A sus 67 años, Hillary Clinton, abogada de Yale, posee una envidiable trayectoria en el mundo político de EE.UU. Ex Primera Dama, y otrora secretaria de Estado en el gobierno de Obama, se lanza por segunda vez a representar a los demócratas para llegar a la Casa Blanca (en 2008 abandonó la carrera porque Obama le iba ganando en popularidad con creces, entre otras cosas, por la clara diferencia entre las personalidades de ambos candidatos. Él, risueño y jovial. Ella, seria y punto).
Algo que llama la atención de su vida pública es la capacidad que ha tenido Clinton de superar (ya sea sinceramente o por guardar las apariencias) el escándalo mediático de ser la esposa engañada de un Presidente. No hay que hacer mucha memoria para recordar de ese 1998 conceptos como “Monica Lewinsky”, “vestido azul” y “escritorio del Despacho Oval”. Hillary sabe perdonar o al menos eso es lo que ha dado a entender.
La mente analítica de un millonario ha sido desde siempre personificada por Donald Trump. Este hombre de 69 años es de esos rey Midas de los negocios, con sus compañías Trump Organization y Trump Entertainment Resorts. Pero además, tiene su personalidad lúdica, que quedó de manifiesto con su exitoso reality “The Apprentice”, donde hizo de él mismo una caricatura chistosa del jefe déspota.
¿Qué le falta a este hombre que poco sabe de perder? Aparentemente, ser Presidente de su país. El magnate, casado en terceras nupcias, está luchando por ganar la candidatura republicana para la Casa Blanca, teniendo como principal rival a Jeb Bush, hermano de George W. Bush. Sin embargo, algunos podrían pensar que el máximo enemigo de Trump es él mismo, haciendo declaraciones tan polémicas como que los mexicanos que entran a EE.UU. son criminales, violadores y narcos. (Cabe mencionar que tras sus dichos, se hizo viral la fotografía que evidenciaba que su línea de ropa, Donald J. Trump Signature Collection, era “made in Mexico”, y que Macy’s, la principal tienda donde se comercializan sus prendas, anunció que dejaría de vender los productos de Trump. Además, en México se hizo una piñata con su cara).
“¿Por qué Hillary Clinton se viste tan mal?”, se preguntaban en The Guardian, allá por el año 2008, cuando la también aspirante a ser candidata por los demócratas se jugaba su futuro político con Barack Obama como contendor. Aburrida, con cero estilo al vestir, la esposa de Bill Clinton ha debido ganarse su lugar en un mundo político que suele caer en machismos y donde, según alegan las mujeres que conviven en él, a veces no toma mucho en cuenta las opiniones femeninas si lo que sobresale en ellas es su figura y buen look. Esperen, ¿no era Condolezza Rice, su predecesora como secretaria de Estado, la que posaba feliz junto a un piano y en un magnífico vestido negro para Vogue? Mal punto para Hillary.
Tal como lo leen. Desde que don Donald sacó su línea de trajes -Donald J. Trump Signature Collection (que, por cierto, él no diseña con sus propias manos)- logró tal éxito que hace 10 años, una encuesta hecha a nivel nacional en EE.UU., lo puso como uno de los diseñadores top de su país, superando a las otras marcas del estudio: Chanel, Ralph Lauren, Isaac Mizrahi y Victoria's Secret. De hecho, la prestigiosa revista Esquire lo presentaba en 2008 como “diseñador”, en una entrevista basada en su aparente buen estilo, el mismo que fue elogiado en el debate republicano de agosto pasado, donde se destacó como el mejor vestido: “¿Vistes para impresionar?”, le preguntaron en Esquire. “Siempre visto de traje –buscar lo mejor de uno es bueno para la confianza-. Una alta autoestima es buena para un desempeño óptimo y vestir bien es señal de respeto, con uno mismo y con los demás”, dijo el magnate.
