Cholo, Harry (ex Virutilla) y Negrito (que busca actualmente un hogar definitivo), han encontrado cobijo en el mall Casa Costanera.
Sabino Aguad
REVISTA VIERNES LA SEGUNDA La historia tuvo el mismo comienzo. Si Cholito se quedó a vivir en una galería de Patronato porque el hijo de unos comerciantes chinos se encariñó con él, al otro lado de la ciudad, el Cholo, en Vitacura, decidió hacer de la construcción de una tienda de helados en el mall Casa Costanera, su hogar. Los maestros que trabajaban ahí comenzaron a darle afecto y comida, dos cosas que en la calle no conseguía con facilidad, y a cambio él los acompañó fielmente durante aquella primavera de 2015. Pero la faena terminó, los obreros se fueron y Cholo quedó, nuevamente, en la calle y a la deriva. Como Cholito, cuando los comerciantes chinos se fueron de Patronato y su presencia comenzó a incomodar a algunos locatarios del sector.
Pero el mismo comienzo no garantizó el mismo final. La brutalidad que recibió Cholito, de parte de una mujer y dos hombres que admitieron haber recibido plata para hacerlo desaparecer y así solucionar el supuesto problema que estaba generando entre los clientes, dio paso a una investigación en la Fiscalía por maltrato animal y a una oleada de repudio contra los agresores que incluyó reacciones en redes sociales, columnas de opinión e incluso una marcha que convocó a seis mil personas en Plaza Italia el fin de semana pasado.
En la otra vereda, en cambio, está el otro final del Cholo: fue acogido temporalmente en el Casa Costanera hasta que, en abril de 2016, llegó Bruno Gamberini (ingeniero comercial, 25 años) y decidió adoptarlo de manera definitiva. En julio, junto a su nuevo e inseparable amo, viajará a España para radicarse en las Islas Canarias.
¿Qué tuvo que pasar para que la suerte de estos dos perros callejeros fuera tan distinta?
Cholo, el colonizador
Enclavado en pleno sector residencial de Vitacura, el Casa Costanera funciona con una lógica de barrio abierto a la comunidad, con sus espacios comunes conectados con la calle y sin mamparas automáticas que limiten el ingreso, incluso de los perros. Luego que los obreros se fueran, Cholo recorría pocas veces el mall.
Ximena Córdoba, a cargo del módulo de servicio al cliente, siempre lo encontraba echado en la entrada de la heladería. Distinguía en él evidentes signos de maltrato. Era desconfiado, muy introvertido y de lento acercamiento, pero de a poco empezó a interactuar con los clientes que se acercaban para hacerle cariño.
Después de unas semanas, y asumiendo que el perro no se iría porque había decidido que ese era el lugar en donde quería estar, Ximena consideró que era el momento de tomar decisiones. Con una sensibilidad especial por los animales, cultivada como miembro de Stuka, una asociación que ayuda a perros en situaciones extremas –como el que fue quemado con agua caliente en un restaurante peruano en el centro–, observó cómo la estadía de Cholo planteaba un desafío frente al cual no había una respuesta programada. Decidió proponer una solución profesional y proactiva. “Hablé con el gerente de operaciones y le pedí autorización para iniciar un trabajo con el perro, en conjunto con la municipalidad, con la idea de vacunarlo, esterilizarlo y encontrarle una casa, porque no se iba a ir y la idea no era agarrarlo y botarlo en otra parte”, dice.
Esta preocupación fue el punto de inflexión en la vida de Cholo. Lo que, en definitiva, lo libró de vivir en la calle y lo convirtió en el único candidato a una casa, porque las reglas estaban claras: el mall no era una fundación, y el perro no se podía quedar.
Ximena contactó al municipio de Vitacura y, a través del plan municipal de tenencia responsable de animales, fue atendido por un veterinario y esterilizado. Por el tamaño de sus patas y por sus dientes, hubo nuevas pistas sobre el pasado de Cholo: podría tener, aproximadamente, entre cinco y seis años. “Cuando fue intervenido, tuvo que quedarse un día en el post operatorio. Ese tiempo fue suficiente para que una clienta comenzara a preguntarles a los guardias que qué habíamos hecho con el perro. Se molestó porque no lo vio y nos dijo que si no aparecía en un par de días, ella iba a dejar la escoba y nos iba a denunciar porque no podíamos desaparecerlo”, cuenta Ximena, asombrada del interés y preocupación que suscitó su ausencia.
Finalmente, el perro se transformó en uno de los mejores promotores. “Este es un mall muy familiar entre los que trabajamos acá, los guardias, la gente de aseo. Empecé a conversar con ellos para que me apoyaran y me avisaran cualquier cosa que pasara: si molestaba a un cliente, si se peleaba con otro perro, ese era mi temor. Pero él se dio súper bien y los clientes, sobre todo los dog lover, comenzaron a interactuar mucho con él. Había vecinos que iban exclusivamente a verlo a él. Un día, una señora nos regaló un collar, hubo otro que nos regaló comida, nos donaban plata para bañarlo. Como lo conocían, siempre le traían cosas. Su presencia humanizó y le dio un valor agregado a este lugar, mucho más allá de ser sólo un centro comercial”, dice Ximena.
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