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¿Has contado las veces que te excusas en el día? “Sorry” “lo siento”, “pucha, la embarré”, “perdóname”.
Hay muchas maneras de disculparse. Y está perfecto, pero qué pasa cuando la palabra se vuelve una muletilla sin sentido que solo tapa las faltas, la indolencia y la tozudez por cambiar.
Para descubrir lo que oculta la periodista neoyorquina Gabrielle Moss fue retada por su editor a dejar de decir “lo siento” por una semana entera y escribir todo lo que descubrió y reflexionó sobre esta experiencia, en el portal Bustle.com
Antes de renunciar a la palabra no tenía idea que la estaba utilizando como una forma sumisión frente a alguien con más poder y de esconder su propio poder personal.
“Aunque antes me había preocupado de trabajar esa sensación que no soy buena o lo suficientemente inteligente como para triunfar en el mundo profesional, nunca me di cuenta de que estaba expresando esto a mis jefes, ya que en forma constante les pedía disculpas por todo”, escribió la periodista.
Es que el grave problema estaba justamente en el trabajo. Dejar de pedir disculpas a su novio o sus amigos no le generó mayor problema, sino que en su fuente laboral, donde el decir “lo siento” a sus jefes y compañeros era una forma para expresar y reconocer su propia insuficiencia.
Sin embargo, cree que el usar tanto esta palabra es una tendencia propia de las mujeres y que lo hacen como ella, en el trabajo. “Estamos criadas para dar disculpas sinceras, que en realidad, son sólo muestras de poder y sumisión desde el momento en que somos niños pequeños”, afirmó.
En ese sentido, Moss estudió la diferentes maneras que tienen hombres y mujeres para pedir las cosas en el trabajo, descubriendo que las mujeres por lo general, entablan una conversación, con este encabezado, “perdón por molestarte”. Mientras que ellos sólo van directo al grano.
El experimento
Por ejemplo, en vez de excusarse porque estaba atrasada con la entrega de una nota, tuvo que pensar en otra estrategia. Para crearla, reflexionó acerca de las razones de su disculpa.
Lo primero que encontró es que nacía del temor a ser menospreciada, y decirlo, era lo mismo que admitir que es un impostora aterrorizada que cree que su editor no volverá a trabajar con ella de nuevo porque descubrió que ella no es perfecta.
“Entonces, decidí explicar lo que realmente estaba sucediendo y contesté que en breve le entregaría el artículo, y eso no pareció molestar a nadie”, formuló la periodista.
Sin embargo, más que nuevas formas de expresar sus disculpas, la verdadera lección del experimento es que el exceso de pedir disculpas está demasiado instalado en la cultura laboral y que para las mujeres es más que perjudicial porque a su juicio hace difícil el creer sobre el poder que cada uno tiene.
“Es una gran ironía que las mujeres en cualquier posición de poder se estén disculpando, mientras que todo el mundo opina por detrás que estás molesta, que andas lloriqueando, que tienes baja autoestima, pero esos jamás se disculpan”, alegó Moss.
Por lo tanto, decidió que en vez de proteger sus “sorries”, los va a erosionar de su vida y lo más posible, porque ya no quiere pedir disculpas cada vez que algo sale mal.
“No sé si los sacaré definitivamente, pero creo que lo lograré porque me di cuenta que mi existencia no es algo por lo que tenga que pedir disculpas”, concluyó Gabrielle Moss.