Como un intento de ponerle un toque de humor a su fama de seria, la página de Clinton puso en venta “The Everyday Pantsuit Tee”, una polera de campaña que parece imitar el traje de dos piezas que eternamente viste la aspirante a candidata presidencial. Lo cierto es que lo suyo siempre ha sido el pantalón, pero en su desempeño en la propaganda política, han sobresalido sus trajes monocromáticos (exacto color en pantalón, chaqueta y polera), que desde hace 10 años le confecciona Nina McLemore; estilo que ya se vio en 2008 para la Convención Demócrata con un traje mandarina (sí, tal cual) y que ratificó en el lanzamiento de su campaña, con un “pantsuit” Ralph Lauren Women's Collection azul brillante. Para alegrar un poco la fiesta, Clinton juega con collares grandes o pañuelos que hagan a los ojos de quienes la ven, olvidar que se trata del mismo traje pero de otro color. (Las teorías que se barajan es que Clinton no busca sobresalir con un vestuario más sofisticado, buscando una llegada a la clase media, estrato al cual se supone que representa, pero al que no ha sabido ganarse del todo).
La vida y fama de millonario de Donald no es inventada ni al azar. El señor es de gustos caros y nunca lo ha ocultado. Por eso, hoy que aspira a entrar a la carrera presidencial de su país, sigue con su estilo que se basa en la prenda básica de su clóset: el traje. Da igual dónde esté, en un debate político, en una reunión de negocios o viendo un partido de tenis, él siempre igual; de traje. En alguna oportunidad, Trump ha dicho que usa los de su línea de ropa fabricada en México, pero es popularmente sabido que lo suyo son los trajes de la firma italiana Brioni, que suele usar en colores neutros, como azul marino o gris marengo, acompañado de una camisa blanca y una corbata colorida. Cabe mencionar que sus colleras favoritas son unas de diamante marca Trump, tal como dijo el propio magnate en su libro “Trump: Think like a billionaire”.
“Si quiero estar en algún titular de la primera página, basta que cambie mi peinado”, dijo una vez Clinton, consciente de que sus decisiones de look pesan más de lo que se espera. Sin embargo, parece que la demócrata no gusta mucho de ocupar estos artilugios y en cambio, hoy opta por el pelo corto –tipo Angela Merkel o Michelle Bachelet- y cuando lo ha usado más largo, se decanta por los pinches “retro”: bisutería con perlas y cintitas en trabas para un moño simple, o cintillos de plástico cuanto lo lleva suelto.
El gran juego de vestuario de este asiduo a los trajes es la corbata. Si bien por años, su favorita fue la rosada lisa, en el último tiempo le da color a su look con rojos y amarillos brillantes, con o sin líneas o diseños. Cuando quiere andar de sport públicamente, simple, se saca la corbata y va de botón de la camisa abierto. Según él mismo ha señalado, sus marcas favoritas de corbata son Brioni y Hermès.
Como otro intento de demostrar que sí tiene sentido del humor, en pleno lanzamiento de campaña para la candidatura presidencial, doña Hillary quiso bromear sobre su dudosamente eterno rubio. “Todos nuestros presidentes entran (al Despacho Oval) viéndose tan vigorosos. Pero luego vemos cómo su cabello se va haciendo gris y más gris. Bueno, puede que yo no sea la candidata más joven en esta carrera. ¡Pero sí seré la mujer presidente más joven en la historia de Estados Unidos! Y la primera abuela también. Y tengo una ventaja adicional: Nunca verán que mi pelo se haga canoso en la Casa Blanca. ¡Vengo tiñéndome por años!”.
Cuentan las malas lenguas que ese vaporoso y aplastado cabello que luce Donald es en realidad un peluquín. Y tal fue la indignación de que en la portada del New York Times se hablara de él como “el hombre del tupé” que en plena rueda de prensa juró que el cabello de su cabeza es suyo, e invitó al estrado a una supuesta periodista a comprobar que decía la verdad. ¿Palo blanco? Nunca lo sabremos.