Esquiar en la Corea del Norte de Kim Jong-un. Esa es la exótica propuesta que plantea la estación de Masikryong, con la que el hermético país quiere captar turismo extranjero y modernizar su imagen.
A cuatro horas de viaje por carretera desde Pyongyang, se llega a estas instalaciones, cuya recepción luce un colorido mapa con sus nueve pistas de nivel principiante e intermedio y sus cuatro remontes, al tiempo que se proyectan vídeos sobre la vida y milagros de los líderes de la dinastía Kim.
Fuera, decenas de empleados barren con ahínco la nieve de la calzada al son de marchas militares para que este símbolo del régimen comunista esté impecable al recibir a los visitantes, que el año pasado fueron aproximadamente 20.000 norcoreanos y 1.500 extranjeros, según cifras entregadas por el director del complejo, An Song-jin, quien afirma que las instalaciones tienen capacidad para acoger a unos 1.000 esquiadores diarios.
A pie de pista, la mayoría del centenar de usuarios que se divisan son norcoreanos principiantes, muchos de ellos niños, que disfrutan de un día de esquí amenizado por el tono marcial del documental que se proyecta en un monitor gigante, sobre la construcción de la estación a cargo del Ejército.
El tono épico de las imágenes y el museo anexo se deben a que las obras duraron menos de un año, tiempo récord que ha popularizado en el país la expresión de “hacer las cosas a velocidad Masikryong”, explican dos guías locales.
Pero ante todo Masikryong, inaugurada en 2013, es la primera estación para el gran público en Corea del Norte, ya que hasta esa fecha solo existía una pequeña instalación en el remoto noreste donde aprendieron a esquiar la mayoría de instructores. Y, sobre todo, es la primera que acoge extranjeros en un país conocido por su hermetismo, pero cada vez más interesado en atraer a viajeros foráneos.
Noruegos, chinos, rusos, australianos o franceses han pasado por aquí, según desvela el libro de visitas del hotel, donde la ocupación parece ser baja y donde hay que rebuscar para toparse con un extranjero.
Pero Werner Huget, empresario alemán que esquía desde hace décadas en países de medio mundo y que se aloja aquí, es la prueba de que hay gente dispuesta a costearse un tour (que parte de los 1.000 dólares sin incluir vuelos a China, desde donde se viaja luego a Pyongyang) y volar desde la otra punta del mundo para vivir la insólita experiencia de esquiar en Corea del Norte.
"Está un poco lejos y puede que sea un poco difícil entrar al país -solo puede hacerse a través de agencias- pero la estación está muy bien y es una buena excusa para visitarlo”, afirma convencido.
Las habitaciones de estilo alpino del único hotel son acogedoras, cómodas y están bien equipadas. Y ante todo, como dice Huget, las pistas están bien diseñadas, como en el caso del trazado que permite esquiar más de 5 kilómetros desde el punto más alto, la cima del monte Daehwabong (1.363 metros).
"Necesitamos publicitarnos más y romper con la información negativa sobre nuestro país”, considera Ju Jong-hyok, director de Korea International Travel Sports Company. La empresa es un turoperador norcoreano que atiende a turistas de todo el mundo y que ofrece, a través de agencias, paquetes en Masikryong y de senderismo en el Monte Kumgang (sureste) o ciclismo y estancias en una residencia particular (al estilo de Cuba) junto al Monte Chilbo (noroeste), patrimonio de la UNESCO.
No obstante, el objetivo detrás de la construcción de estas pistas de esquí no es solo atraer turismo extranjero, explica Andray Abrahamian, director asociado en Choson Exchange, una ONG que forma a norcoreanos en emprendimiento empresarial y política económica.
"La estación encaja más en la idea de construir una imagen de país más moderno y desarrollado con oportunidades de ocio para su gente”, dice Abrahamian.