el conductismo no es eso, es dar premios y castigos, que lo que más hace esta sociedad.
“Hablo con argumentos porque he probado con mi método, que no es un método pedagógico, que si uno hace un trabajo sistemático, todos los niños pueden lograrlo. Si uno a un niño le dice, todos los días, que para comer se tiene que sentar lo va a hacer, pero hoy vemos que los niños están corriendo. En nuestra sobreprotección creemos que el niño sólo tiene que jugar, pero hacerlo también implica respetar normas, un orden, un turno.
“Si la mamá le hace la tarea en 2° básico para que obtenga un 7, cuando esté el I medio, será un 4, simplemente porque no hizo el proceso. Nuestros papás nos permitieron hacer las cosas y si uno no permite que un niño repita las cosas todas las veces que sea necesario, nunca va a ser bueno; esto no es problema de capacidades, es una cuestión de entrenamiento”.

-¿En cuánto ha complotado en todo esto la tecnología?
“La tecnología es fantástica, el problema es el uso, sus límites. Si miramos a los adolescentes japoneses conocidos como hikikomori, que están recluidos en sus piezas con tecnología y son más de un millón, curiosamente hay una madre o un padre que les lleva la comida. O sea, los adultos fomentamos que esto ocurra.
“Y cuántas veces los padres hacen lo mismo, cuántos padres se sientan a la mesa con el celular. El tema es cuándo decimos ‘no’. Las redes sociales no serían problema si los niños entendieran que hay límites; porque cuando les damos Facebook a los 6 años, después estamos asustadísimos de cómo lo controlamos a los 12”.

-¿Los adultos están teniendo problemas con los límites?
“Es que no los colocamos, creemos que límites es autoritarismo y es sólo autoridad. Cuando hablamos de autoridad es volver a ser un adulto tranquilo, paciente, claro, cercano y coherente. Cuántos padres gritan a sus hijos, puede que golpeemos menos, pero gritamos más, en los colegios, en las casas. Negociamos y cuando no nos resulta, gritamos.
“Cuántos padres son claros; qué significa cuando le decimos a un niño ‘pórtate bien’. Atendí un montón de niños que al preguntarles por qué estaban ahí me decían ‘es que me porto mal’ y cuando les preguntaba qué habían hecho me contestaban ‘no tengo idea’. Los niños no pueden estar sujetos al estado de ánimo de los padres, un día sí y otro, no, porque eso les genera angustia”.

-Volvamos al tema de la tecnología, ¿cuánto de ella se ha convertido en una comodidad para los padres para que los hijos no molesten?
“Sin duda. Le tenemos pánico a la palabra ‘estoy aburrido’ y eso es bien loco, porque los niños que se aburren son los creativos. Cuando yo le decía a mi madre ‘estoy aburrida’ ella me decía ‘desabúrrete’. Los padres creen que pueden ser resolutivos en este aspecto y los profesores también; la fantasía es no tener a un niño aburrido y entonces, se le hacen panoramas y se les compran cosas sabiendo que eso no resuelve el problema. En la tranquilidad, que no es aburrimiento, surgen las ideas y el problema es que la tecnología hace todo”.

Sylvia vuelve sobre el comportamiento de los niños y la actuación de los padres, vuelve sobre hechos como que un niño escupa o muerda y los padres justifiquen esas acciones y no actúen en consecuencia. “Un niño no puede escupir, porque si lo hace a los 15 años lo van a expulsar del colegio”, dice.

“Si se es sobreprotector se impide que un hijo cuente con las herramientas para crecer y esto genera trastornos en el aprendizaje y víctimas, ésas que nunca tienen la culpa, porque si el niño lee mal lo que se le dice es que es malo y no que se tiene que esforzar. En vez de hacerlo que lea más, se le lee o se le hace un resumen”, remarca.

-Tu método se basa en la voluntad.
“La voluntad se entrena. Un padre sobreprotector nunca va a trabajar la voluntad, porque la voluntad se trabaja cuando te cuesta. Es el tipo de padre que cuando su hijo le dice que un compañero no quiere jugar con él, va al colegio a reclamar, consigue que ese niño juegue con el suyo y al final, lo que logrará es que le terminen pegando al mamón.
“Ahora, está el padre que se denomina el amigo y que basa su conducta en el trueque, es decir, si su hijo hace tal cosa y él le da tal otra. Cuando son chicos, premiar es fácil, pero cuando llegan a la adolescencia y hay un conflicto, se le quita todo. Este tipo de padre lo que ha generado es violencia; estos padres dicen ‘mi hijo me desafía’, pero uno nunca desafía a un padre al que se le cree.
“Muchos padres dicen ‘mi hijo me manipula’, pero la verdad es que uno es manipulable. El niño sabe perfectamente con quién hace o no una pataleta. Este tipo de padres terminan en tiranos, donde amenazan, castigan, gritan y después se sienten culpables y hacen regalos. Y eso es lo que se llama ser un padre bipolar, donde el niño no sabe a qué sujetarse, porque no ven coherencia. Los límites no se negocian… el horario para acostarse, lo que se come en casa no es negociable. Los niños que viven en la bipolaridad de los padres hacen pataletas para conseguir lo que quieren, en cambio, si se mueven en un orden, son felices”.

“Esto es bien loco, porque cada vez que pregunto a los padres si quieren formar un mamón, todos me contestan que ‘no’, pero ahí están. La señora que me confesó haber formado un mamón, me dijo que había hecho todo mal, que quería que su hijo fuera feliz y es todo lo contrario”, profundiza.

-La pregunta del millón ¿un mamón puede dejar de serlo?
“Absolutamente, lo primero es dejarlo ser. El adulto tiene que dejar de hacer y permitir que el hijo empiece a ser. Mi segundo libro se llama “Yo no quiero ser mamón” y me lo dijo un chico al que le salió de adentro”.
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