Se habla de "bajo rendimiento" cuando un alumno no alcanza el aprendizaje esperado según edad y nivel pedagógico. El por qué del problema puede tener muchos orígenes y entre los de mayor recurrencia figuran aquellos relacionados con trastornos de aprendizaje.
En promedio, se estima que cerca del 30% de los estudiantes con bajo rendimiento presentan trastornos de aprendizaje. Entre estos resulta común la dislexia, es decir, la dificultad para aprender a leer y escribir que afecta, aproximadamente, a uno de cada ocho alumnos, en el grupo de niños de entre 7 y 11 años. Otras causas del fracaso académico son el trastorno de déficit de atención y los problemas emocionales de todo tipo.
Por otro lado, existen factores externos, esto es, cuando se trata de situaciones que no permiten que el niño alcance los objetivos esperados para su edad, excluyendo casos en que existe alguna necesidad educativa especial. De igual forma, pueden ser factores familiares, por ejemplo, la separación de los padres, algún duelo reciente o altos niveles de exigencia académica.
Otra causal de bajo rendimiento se da cuando el niño no asiste a un colegio acorde a sus habilidades y motivaciones. En este sentido, es importante considerar que hay distintos métodos de aprendizaje y enseñanza. Por ejemplo, en el caso de un niño al que siempre se le obliga a estar escuchando una cátedra, lo más probable es que se distraiga de la clase y no logre captar los contenidos, porque en la actualidad algunos niños necesitan aprender mediante diversos sistemas, y complementar el escuchar con otras maneras de acceder al conocimiento.
Resulta importante mencionar que las dificultades de rendimiento están inmersas en dos áreas. La primera es académica, donde se entiende como el no alcanzar los objetivos mínimos de aprendizaje planteados para el año escolar, en más de dos materias o áreas de formación. Por lo tanto, al no hacerlo, el alumno debe repetir de curso.
La segunda área es donde el niño no logra adecuarse e integrarse a su grupo de pares, formar lazos de amistad, participar de las actividades o adecuarse al método de enseñanza y evaluación del establecimiento.
Soluciones y consejos
Lo primero es dejar de ver el mal rendimiento como un fracaso escolar. Es mejor tomarlo como un indicador de que algo está ocurriendo en la vida de esa persona, algo que le hizo no rendir como se esperaba para su edad.
En segundo lugar, es importante asumir la diversidad y comprometernos con que cada niño o joven es un mundo distinto, con necesidades y habilidades diferentes y que es imposible esperar que todos rindan de acuerdo a una estrategia generalizada.
Un tercer consejo, es trabajar la autoestima y el autoconocimiento, potenciando el desarrollo de habilidades diferentes.
Hay que ayudarlo a que se enfrente a todo -lo fácil, lo difícil, lo cómodo, lo incómodo-, pues sabemos que la vida no se va a adecuar a su ritmo, pero sí podemos ayudarlo a que lentamente se adecue al ritmo general.
Por último, cabe destacar que el área emocional es la que más afecta un mal rendimiento. Al ser tan fuerte el concepto de fracaso, atacamos directamente la autoestima y la motivación, motores para desarrollar cualquier cosa que nos propongamos. Puede que el niño tenga habilidades, pero si emocionalmente no está bien, no va a acceder al contenido. Por eso resulta relevante evaluar qué es lo que yo, como papá, educador o líder, quiero que mis niños logren. Creo que es muy importante que sea algo global, no solo enfocado a lo académico.
En cuanto al rol de la familia, si bien se entrega gran responsabilidad al educador al momento de presentar y evaluar el contenido o los objetivos planteados, si no existe una familia que sea contenedora, que comprenda que no todos los niños rinden de igual forma, que son todos diferentes y que las notas no son el único indicador de que el niño está aprendiendo y creciendo, sin duda, podríamos vernos expuestos a un posible 'fracaso escolar'. Por ello se sugiere:
- No comparar a nuestros hijos con los del amigo, con el hermano o con uno mismo cuando tenía su edad. Con eso hacemos un ataque directo a su autoestima y vamos a marcar de forma irreversible la imagen que ese pequeño se está formando de sí mismo.
- Conocer a nuestros hijos. Tenemos que acompañarlos en el proceso de descubrir cuáles son sus habilidades y dificultades, aceptarlas y contenerlos emocionalmente.
- Estar al tanto del proyecto educativo del colegio en el que se ha matriculado al niño, esto es, comunicación permanente con el colegio, sus valores, modelo pedagógico, y mantenerse informado de lo que pasa con el niño dentro del establecimiento. Asimismo, informar a la institución sobre situaciones familiares puntuales que podrían afectar su desempeño académico.
- Atender a los cambios fuertes y drásticos en sus rutinas y conducta.
- No estandarizar a los niños y comprender que si mi hijo no logra acceder a algún objetivo y necesita más apoyo para algo eso no es negativo, solo le está costando un poco más. En el mismo sentido, hay que dejar las etiquetas de lado y evitar frases perjudiciales como 'él es hiperactivo, por eso no entiende' y 'es que no es tan inteligente, le cuesta más'.
Finalmente, cuando se trata de evitar el fracaso escolar, la labor del profesor es fundamental, en cuanto a la motivación y la diversidad a la hora de presentar un contenido. Es decir, que cuando planifique la forma de acceso a la materia tenga varias opciones para atender las diferentes formas de aprendizaje del grupo, ya sean visuales, auditivas, etc. Y a la hora de evaluar si el estudiante o el grupo lograron adquirir el contenido, también tener en cuenta la diversidad. Si tengo como alumno a un niño tímido, que no participa mucho en clases y le pido que haga una presentación, lo más probable es que tenga una calificación menor a que si le pido que escriba un ensayo o desarrolle una prueba escrita.
Mª Paulina Schwarze Fraile, subdirectora de Editorial Caligrafix.