REVISTA VIERNES LA SEGUNDACuando Michel García (59) salió a la superficie, sabía que venía con algo nuevo. Era un día cualquiera de la década de los noventa, en que estaba buceando a más de 30 metros de profundidad, en Isla de Pascua, cuando divisó algo que llamó su atención: un caracol brillante con cubierta amarilla, decorado con pintas negras, café y bordes blancos, descansaba en el fondo del mar. Su conocimiento acabado de la biodiversidad marina de la isla le indicó que ese caracol, similar a la concha café conocida como pure y que se usa para hacer collares y adornar indumentarias típicas, era una especie que hasta ese entonces era desconocida. Recién en el año 2000 confirmó sus sospechas. Tuvo contacto con un grupo de expertos mundiales, que se llevaron unas muestras de este exótico caracol para analizarlo, y descubrieron que, efectivamente, se trataba de un tipo de pure no descubierto que pasó a conformar el grupo de las especies endémicas de este entorno.
"Como los científicos le agregan una i al nombre de las nuevas especies, a este le pusieron Pure Garciai, así que pasamos a ser inmortales. No es un gusano de mar, ni un alga. Es un pure, la más linda de las conchitas, y es un honor que lleve nuestro nombre porque, además, es muy escasa", dice, orgulloso del reconocimiento.
Michel García es un hombre de mar. Cuando habla de la inmortalidad lo hace en plural porque su conexión con el océano la heredó de su hermano Henri García, buzo del mítico buque de investigación Calypso, de Jacques Cousteau, quien decidió hacer de Isla de Pascua su hogar luego de la expedición que realizaron en 1976. Michel siguió sus pasos dos años después, maravillado por el escenario natural que cautivó a su hermano, y a los 22 años dejó Francia para asentarse en medio del Pacífico. "Formamos el primer centro de buceo de la isla, porque era el único trabajo que sabíamos hacer. Nos gustaba la naturaleza, la aventura, buscar y descubrir cosas nuevas, por eso no fuimos científicos, porque ellos bucean un día y después están una semana en el laboratorio", dice riendo.
La premisa se cumplió: suma 37 años sumergiéndose en el mar y, sin ser científico ni dedicar horas al laboratorio, engrosa una lista generosa de especies que sus ojos expertos han avistado por primera vez.
"Fuimos los primeros en encontrar el coral negro en la isla; mi hermano encontró un tritón vivo, que es una concha gigantesca de Tahití; y a esto se suma el Pure Garciai. Por eso el avistamiento del pez Jabalí es una coma entre todo lo que hemos encontrado", dice humilde, sobre una de las últimas especies que vio y que, gracias al trabajo coordinado con científicos, descubrieron que es uno de los nuevos habitantes de estas profundidades.
Los conocimientos y hallazgos de los hermanos García, que en la década de los ochenta trabajaron con el reputado investigador Alfredo Cea, han sido claves para determinar, y actualizar, la información respecto de la biodiversidad de Isla de Pascua. Son verdaderos científicos ciudadanos.
¿Qué es la ciencia ciudadana?
"Hay papers que dicen que el primer científico ciudadano fue Charles Darwin. Y eso porque cuando estaba en el canal Beagle y veía especies que no reconocía, las dibujaba y las enviaba por carta a sus colegas en Inglaterra para que ellos las identificaran. Eso es un ejemplo de un trabajo colaborativo", dice Sebastián Escobar, creador de la fundación Chile Científico. Este fue el eje fundamental de lo que hoy se conoce como ciencia ciudadana: una metodología de investigación, que incorpora a voluntarios que no provienen del mundo científico, para que participen en distintas etapas del proceso. Gente común y corriente que tiene ganas de aportar.
Aunque no hay una fecha exacta de cuándo se comenzó a hablar de "ciencia ciudadana", existen proyectos icónicos que sentaron precedentes y trazaron los primeros lineamientos. Uno de los más antiguos y trascendentes, vigente hasta la fecha, es el trabajo del Cornell Lab de Ornitología en Estados Unidos. Desde 1966 han desarrollado herramientas para invitar a personas de todo el mundo a generar un atlas mundial de aves. La más reciente y utilizada es la plataforma Ebird, que permite a los amantes de los pájaros compartir información sobre avistamientos y sus zonas geográficas.
El poder de la ciencia que se desarrolla con ayuda de la comunidad es algo que se oficializó en la última década. El alemán Martin Thiel, director del proyecto Científicos de la basura -un caso emblemático de ciencia ciudadana en Chile-, reconoce que este concepto es nuevo en el mundo de la ciencia, pero no es una práctica reciente. "En realidad, se hace mucho tiempo. Cuando estaba estudiando en la universidad, en Alemania, en los años ochenta, participé en varias iniciativas con aves. Se trataba de aficionados que salían a terreno y contabilizaban estas especies", asegura.
Pero fue recién en 2014 que el concepto se desarrolló en profundidad en un manual, llamado El libro blanco de la ciencia ciudadana, creado entre científicos de la Unión Europea. Además de establecer cómo se debe utilizar esta metodología, la define como "una amplia red de gente que colabora. Voluntarios que proveen datos para los experimentos desarrollados por investigadores, que levantan nuevas preguntas y que ayudan a crear una nueva cultura científica". Continúa la definición: "Mientras le agregan valor a un proyecto, los participantes además están aprendiendo, obteniendo nuevas habilidades y ganando un entendimiento más profundo de lo que significa el trabajo científico. Como resultado de este escenario abierto, conectado y transdisciplinario, las interacciones entre ciencia-sociedad-política mejoran, dando paso a investigaciones más democráticas, basadas en evidencia y que permite una toma de decisiones más informada".
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