Díaz, que estudió en Las Ursulinas y tuvo una relación cercana con la religiosa, también cuestiona la formación que recibían: "Querían que fuéramos perfectas".
Ilustración, Edith Isabel
A comienzos de 2011, meses después de entrar a la universidad, Verónica Díaz (23) no podía creer lo que estaba viendo en las noticias. Su profesora de matemáticas estaba públicamente denunciando los abusos sexuales que sor Paula, cuyo nombre es Isabel Margarita Lagos Droguett, habría cometido en su contra. La misma que ella conocía desde niña, por el colegio, y que cuando su mamá falleció, se acercó a su familia para contenerlos.
“Casi me morí. La madre Paula siempre fue una mujer… intachable. Y si había alguien que tenía poder en esa institución era ella, nunca la habrías cuestionado”, explica.
Junto a su profesora, otras dos ex alumnas revelaron sus experiencias y así Las Ursulinas engrosaron la lista de casos de abusos presuntamente cometidos por religiosos en el país. “Pero salió en todas partes esa única vez y nunca más”, afirma Díaz. “Por eso creo que lo que uno tiene que hacer cuando escribe teatro es hablar de algo que te interesa, pero que también sea importante para los demás. Con todo el tema de Karadima y una vez que murió la madre Paula, empecé a investigar. Y me puse a escribir sobre lo que había pasado, lo que me habían contado y cómo nos marcó el sello Ursulina”, agrega.
¿Cómo es ese sello?
De mujer perfecta. Como parte de la investigación, revisé muchos anuarios y analicé el proyecto educativo del colegio, donde se explica qué se quiere para sus alumnas. Y todo se resume básicamente en eso: crear mujeres ejemplares, pero no necesariamente como uno se las imagina. Había cosas buenas, como el valor de la austeridad o de no seguir las modas, que me parece muy rescatable. Pero por otra parte, te enseñaban a ser una mujer sumisa. La madre Paula siempre decía: “el hombre es el cerebro de la casa, la mujer es el corazón”, y este sello se remite a eso: a ser una mujer culta, pero bien portada. Por ejemplo, nos enseñaban a cocer y cocinar, que está bien, porque es útil, pero el trasfondo va mucho más allá.
¿Cómo fue tu experiencia estudiando ahí?
Es importante destacar que yo estudié en Las Ursulinas de Maipú, una comuna periférica. Sin embargo, al colegio no iban familias vulnerables y nos recalcaban que éramos las que teníamos el mejor pasar del lugar. A mí me gustaba mucho el colegio, siempre lo pasé muy bien, pero era bien rebelde. Cuando entré a teatro me di cuenta de que estuve mucho tiempo en un lugar en el que, no con la intención de hacerte daño, te formaban de una manera elitista, clasista. Y eso genera muchas contradicciones.
¿Cómo era sor Paula?
Le decíamos hermana Paula, y era cercana, muy cercana, aunque eso no significa que era cariñosa. Le teníamos “miedo/respeto”. Nunca nadie le hubiese contestado algo, jamás. Y de hecho, sinceramente, si no hubiera muerto, no sé si me habría atrevido a hacer esta obra. Teníamos hasta un día para celebrarla, en el que todas le rendíamos culto y preparábamos cantos gregorianos y muestras de arte. Mi familia también era muy cercana a ella. Mi madre murió cuando yo estaba en el colegio y ella se encargó de que la velaran ahí y fue muy buena conmigo.
¿Nunca hubo sospechas contra ella?
Había rumores, siempre se comentaba. Pero nunca fue nada concreto. Por eso creo que lo que pasó hizo que su figura, que estaba en lo alto, se quebrara totalmente, aunque hay quienes la defienden.
¿Qué opinas de esa defensa?
Hay tanto amor depositado en estas figuras, que resulta mucho más doloroso enfrentarlo...
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revista Viernes de La Segunda.