¡Dejate de joder! ¿Una jardinera de jean por 760 pesos ($55.368)? La que decía eso era una chilena: yo. Y en realidad no lo decía en voz alta, solo lo pensaba con acento argentino, mientras salía de una tienda en el centro de Buenos Aires, aterrorizada por los altos precios de las prendas, cuando mi intención, entre otras cosas, había sido llegar hasta la capital trasandina para traerme 20 kilos de sobrepeso en ropa. Parece que las cosas ya no eran como antes. ¡Qué frustración!
Corría el año 2005 y con mi presupuesto, que constaba en el ahorro de dos mesadas, partí a la capital porteña a llenarme de Ona Sáez, Kosiuko, zapatos lindos y carteras de cuero. Ok, no me traje una maleta extra de puras compras, pero sí volví satisfecha de pilchas, y de pastas frescas, milanesa y pizzas ricas. Y ahora, 10 años después, y con el presupuesto algo más holgado (“algo”, más bien con capacidad de endeudamiento que antes los bancos me negaban) volví dispuesta a comerme al mundo. Pero el mundo, o más bien la inflación, y todo el enredo del cambio –que el oficial, que el blue- me comieron a mí. Pagar con tarjeta de crédito estaba vetado, porque el cobro luego sería infartante en Chile, según me habían advertido. Y todos estos pormenores comenzaron a hacer ebullición en mi cabeza.
“No aceptes un cambio del dólar menor a 13 pesos argentinos”, me grabé en la mente. Ése fue el único consejo que lograron hacerme entender mis colegas de Emol antes de partir. Saben que no se me da lo de los números (no estudié periodismo por el sueldazo, eso está claro), así que no se esforzaron mucho más que darme la frase clave para no desfinanciarme tanto allá, y mandarme con dólares para cambiar en el mercado “blue” (nombre pituco para no decir “mercado negro y sin regularización que se hace descaradamente en la calle y en el que puedes tener mucha suerte con el cambio o, por el contrario, terminar con la mitad de tu plata transformada en pesos argentinos falsos”).
La AFIP, el blue, el ahorro y la que me parió… ¡Che, tengo hambre!
Por un tema laboral que agradezco, la noche anterior me había hospedado en el Hilton, y al hacer el check out para partir a mi modesto lugar de hospedaje -uno más ajustado a mi presupuesto-, me dijo una señorita de la manera más protocolar que he visto en mi vida, que ella no podía cambiarme dinero porque el hotel no contaba con la autorización de hacer cambio de divisas. Me tuve que trasladar en taxi, y dejar que el conductor me cobrara en dólares, haciéndome un doloroso cambio de 10 pesos por dólar. Sentía que ya le estaba fallando a mis compañeros. “No aceptes un cambio del dólar menor a 13 pesos argentinos”, “no aceptes un cambio del dólar menor a 13 pesos argentinos”, me repetía con dolor, mientras veía el taxímetro aumentar ante mis ojos.
Los siguientes pasos fueron: check in en el nuevo hotel y esperar unas tres horas a que el pololo llegara desde Chile, dejar la maleta en la pieza y salir rauda, divina, cual diosa a caminar por las callecitas de Buenos Aires que tienen ese qué sé yo, vitrinear, cambiar dólares a un buen precio. En fin, comerme el mundo, adquisitivamente hablando.
Entré al banco Galicia y cuando expliqué mis deseos, me preguntaron que si tenía la autorización de la AFIP. ¿La what? La Administración Federal de Ingresos Públicos. Mi respuesta fue una cara de circunstancia, semi bocabierta: cara de pelotuda, en pocas palabras argentinas. “Tenés que ir a una casa de cambio a calle Florida, entonces”, me aconsejó la mujer del mesón bancario. Para peor, ya me estaban dando ganas de comer.
¡Cambio! ¡Cambio!, gritaban en la calle unos jóvenes que no tenían más de 21 años. ¿Me podría fiar que no me engañarían con el cambio? ¿Sería capaz de salir con un precio justo, yo, que tengo la misma capacidad de multiplicar que tiene un ficus? ¿Y si mejor pasaba a la casa de cambio oficial y listo? Antes que el colon empezara a hacer mella del estrés y desprotección mental que estaba teniendo, entré a una tienda de ropa, bonita y acogedora ropa. ¿299 ($21.000) unas hawaianas? ¿389 ($28.000) una mochila de tela de polerón? “¡Pero si esto está más caro que Santiago! Y mirá que en Chile son re caradura con los precios”, seguía pensando yo en acento argentino (¿Por qué en argentino? Porque no lo puedo evitar). Entré a otra tienda, entre Isadora y Todo Moda, dos locales que existen aquí en Chile y que son conocidos por sus precios bajos. Tras darme una vuelta en los dos, constaté que más allá de lo similar que costaban los collares y aros, la ropa y otros accesorios estaban caros y punto.
Derrotada, volví a mi hotel. “Ya fue, cámbienme dinero, por favor. Necesito comer algo”, le dije a la niña del mostrador. Tras explicarme que para tener autorización de la AFIP habría necesitado una nómina de sueldo, la amorosa joven aseguró que ni los propios argentinos tienen muy claro a cuánto está el precio real de la divisa norteamericana. Y para que no me doliera tanto el cambio, solo le pasé lo necesario para comer. Y menos mal, porque se me hacía un nudo en la garganta mientras me iba cambiando mi dinero a 9,65 pesos argentinos por dólar. “A eso debe estar el dólar oficial”, me recontra juró. “Está el blue, que está a 14,50; pero también está el dólar ahorro que está a 10 pesos y el dólar turista, que es el precio del dólar oficial, más el 35%”, agregó. Santa María de Luján, ¿por qué tiene que ser tan enredado?
Más allá del dólar, Buenos Aires, seguís re zarpado
Ropa no me compré. Después del susto que me dieron los precios, opté por lo más sano e inteligente que pude hacer: esperar a que llegara el pololo con esa mente privilegiada que tiene para los números, dejar que él sacara las cuentas, y dedicarme a comer, pasear y disfrutar. Y de esas tres actividades, todas estuvieron maravillosas. Buenos Aires sigue siendo un lugar excelente para comer (no tan barato como antes, pero está todo rico), y ofrece tantas actividades distintas que a las 2 de la mañana es lo más común del mundo ver familias enteras caminando por el centro, saliendo de algún show de Corrientes o tomándose una coca cola con los niños en un café. La ciudad sigue viva y eso siempre encanta.
En el par de días que tuve para estar allí, obvio, aproveché de ir a Caminito –un must de la ciudad-, para constatar que habían reemplazado la figura de Gardel asomada en el clásico balcón que recordaba de mi visita en 2005, por la del Papa Francisco. Sí, los tiempos habían cambiado.
Después de pasarme una mañana entera en la Feria de San Telmo (donde hice algunas compras pero a un precio lógico), estaba esperando en un paradero un taxi que me llevara a buscar mi maleta para correr a Aeroparque. Ahí, una propaganda de Mauricio Macri estaba por completo rayada; le habían hecho una especie de cara de diablo y estaba rodeado de la palabra “nunca”. Y fue precisamente ese domingo, mientras estaba arriba del avión hacia Santiago, que anunciaron el triunfo de Macri en las elecciones presidenciales. ¿Qué cambios se te vienen ahora Buenos Aires?