La revolución de las mujeres ha constituido uno de los fenómenos más importantes del siglo pasado de cuyos resultados somos testigo: mujeres que tienen derecho a voto, a participar en la vida política e inclusive de ser presidentas de la república; que acceden a la universidad, trabajan, ganan su propio dinero, ocupan altos cargos y son sostenedoras económicas del hogar; que pueden prevenir embarazos no deseados, decidir si quieren o no casarse y/o ser madres, que mantienen relaciones sexuales por placer y hacen valer su derecho al goce; que son protegidas por la ley ante el maltrato y el acoso.
Por supuesto, los resultados de esta revolución ha cambiado no solo la realidad femenina sino que ha repercutido fuertemente en el modo de ser de muchos de nuestros compañeros y ha puesto en jaque los roles de cada quién al interior de la pareja, ya que en nuestro impulso por salir del rol tradicional que, nos confinaba al hogar, la maternidad y la dependencia emocional y económica, en aras de nuestro desarrollo como personas autónomas y como profesionales, se ha ido lentamente forjando un movimiento de ellos en el sentido opuesto al que se posicionaban. Así varios hombres se han ido desmarcando del modelo tradicional del “macho” duro y frío y se han visto impulsando a volverse más emocionales, dirigir su interés y energía a trabajar por el bienestar de sus relaciones, participar activamente de la crianza, valorar y colaborar en el mundo privado del hogar e inclusive mostrarse no sólo dispuestos sino que motivados a buscar ayuda profesional para ser mejores personas y parejas. El resultado de todo esto es que hoy, en pleno siglo XXI, aparecen dos “nuevas” formas de ser que eran impensables siglos atrás: las mujeres Alfa y los hombres Beta.
¿Qué se entiende por mujer Alfa y hombre Beta?
Esta clasificación proviene del reino animal y refiere a la posición o rango de un individuo con respecto a su manada. En el caso de los seres humanos quien sea Alfa goza de una posición de liderazgo social mientras que un Beta tiene un rol de seguidor o de segundo al mando. Cabe señalar que la jerarquía se determina desde una comparación con otro del mismo sexo y no al comparar un macho con una hembra, ya que puede haber una pareja formada por dos Alfa, por dos Betas o por un Alfa y un Beta.
Entre los seres humanos, se le ha llamado mujer Alfa a todas aquellas mujeres que son independientes, conectadas con su deseo, que se hacen respetar, que buscan su desarrollo personal y no construyen su vida ni su autoestima a partir de una relación. Son mujeres atractivas, sexualmente desinhibidas, decididas, confiadas, claras, fuertes y laboralmente exitosas; algo así como el estereotipo de las protagonistas de Sex and the City. Por su parte, los hombres Beta son aquellos hombres que no tienen problema en realizar tareas típicamente femeninas (como criar, cocinar, lavar, etc) ni les complica permanecer en un segundo plano mientras su mujer brilla. Estos hombres, pese a tener una profesión, no les es están importante el éxito profesional o enriquecerse como tener una vida de pareja y de familia de calidad; se encuentran más conectado con sus sentimientos, se conocen más a sí mismos y son más empáticos, comprometidos, colaboradores y fieles que el hombre tradicional. En definitiva, las Alfa son mujeres que han ido desarrollando su faceta más “masculina” o activa y los Betas hombres que han ido potenciando su lado “femenino” o contenedor.
En una era que nos presenta el desafío de ser seres más integrales e igualitarios para poder sacar adelante un proyecto de familia y de pareja sustentable en el tiempo, estas Alfas y estos Betas se están viendo enfrentados al problema de que nos sólo desplegar cualidades que hasta ahora habían sido definidas como propias del sexo opuesto, sino que es vital el que logren rescatar y preservar lo que por generaciones ha sido definido como la “esencia” de su propio género de modo que sean mujeres empoderadas pero delicadas y cariñosas; hombres contenedores pero proactivos y firmes. Ello, si es que no quieren quedarse entrampados en una versión invertida de la tradicional lógica de dominación-sumisión, que hasta ahora ha dado pie a un sin número de sinsabores y malos tratos. Y digo esto porque a estas alturas algo es innegable las relaciones de pareja: hoy como nunca antes necesitan construirse desde la negociación, el respeto, la escucha empática, la valoración del otro y del trabajo en equipo; las dictaduras o la parentalización de los vínculos están destinados al fracaso dentro y fuera de la cama, porque hoy la gente se empareja para ser pleno, disfrutar y ser feliz, no para ser anulado, subyugado o infantilizado.
