Estoy esperando que el avión despegue. Mi paso por la India llega a su fin. Como siempre, en la India todo se retrasa y toma su tiempo. Mi paso por aquí fue de sabor agridulce. La gente india es muy imponente, es agresiva con el extranjero; primer país donde me sentí insegura. Tratan de aprovecharse de ti a como dé lugar. Las miradas de los hombres son intimidantes y hasta avasalladoras. La pobreza se vive de frente, en vivo y en directo. Ves gente en las calles sin ropa y descalza, niños mendigando por comida o un par de rupias; gente sin sus extremidades pidiendo algo para comer.
No te lo cuentan. Lo vez, lo vives, lo palpas. Como también la indiferencia del de al lado, que te dice que no les des nada y con un empujón, los corren. O con un bocinazo, que para ellos es tan normal, los hacen un lado.
Me dijeron que lo hiciera. Que si no, jamás me los sacaría de encima. Traté y un par de veces lo logre. Pero otras no. No se puede ser indiferente ante el dolor o necesidad de otros. Cuando quizás, en otras circunstancias, se ha conocido el dolor.
La India me mostró lo que es tener un corazón en paz, sin culpas ni dolor, como también su maravillosa riqueza. Me regaló el Taj Mahal, creo que nunca vi algo tan bello y perfecto. Si algo puedo definir como hermoso, es el soñado Taj Mahal.
La comida en la India pica y escasea para los que no tienen un par de rupias para pagar. Yo que las tenía, y a pesar de que el picante no es mi favorito, decidí comerla. Pero no solo por comer. Porque, independiente de todo lo que puede significar estar en la India, hay algo que nada puede quitarle: India me encendió el alma. Me mostró que cuando creía que volaba, no era así. O si lo era, no era mi dirección, sino que estaba en algunos aspectos de mi vida cayendo en caída libre y sin paracaídas.
Me mostró cuánto tengo, que lo que realmente limpia no es lo trasparente del agua, por más cristalina que esta sea. Si el alma no tiene las luces encendidas, nada se limpia.
Hoy siento mi alma pura, pero con una pureza que me hace querer buscar más. Hay millones de escalones que no estaba subiendo. Hoy quiero subir la escalera cuantas veces se me plazca, mirar para atrás sin temor a que digan que estoy viviendo en el pasado; porque si lo hago es para ver cómo deje mi huella en ese pasar.
La anorexia dejó muchas huellas en mí, no sabía qué tan presentes estaban. La India me las mostró, me hizo llorar y enfrentar, pero también olvidarlas y perdonarlas. Las cremó en el río, les dio su ceremonia de despedida y me hizo renacer sin fantasmas, con paz, amor y alegría, como una mujer que despertó.
Gracias, India, por tu carácter imponente y mostrarme que tengo valor para enfrentarlo. Gracias por la enseñanza de lo aprendido, por dejarme ver que nada de esto, ni siquiera este viaje, sería posible si yo no hubiera decidido volar y sanar.
Mañana empiezo a viajar nuevamente sola. El argentino caminante vuelve a Buenos Aires. Si me preguntan si siento miedo, sí, lo siento, pero no me asusta porque estoy en paz. Hoy tengo el alma encendida y una vida con ganas de inyectarle más vida, sin fantasmas ni mochilas que cargar. Y desde ahí se puede ver que la vida es paradojal, y se puede tener miedo y estar en paz al mismo tiempo.
Denisse Fuentes Estrada, Fundadora & Directora Fundación "Pesa Tu Vida" (www.pesatuvida.cl; Facebook: Pesa Tu Vida; Twitter: @PesaTuVida/@D_FUENTESE; Instagram: Pesa Tu Vida/Denisse.fuentes.e); autora de "La Dieta de la Muerte"; Joven Líder 2015; Diplomada Internacional en Coaching Neurolingüístico.