REVISTA VIERNES DE LA SEGUNDAFaltaban tres minutos para las nueve de la noche cuando, ese miércoles 27 de mayo, Florencia Herrera (42) lloró de felicidad frente a su computador. Apoyada en sus reducidos 10 grados de visión, muchísimo más limitados que los 160 de alguien sin problemas o sin la retinitis pigmentosa que la declara oficialmente ciega, leyó el correo que ansiaba pero que no esperaba recibir. Bajo el asunto “EPGA Escuela de Perros Guía Argentinos”, un escueto mail le daba la noticia: “Comunicamos a usted que luego de haber estudiado su pedido para ser usuaria de un perro guía de nuestra escuela y de haber analizado la documentación respaldatoria enviada, el comité evaluador ha llegado a la conclusión de aceptar su pedido”. Más abajo, cinco puntos formales daban cuenta de los pasos a seguir, entre los que se señalaba la posible fecha de entrega del perro y que el costo del animal debía estar cancelado antes de iniciar el curso de adaptación, para luego finalizar el mensaje con una frase simple, pero clave: “Esperando que la noticia llene de luz su vida, se despide atentamente, Carlos Botindari, Director de Relaciones Institucionales y Administrativas ‘EPGA’, Escuela de Perros Guía Argentinos”.
El correo no tenía más de 15 líneas, pero eran suficientes para poder seguir adelante. Porque para Florencia Herrera (42), doctora en Antropología Social, profesora de pre y post grado de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Diego Portales, que recibió la noticia de su ceguera a los 29 años y que se define como
“una optimista radical”, “lo único bueno de quedarse ciega es tener un perro guía”. Sin embargo, este precario entusiasmo se enfrió rápidamente, cuando se dio cuenta de que lograrlo no sería fácil. Se contactó con más de 50 organizaciones en el mundo preguntando qué tenía que hacer para poder conseguir uno, pero las posibilidades se diluían con cada averiguación: que el perro costaba entre 30 y 40 millones de pesos, que estaba incluido en la cobertura del seguro social pero en países en los que ella claramente no vivía y ante su insistencia, llegaron a responderle con molestia que cómo se le ocurría preguntar algo así porque se trataba de un derecho social para discapacitados y ella estaba poniendo dinero en juego.
En la mayoría de los casos, todo comenzaba y terminaba con un “so sorry”, pero las respuestas del extranjero al menos eran posibles. En Chile, ni siquiera se puede hacer la pregunta: hace 10 años que no se entrenan perros guía para ciegos en el país.
Trámites sin sentido
Una de las personas que fue a buscar un perro guía por su cuenta fue la abogada Paulina Bravo (43). Ciega desde los 24 años por una retinitis pigmentosa –la misma enfermedad que tiene Florencia- estuvo tres meses en Europa, en 2003, buscando cómo conseguir uno. Allá supo que Leader Dogs for the Blind, una fundación formadora de perros guía en Estados Unidos, ofrecía becas para personas ciegas: podrían entregarle un perro –en cuyo entrenamiento invierten cerca de 35 mil dólares- luego de una estadía de 25 días en su escuela para un proceso de adaptación entre ambos. Ella sólo tendría que costear el viaje a Rochester Hills, en Michigan.
“Los contacté desde Chile. Me enviaron los formularios y mandé todos mis papeles, más un video en el que aparecía usando mi bastón, requisito clave para poder obtener el perro”, dice. En pocas semanas le respondieron que había un lazarillo para ella. Viajó sin asistencia especial, deambuló por horas en el aeropuerto de Dallas y perdió su vuelo.
“Fue terrible, pero me sirvió para darme cuenta de que no podía seguir así, sola”.
A su regreso a Chile, con su labrador Cheyenne de la mano, Paulina creó la
Corporación de Usuarios de Perros Guía. A través de ella asistía a los ciegos en los trámites de postulación a la beca de Leader Dogs for the Blind, con quienes estableció un convenio: ellos destinarían cerca de seis perros al año para Chile, y la Corporación haría los contactos, reuniría y llevaría a Estados Unidos a los beneficiarios.
Leader Dogs for the Blind se creó en 1939, en Chicago, como iniciativa del Club de Leones de esa ciudad. Por eso, la escuela sugirió a la filial chilena del Club de Leones que se hiciera parte por medio de gestión y apoyo económico. La colaboración comenzó en 2007, pero la crisis económica golpeó a Estados Unidos en 2008 y también a Leader Dogs for the Blind. En 2012 y habiendo enviado 40 perros a Chile, la organización congeló su colaboración. “Fue por razones económicas. Intentamos motivar a los Leones y a los gobiernos de Chile y Argentina, pero sin éxito”, dice Carlos Gallusser, representante internacional de la fundación.
Pero antes de que ese intercambio caducara, en 2006, comenzó a regir en Chile el reglamento de la Ley de Discapacidad, que establece que los entrenadores de perros guía deben acreditar una experiencia de tres años en una escuela de adiestramiento que tenga la calidad de miembro permanente de la International Guide Dogs Federation, organización británica a cargo de certificar mundialmente la formación de estos canes. Paulina Bravo explica el origen de esta exigencia. “Propusimos ese requerimiento y la mesa lo acogió. Tú, como ciego, pones tu vida en el perro que te guía, por eso te deben garantizar que está bien entrenado”, dice.
Juan Rozas, dueño de la Fundación Canis, se quedó sin poder destinar los perros guía que tenía, por temor a una multa. No cuenta con los tres años de experiencia requeridos ni tampoco con los recursos para costear una estadía tan prolongada en el extranjero.
“El problema es que el curso que exige la normativa no existe. Nadie lo imparte. Las fundaciones te capacitan si te quedas a vivir allá y hacen formación interna, porque es un conocimiento muy hermético. Por eso no contratan a extranjeros que, seguro, se van a ir después de un tiempo. No les interesa”, dice Rozas, frustrado.
Así, en un país en el que los problemas de visión son la primera causa de discapacidad, alcanzando 1.895.226 personas según el Estudio Nacional de Discapacidad 2015, no hay perros guía ni escuelas locales que los formen. Leader Dogs sólo se encarga de los chilenos “graduados” de su escuela –como Paulina Bravo–, reponiendo con perros más jóvenes a los canes que jubilan después de ocho a 10 años de trabajo, y a los que han fallecido acompañando a sus dueños.
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revista Viernes.