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Mucho hablamos de cómo los medios afectan –para bien o mal- nuestra sexualidad. Que el porno nos hace brutos, que la publicidad nos impone estereotipos inalcanzables, etcétera. Pero mucho antes que éstos influyeran en nosotros, fue la familia la primera en enseñarnos. Y el efecto de estos afectos es tan duradero en nosotros, que son parte importante de la escritura de las historias amorosas que tenemos de grandes. Así, si nos escabullimos en nuestra infancia podremos descubrir cuándo aprendimos a amar, si aprendimos o no a sentir placer, a confiar en el otro… Es tan importante el cómo se desarrolló nuestra infancia en el cómo será nuestra sexualidad adulta, que casi podríamos decir que como cuidador de tus niños, eres parte esencial de su sexualidad integral y de cuán bien relacionado estará con ella en su futuro.
Es en nuestra familia donde aprendimos a querer bien o querer mal, a huir o a entregar, a susurrar o a gritar; a sentirnos a gusto con nuestro cuerpo o a rechazarlo, a decir lo que sentimos o a contenerlo, a golpear o abrazar; a atrevernos o a tener miedo a los cambios, a guardarnos todo o a exteriorizarlo, a tener temor al compromiso o a seguir queriendo cruzar el río, e incluso a liberar orgasmos o a no saber sentirlos o bloquearlos.
Es así como cada pieza que nuestros cuidadores pusieron en nosotros, forma la base, la dote que cada mujer y hombre aporta al amor adulto. Y llegamos con este saquito de temas a las relaciones de pareja, muchas veces sin siquiera conocer bien qué trae este saco de experiencias determinantes en nuestras vidas. De allí que sea tan importante escarbar en esto para poder conocerte más, mejorar, sanar y potenciar; y tener mejores relaciones amorosas y sexuales en la vida y, consecuentemente, poder entregarle herramientas correctas y felices a tus hijos.
Pregúntate qué te excita, qué detestas, qué te atrae, qué no toleras, qué te es indiferente, qué tanto manejo tienes de tu placer, qué contienes y no dejas salir. Pregúntate, investígate, conócete. A veces esto podemos hacerlo solas. Y en otras ocasiones, es mejor tener de cerca a un especialista que nos guíe el camino.
No olvides que cada tensión interna que afecta nuestra sexualidad es el resultado de los conflictos infantiles, porque muy pocas cosas de lo que sucede en nuestro erotismo e imaginación erótica son al azar, sino que vienen predeterminadas por algo.
Por ejemplo, cuántos hombres conocemos que tienen dificultades para crear un ‘nosotros’. Bueno, la lucha por conservar nuestro vínculo primario (los padres) tiene mucho que ver en esto. Porque si bien necesitamos que nuestros padres nos cuiden, también necesitamos que nos den el espacio suficiente para crear libertad, para manejar la dependencia y la independencia, de cuándo la libertad se premia y cuándo se limita. “La manera en que conciliemos estas necesidades al ser adultos dependerá mucho de cómo hayan reaccionado nuestros padres ante la persistente dualidad de nuestro pequeño Yo”, explica Esther Perel. Pero no es para abrumarse ni sentirse ultra responsables de todo, porque este dote que nos dejaron nuestros padres es una parte de la ecuación, la otra es la interpretación de sus acciones, es decir, la capacidad de resistencia que cada niño trae consigo.
“Al final, creamos un sistema de creencias, temores y expectativas (algunos conscientes y otros muchos, inconscientes) sobre cómo funcionan estas relaciones. Lo envolvemos en un cuidado paquete y se lo entregamos a nuestro ser amado”, y así nos presentamos ante el amor, con lo que somos, con lo que queremos ser y con lo que no nos gusta tanto. Así, tal cual.
De pronto resulta ser un nutritivo ejercicio hablar de estos temas en pareja, pues ayuda a entender algunas cosas que nos resultan extrañas, incomprensibles o incómodas de la otra persona. Entender la raíz podría ayudarnos a comprender muchas acciones.
Recuerda que la intimidad erótica es un gran acto de generosidad, pero también de egoísmo, de egocentrismo puro; es un acto de dar y recibir, un acto en el que debemos ser capaces de entrar en lo más profundo del otro, sin miedo a perder nuestro propio Yo. Y, al mismo tiempo, perderle el miedo a la auto absorción, a entrar tanto en nosotros mismos, a sentirnos otro, sin miedo a que por ser otro nos abandonarán o nos obligarán a ser iguales. Dar y recibir. Para él y para ti. Magia pura. Alma, cuerpo, corazón y mente. Una maravilla, ¿no?
Saludos,
Karen Uribarri, periodista Diplomada en Sexualidad.