Siglos invertidos en alentar la aparición de estas Alfas y estos Betas ¿y con qué contexto se encuentran en Chile? Con la cruda realidad de que su aparición aún se está dando en un cultura que le es adversa, una cultura que pese a su discurso progress sigue digiriendo estos ideales de igualdad y corresponsabilidad, que le cuesta desapegarse de los modelos tradicionales de masculinidad y feminidad, que aun no se acostumbra a que las mujeres “la lleven” en la pega y en la cama, que aun mira con ojos devaluadores a un hombre que sea fan de su mujer y observan con estupefacción que él haga de “papi Ricky”.
Consecuencia de ello, mujeres Alfas y hombres Betas sienten que “en el país de los ciegos el tuerto es el loco” y llegan a consulta con la sensación de que son “peces de otra pecera” que su forma de ser, pensar y sentir es incomprendida y que ello se vuelve una obstáculo a la hora de buscar y dar con del amor en este país. Mujeres que mienten sobre su trabajo o cuánto ganan para no espantar a los candidatos, que sienten que su iniciativa y desinhibición sexual es malinterpretada, que creen que intimidan a los hombres con su actitud auténtica, franca y directa, que cuando se niegan a hacer algo que no desean son catalogadas de “mala onda o cuáticas”, que quieren un partner pero tropiezan una y otra vez con hombres inseguros o dominantes, entre otras muchas situaciones más.
Hombres que no se sienten cómodos con interpretar el rol del indiferente-devora mujeres, que desean ser valorados por su preocupación por los vínculos y no por el tamaño de su billetera, que sienten que tratar bien a una mujer les resulta a ellas poco excitante, que consideran que su actitud empática los hace caer fácilmente en la categoría de amigos, que les encantaría tener la posibilidad de ser el que se encarga del hogar y la crianza sin ser juzgado por no cumplir con “su deber” de proveedor, que se aterran con la idea de que su sensibilidad los lleve a ser catalogados como poco viriles, etc.
Lo irónico, es que estos hombres Beta son la respuesta a todas aquellas que por años han pedido al cielo una pareja más empática, atenta, comprometida y colaboradora pero que tercamente siguen eligiendo al dominante, el egocéntrico o el fóbico del compromiso porque a primera vista o desde la química hormonal les resulta más atractivo. De igual modo, las mujeres Alfa son la respuesta para todos esos hombres que se emparejan con las más recatadas, dóciles y maternales que los hacen sentir seguros y al mando de la relación, pero que en el mediano plazo los aburren porque quieren parejas menos dependientes e inseguras, más desinhibidas y proactivas en la cama. Alimentándose así el eterno ciclo de la insatisfacción donde elijo lo que quiero (siguiendo modelos tradicionales de masculinidad y feminidad) pero que muchas veces no es lo que necesito. Conquisto un olmo y luego le pido que dé peras.
Así está la cosa y yo me pregunto: ¿es que ya no quedan hombres que valgan la pena o es que los estereotipos de género y nuestra fascinación con el macho Alfa no nos permiten abrirnos a nuevas opciones? ¿Es que está lleno de minas “sublevadas” o es que no quiero ceder poder? ¿Es que a ellas no les gusta el sexo o es que usted teme que realmente le guste? Les dejo la reflexión rebotando, el tema da para pensar.
Saludos, Constanza del Rosario, psicóloga-sexóloga. @constanzadelr