Más de 5 millones de lectores y una extensa popularidad en las redes sociales fue el resultado del artículo “
To fall in love with anyone, do this” (para enamorarte de alguien, haz esto), escrito por Mandy Len Catron para el New York Times, y en el que describía cómo ella había querido vivir en carne propia, el experimento que hace 20 años realizó el psicólogo Arthur Aron para crear “cercanía” entre la gente.
En resumen, Aron le pidió a varios hombres y mujeres desconocidos entre sí que se sentaran cara a cara en un laboratorio, y que se hicieran 36 preguntas que a medida que avanzaban, se iban poniendo cada vez más personales, para finalizar con cuatro minutos mirándose a los ojos. Y el resultado fue que dos de esas parejas terminaron casándose después del experimento.
“Es cierto que no puedes escoger quién te ama (…) Pero a pesar de todo esto, he comenzado a pensar que el amor es más flexible de lo que creemos que es. El estudio de Arthur Aron me ha enseñado que es posible -sencillo, incluso- generar confianza e intimidad, que son los sentimientos que el amor necesita para prosperar”, escribió la mujer, quien terminó reuniéndose con un conocido de la universidad en un bar para hacerse preguntas como: “Si pudieras elegir a cualquier persona en el mundo, ¿a quién invitarías a cenar?”, “¿Tienes una corazonada secreta acerca de cómo vas a morir?”, “¿Cómo te sientes respecto a tu relación con tu madre?”, junto con compartir cosas positivas que se podían destacar del interlocutor.
“Probablemente te estás preguntando si él y yo nos enamoramos. Bien, lo hicimos”, aseguró por Mandy Len Catron, agregando que tras ese primer encuentro, le siguieron semanas en las que profundizaron el vínculo creado. “El amor no nos ocurrió. Estamos enamorados porque tomamos la decisión de estarlo”, fue la frase final que enganchó a varios y varias a preguntarse si efectivamente, sería posible hacer surgir amor tras seguir estos pasos.
Consultado al respecto, el académico de la Escuela de Psicología de la UNAB, Niklas Bornhauser, fue claro al explicar que lo que la escritora hizo, más que un experimento, es una reedición improvisada y “doméstica” de la investigación de Aron, cuyo objetivo era “crear una metodología práctica para producir ‘interpersonal closeness’, o sea, intimidad o cercanía interpersonal, en un contexto experimental (…) En ningún momento se habla de ‘amor’”.
Una barbaridad o el amor por elección
“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”, escribió Julio Cortázar en una de las frases favoritas de los lectores de “Rayuela”.
El amor por elección o por “decisión”, como lo deja entrever Catron en el resultado de su experimento doméstico, parece alejado de lo que los más románticos quieren creer, o incluso lo que la ciencia ha indicado con respecto a los procesos químicos que ocurren a nivel físico cuando se comienza una relación amorosa. Pero al parecer, enamorarse no se puede simplificar tan solo a 36 preguntas, ni tampoco al romanticismo, como tampoco a un proceso químico.
“Reducir el amor a una de sus modalidades, como, por ejemplo, el amor romántico, es un reduccionismo insostenible y una barbaridad conceptual. (En el caso de las 36 preguntas) éstas apuntaban a poner en juego creencias y prejuicios, es decir, conceptos complejos, arraigados en la biografía de los participantes (…) Y no solamente ‘pensamientos’, entendidos como meras operaciones cognitivas desprovistas de emociones, deseos y anhelos”, aseguró Bornhauser.
Continuando con Cortázar y su “Rayuela”, cabe mencionar otra frase que viene casi pegada a la citada anteriormente: “A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto”.