KIDLINGTON, INGLATERRA.- Desde que los autobuses cargados de turistas chinos empezaron a llegar a una aldea inglesa aletargada e insulsa este verano boreal, los 13 mil 723 residentes de Kidlington, ubicada a unos ocho kilómetros al norte de Oxford, se han sentido entre desconcertados, molestos y complacidos.
La repentina afluencia de chinos también acaparó titulares y produjo un misterio nacional por, por ejemplo, situaciones como esta:
Tras bajar de un bus turístico, y por algún motivo, los turistas asiáticos reaccionan maravillados, tomándole fotos a las corrientes casas, a un roble, a un rosal y hasta a un tarro de basura. “¡Es hermoso!”, dice Liu Jingwen, originaria de la provincia de Guangdong mientras uno de sus compañeros de viaje se acuclilla con su cámara a orillas de un jardín y se toma una selfie frente a un pequeño hogar de ladrillo rojo. Un schnauzer de porcelana sonríe desde una ventana cercana. Pero un transeúnte no parece tan alegre y le grita, enojado: “¡Nada de fotos! ¡Llamaremos a la policía!”.
Otros hechos inexplicables son que los turistas chinos ignoren la hermosa iglesia del siglo XIII de la localidad y sus cabañas de techos de paja, prefiriendo más bien atisbar por las ventanas, filmar los autos estacionados y deambular por los jardines de Benmead Road, una calle residencial monótona y moderna.
Una teoría, reportada fervientemente por los medios noticiosos británicos, es que a los turistas chinos se les engaña, diciéndoles que la aldea era la locación de 4 Privet Drive, la casa de la niñez de Harry Potter. Otros medios, como The Sun, se pregunta si fuerzas sobrenaturales han transportado a los chinos a Kidlington.
Si se pregunta a un residente por qué alguien quisiera venir a Kidlington, invariablemente la respuesta es un asombro perplejo. “Por qué los chinos vienen aquí es una de esas cosas incomprensibles”, dijo Liam King (73), un ingeniero telefónico que estaba rastrillando hojas frente a su casa en Benmead Road.
No hay que desmerecer al pueblo, eso sí. Kidlington ha tenido sus momentos. Una historia de la localidad señala que en 1937 tres lobos siberianos escaparon del zoológico local, causando mucho pánico. Y, en 1987, el presidente del consejo parroquial desencadenó una revuelta cuando trató de convertir a la aldea en una ciudad. Esos dos hechos se rescatan en 79 años, hasta ahora, con la masiva visita de chinos.
Los atractivos de Kidlington
Kidlington tiene, entre otras cosas, una biblioteca pública, siete bares, dos cafeterías, cuatro restaurantes, una calle comercial principal con un local de Domino’s Pizza, un centro de detención de inmigrantes y una iglesia bautista con un letrero afuera que dice: “Trate de orar”. Una casa pareada de tres habitaciones se vende en unos $281.624.200, según agentes inmobiliarios locales.
En un día reciente en The King’s Arms, una taberna local popular, varios nativos de Kidlington se deleitaban con platos de $5.500 con cordero, puré de guisantes y salsa de menta, y se mostraban intrigados por la nueva fama de la localidad, mientras Millie, la perra tuerta del bar, caminaba lentamente por el lugar.
Un dato no menor es que la taberna es frecuentada por un fantasma residente llamado Martha, quien trabajó ahí en los años 50, y quien en ocasiones es vista tejiendo, dijo Christine McGrath, su jovial gerente. Un letrero de “club de viejos gruñones” cuelga sobre el lugar donde tres clientes habituales se sientan semanalmente a quejarse.
El consenso en la taberna es que los visitantes chinos habían ayudado inconscientemente a la aldea anónima a captar la atención internacional, y eso era bueno para la economía local. McGrath dijo que los turistas chinos ocasionalmente entraban al bar, ordenaban cervezas Guinness, apenas la bebían y se iban. “Los chinos nos han puesto en el mapa”, dijo.
La posible explicación: Precios más bajos y la globalización
Con todo, existe una explicación aparentemente lógica para el misterio de los turistas chinos en el pueblo. Según Sun Jianfeng, un guía de turistas de 48 años de la agencia Hua Yuan International Travel en Beijing, los guías rutinariamente depositan en Kidlington a los turistas que no quieren pagar 68 dólares extra por un recorrido opcional en chino por el cercano Blenheim Palace, la majestuosa casa ancestral de Winston Churchill.
Sun añadió que algunos turistas astutos habían descubierto que comprar boletos en el palacio costaba solo unos 25 dólares, y estaban escabulléndose en secreto ahí, a pie, molestando a otros turistas que ya habían pagado el precio completo. Como resultado, dijo, quienes optaban por no tomar el recorrido por Blenheim eran dejados en Kidlington, que no está a una distancia desde donde se pueda llegar caminando.
El guía turístico agregó que Kidlington también era una escala conveniente en camino a Bicester Village, un destino de compras de lujo con descuento para los compradores chinos. Los chinos gastan mucho, y los países europeos compiten duramente por atraerlos.
Asimismo, Sun insistió en que el fenómeno de Kidlington era un resultado de la China moderna y la globalización. Muchos turistas son parte de la clase media rápidamente creciente de China, muchos de los cuales viven en anónimos bloques de torres de concreto en ciudades enormes, dijo. Les encanta la tranquilidad de la aldea y les intriga la vida cotidiana en la campiña inglesa. “El ambiente en el campo en China no es tan grandioso”, dijo, y aseguró que incluso puede ser decadente y ruinoso comparado con la atmósfera típicamente bucólica de Inglaterra. “En Kidlington, el ambiente es grandioso. Se ven granjas y haciendas (…) Además, muchas casas recién construidas aquí tienen estructuras de ladrillo o de ladrillo y madera, que ya no se ven muy a menudo en la China urbana”.
Mientras un bus turístico salía de la localidad, un grupo de visitantes chinos saludaba por sus ventanillas, sonriendo ampliamente. El recorrido de Kidlington había durado unos 15 minutos, pero fue más que suficiente para Liu. “Es tan romántico”, dijo con ojos soñadores.