CHAÑARAL DE ACEITUNO.- Los sonidos y vibraciones de los buques alteran las rutas y hábitos alimenticios de las ballenas, pero una adecuada regulación del avistamiento recreativo puede ayudar a su preservación, como intentan demostrar científicos y pescadores en el litoral chileno.
Chañaral de Aceituno, una caleta de pescadores situada junto al desierto de Atacama, amanece tapizada por una tenue bruma. A esta altura del año, el verano aún regala mañanas con temperaturas agradable y apenas corre una ligera brisa.
Pescadores, mariscadores y algueros salen a faenar en sus botes. En el austero muelle, comienzan a llegar los turistas, que anhelan encontrarse de cerca una espectacular ballena azul, así como también aparecen científicos, investigadores y naturalistas que llegan ahí preocupados por el futuro de la zona, y esperan estudiar en terreno su extraordinaria riqueza.
Chañaral, a 600 kilómetros al norte de Santiago, está situado frente a la isla del mismo nombre, en la Reserva Nacional Pingüinos de Humboldt. Aquí, delfines, cachalotes, ballenas fin, jorobadas o la majestuosa azul -el animal más grande del planeta- se dejan ver con asombrosa frecuencia cerca la costa.
Basta un bote de diez metros y un pescador con experiencia para ofrecer a los visitantes la emoción de escuchar un fuerte soplido y a continuación descubrir un enorme lomo gris. Y si la suerte acompaña, la figura perfecta de la aleta caudal del "gigante azul" antes de desaparecer bajo el agua.
Pero la sobreexplotación de los productos comerciales del mar (pescados, mariscos y algas) pone en riesgo uno de los ecosistemas marinos de mayor biodiversidad de Chile.
Lo que dicen los investigadores
Un kilómetro alrededor de la isla Chañaral se extiende la reserva del mismo nombre; un refugio para especies que apenas pueden verse en otros lugares del mundo. Allí, la costa isleña, donde está prohibido desembarcar, ofrece un completo espectáculo de vida salvaje. Una ruidosa comunidad del lobo marino común cría a sus cachorros cerca del lugar donde los pingüinos anidan bajo los cactus.
El lobo fino austral nada con agilidad rodeado de unos simpáticos chungungos. Aves como el petrel, el zarapito o el cormorán salpican el cielo y las olas.
César Villarroel, capitán de la estación de buceo, documentalista y miembro de la mesa consultiva de la Reserva Marina Isla de Chañaral, plantea un importante reto a las autoridades chilenas. "El turismo responsable de observación de fauna marina podría ofrecer aquí una alternativa de reconversión económica para frenar la sobreexplotación y conservar estas costas", asegura.
De hecho, científicos de la Universidad de Valparaíso dirigidos por la bióloga Maritza Sepúlveda han realizados estudios sobre el comportamiento de los cetáceos ante la actividad turística y las posibilidades de la caleta como destino sustentable para la observación los animales marinos.
De ellos se desprende que, con un comportamiento respetuoso durante el acercamiento de los botes, el avistamiento recreativo no debería resultar dañino.
La experta investigadora Macarena Santos asegura tras semanas de estudio de la interacción entre ballenas y embarcaciones que "sorprendentemente, el impacto de los botes en los cetáceos es mucho menor del que se pensaba".
Turismo sustentable: Los habitantes tienen esperanza
Los datos obtenidos desde el campamento de Chañaral muestran que las ballenas no se alejan de la zona ante la presencia de las barcazas. "Solo las evitan cambiando momentáneamente el rumbo, pero permanecen en el entorno", explica Santos.
La comunidad local está comprometida con la reserva y el cambio, pero los trabajadores del mar reclaman iniciativa, planificación y ayudas para que la reconversión sea posible. "Lo difícil ahora es definir el modelo, con qué tipo de alojamiento, y qué capacidad de carga tiene la caleta", señala César Villarroel, quien, como muchos vecinos, padece a diario cortes de luz y agua en su vivienda.
Según el inventario de recursos elaborado por los propios investigadores de la Universidad de Valparaíso, 35 cabañas componen la oferta de alojamiento. En la caleta también hay tres restaurantes, un par de puestos de empanadas y dos tiendas de comestibles.
Todo está por hacer, empezando por la definición de un modelo de desarrollo turístico sustentable capaz de mantener la autenticidad del lugar que enamora hoy al visitante.
Y mientras esta zona espera una respuesta de la Administración, sus habitantes sueñan con nuevos recursos. En su esperanza, los mismos pescadores han arrastrado hasta la playa tres ballenas -dos jorobadas y una fin- y las han enterrado con sus manos.
Confían en que algún día alguien lidere y financie el rearme de los esqueletos para mostrarlos en un centro de interpretación que aporte valor a los avistamientos y conocimientos a los turistas.