Laura entró a mi consulta. Estaba destrozada y culposa por la última "recaída" que había tenido con su ex novio. Meses atrás, había dejado sus sesiones en pausa declarando que ya se sentía satisfecha con sus avances. Pero ahí estaba, con el corazón roto otra vez.
Su relato me trae a la mente
cuán difícil es para algunos generar los cambios que necesitan. Los ejemplos son cientos: por un lado vi que Teresa, Eugenio y Patricia, aprendieron a estar alertas para que no le pasaran los mismos goles de antaño, y así, fueron afirmando su transformación. Pero también vi a Rodolfo, Ana y Rodrigo haciendo foco en lo que sucedía fuera de sus esferas, limitándose a esquivar los disparos inmediatos y arrancando del proceso luego de la mínima mejoría.
¿Liviandad? Me parece que se relaciona con la manera superficial en que se tienden a enfrentar los temas personales, en donde muchos viviendo situaciones de malestar, o los esquivan o meten la cabeza en un hoyo. Personalmente, me parece una caricatura de mal gusto la escuálida respuesta en nuestro medio frente a cualquier proceso de crecimiento personal, comparado con la concurrencia masiva a ferias de zapatos. Sin el ánimo de entrar en una disquisición sobre el caos de prioridades en el que vivimos inmersos,
me parece útil plantear lo complejo de la transformación para algunos, incluso en aquellos que declaran necesitarla, pero que una fuerza misteriosa pareciera retenerlos cautivos, reincidiendo en conductas nocivas, y que en el amor, los lleve a sostener relaciones sin destino o acostumbrarse a convivencias mediocres y hasta peligrosas.
Identifico a dos grupos:1.- Personas cuya ceguera les impide reconocerse a sí mismos como la principal fuente de sus complicaciones, incapaces de identificar los lados negativos de sus patrones relacionales, con juicios confusos que se traducen en elecciones equivocadas, y así, a imaginar caminos de solución.
Son los que no pueden cambiar.
2.- Aquellos que sabiendo del papel que ellos mismos juegan en sus desaciertos, mantienen y repiten tales conductas dando la impresión de haber desarrollado una especie de escudo a sus efectos, un acostumbramiento que los inmuniza al dolor.
Son los que no quieren cambiar.
No obstante, es justo diferenciarlos. "Los que no pueden", a pesar de un actuar a veces errático, cuando logran correr el velo descubriéndose al centro del problema, en su mayoría, suelen empoderarse bajo la promesa de verse como generadores de su propio cambio. Trabajando sus juicios y emociones negativas, aprendiendo a escuchar su cuerpo e intuición, avanzan en la desactivación de esos pilotos automáticos que los han perjudicado.
Lamentablemente, entre "los que no quieren" la cosa no es tan fácil. A la ignorancia inicial de ser parte del problema se suma el "no desear soltar". No saben que no quieren cambiar. Sufriendo e insatisfechos por sus relaciones, sus trabajos o vidas, se conforman con zanjar lo inmediato, cerrándose a trabajar en profundidad, dado que sus patrones aunque tóxicos, son parte de lo que son, y se aterran con la idea de perder su identidad.
Desde mi tribuna, a todos y todas, les deseo reiterar que efectivamente
el cambio es un proceso arduo, incómodo y hasta doloroso, que significa renunciar a hábitos que acarreamos la vida entera, como la dificultad a colocar límites, el manejo de la rabia, o la insistente necesidad de reconocimiento. Sin embargo -y esa es la paradoja-, entre más apegados a tales mecanismos, más profunda es la resignificación, mucho más grande el premio.
Si luego de leer este artículo usted se reconoce entre los que se tropiezan con la misma piedra y que, prontamente, abandonan sus buenas intenciones de ser más,
le propongo que haga el siguiente ejercicio:
1.- Póngase cómodo y cierre sus ojos.
2.- Imagine su vida en 5 años más desde este preciso momento.
3.- Visualice si para ese entonces habrá logrado dar solución a aquello más profundo que le amarga la existencia hoy.Si su respuesta es negativa, si reconoce que nada se va a remediar por arte de magia, puede que sea el momento de tomar acciones y, ya sea partir a Lourdes de rodillas, entrar a una terapia o pedir ayuda entre los que le rodean, el empezar a buscar respuestas sin seguir posponiéndolo pareciera ser la opción más sabia. Trabajar en usted sabiendo de antemano que surgirán miles de dudas y temores, la necesidad de salir arrancando y refugiarse en eso que ha sido siempre; pero inmediatamente considere que tal como visualizó lo negativo, en 5 años más puede haber construido un futuro a su medida, uno estimulante y pleno que además será gracias a su arrojo, su firmeza y sinceridad.
Fue la decisión de Laura, quien apeló a su valentía, esa que no es exclusiva para los que no tienen miedo, sino para todos los que percibiéndolo deciden convivir con él y le hacen frente, inspirados únicamente por su deseo.
Por Cristina Vásconez, Coach del Amor (www.cristinacoach.cl. cvasconez@puntopartida.cl)