SANTIAGO.- Fue el mismo que le pisó el pie al Tany Loayza, el mismo que afirmaba a Joe Louis para que Arturo Godoy no lo botara.
Fue el mismo que le dijo a Manuel Plaza que no, que el camino era para allá y para allá partió Plaza, aunque fuera para el otro lado.
Fue el mismo que en reunión de viejos amigos apenas le alcanza para inflar el pecho por el tercer lugar en el '62.
Fue el mismo que le echó purgante a la comida de Martín y Martín terminó en la lona con el japonés apabullándolo a combos.
Debe haber sido el mismo que achunchó a Cornejo y a Fillol, cuando ni los mismos italianos entendían cómo se llevaban la Copa Davis desde tan lejos.
Fue el mismo que me dejó con la radio prendida cuando Colo Colo y después la Unión y más tarde Cobreloa estuvieron tan cerca y popularizaron eso de "hay que seguir trabajando".
Pensé que ya se había olvidado de mí cuando Ríos levantó una bandera y lanzó la raqueta al cielo, pero apareció cuando Bochardeaux cobró un penal cuando Italia no tenía nada que hacer. Y me sacó la madre cuando un amigo me dijo "¿te imaginai si nos hicieran el empate?" y chuuuu, justo los austríacos nos empatan.
Ya lo había olvidado. Lo creí muerto o maldiciendo a otros, a sabiendas que nunca es bueno ensañarse sólo con uno, pero hoy apareció con la crueldad fina que me machaca una y otra vez que siempre quedaré en el borde, que seré siempre último, tercero, a veces segundo y que cuando estoy ahí, en el borde, lo veo venir, lo siento cerca, lo hago pasar y me quedo con la boca abierta imaginando el sabor dulcecito que debe tener la victoria.