CONCEPCION/SANTIAGO.- Los lilas fueron los típicos dueños de casa que se gastan el sueldo del mes comprando la carne y el vino para recibir a la visita de honor y, cuando llega el día, el invitado se toma el vino, se devora la carne, le coquetea a la hija mayor y se va feliz sin poner ni uno.
En este duelo de octavos de final de Copa Libertadores, Vasco -que ganó 3-1- fue el invitado, el invitado mezquino que llegó minutos antes de que comenzara el partido, que vino con un fantasma de Romario y que se llevó los tres puntos a Río sólo por haber reventado la pelota a cualquier parte y por haber definido las tres ocasiones que habría sido un pecado desperdiciar.
Quizás el error de Concepción fue sobreestimar al rival. No hubo prensa que no hablara del "milagro penquista" o del duelo entre "David y Goliat". Con ese concepto, los lilas salieron a cambiar el destino casi a tientas, con el empuje con el que lograron seis puntos en los anteriores dos partidos, pero que esta noche los encegueció.
La garra de los sureños se tradujo en la continua búsqueda de Cristián Montecinos como generador y finiquitador. A medida que Pérez, Almendra y Verdugo fueron olvidándose del pelotazo y pusieron la bola en el pasto, Vasco comenzó a exhibir ripios, como si estuviera jugando a media máquina o como si no fuera de verdad su noche.
Verdugo, a los 9', aprovechó la primera jugada pensada de los locales, tras centro de Montecinos. Fue un rebote que capitalizó, pero la movida previa fue lo primero de fuerza cimentado en fútbol y no al revés.
Seguir a los ponchazos fue lo que liquidó a Concepción. Básicamente porque le facilitó la tarea a los rústicos zagueros brasileños que, en una de esas, habilitaron a Euller quien, en el primer desborde medido, centró para que Juninho -lo único rescatable de los forasteros- conectara de cabeza a los 20'.
Lo peor es que los penquistas abordaron el resto del partido con la misma testarudez. Montecinos quería decirle a sus compañeros que era humano y que, por más que lo buscaran por todos lados, las posibilidades de ganar una pelota eran limitadas ante tan poblada zaga.
Ese esquema facilitó el contraataque brasileño. A los 65', Romario empujó adentro un suave centro que la defensa lila juró fuera de juego. De allí en adelante, las piernas esforzadas de los locales se perdieron en Collao. Montecinos perdió la poca claridad que tenía, Ibáñez nunca fue la compañía riesgosa, y Verdugo echado atrás fue un alivio para Vasco.
Ya era castigo y fue mucho más cuando a los cinco minutos de descuento, cuando Ibáñez y Verdugo se habían despilfarrado sendas ocasiones, Juninho anudó la última jugada urdida de los foráneos con un tiro a media altura que no pudo atajar Navarro Montoya.
Ahora se viene la revancha y es de esperar un vendaval, pero si Concepción se da cuenta que a Vasco se le puede jugar con fútbol y fuerza, podrá sonar iluso, pero de verdad así no estaría todo perdido.