Esta acción pareciera ser algo sencilla, pero a veces no lo es. En mi primera columna les comenté que vengo de una familia italiana con profundas tradiciones, las cuales me siento orgullosa de poseer y responsable de transmitir a mi hijo; y el momento en el cual nos sentábamos a la mesa no era algo que se tomara a la ligera, por muy cotidiano que pudiera ser.
Recuerdo que de pequeña, con mi hermana, cuando esperábamos que llegara mi padre a la casa para sentarnos a cenar, era el momento del día en el cual todos compartíamos lo bueno y lo malo que nos había sucedido. Nuestros padres siempre nos preguntaban cómo nos había ido en la Scuola, o qué tareas debíamos presentar al día siguiente…. Nos aconsejaban respecto de la vida y del futuro…
Con el paso de los años, el tiempo de sentarnos a la mesa se fue haciendo cada vez más corto. Existían diversas responsabilidades universitarias o laborales durante los días de semana que se debían cumplir, incluso a veces podía ausentarse alguno de nosotros. Pero esto no podía suceder los días domingo a la hora de sentarse a almorzar… En ese momento no importaba qué prueba, proyecto o responsabilidad tuviera que ser entregado o cumplido durante la semana, los cuatro integrantes de la familia debíamos estar presentes y compartir ese espacio de tiempo y deleitarnos con la maravillosa comida que nos había preparado mi madre con el amor más inmenso que se puedan imaginar. Muchas veces este almuerzo de los días domingos era acompañado por amigos o familiares, lo cual lo hacía más increíble aún.
Recuerdo particularmente aquellos almuerzos dominicales que además correspondían al día 29 del calendario…. El almuerzo era indudablemente Gnocchi… ¡mi plato favorito!
El tiempo ha pasado… y la familia ha crecido, pero el almuerzo de los días domingos sigue siendo "una tradición" que espero casi impaciente, durante toda la semana.
No perdamos esas pequeñas tradiciones.
Un abrazo,
Silvana Bettati, chef del
Ristorante Amicci