RIO DE JANEIRO/SANTIAGO.- No había que ser mago ni pesimista para saber que lograr la clasificación en Brasil ante Vasco da Gama era imposible para Concepción.
Por mucho que los fanáticos dijeran que, como siempre, el fútbol es once contra once, la diferencia de jerarquía de plantel en términos técnicos, de rendimiento y hasta de alimentación era tan abismante que los lilas deben estar absolutamente satisfechos con el 0-1 (1-4 en el global) con que quedaron definitivamente al margen de los cuartos de final de la Copa Libertadores.
Vasco, eso sí, clasificó a media máquina. Si ya había sido tacaño en el sur chileno, esta vez sólo parte del segundo tiempo (los treinta minutos iniciales, para ser justos) mostró chispas de talento, velocidad y juego de conjunto.
En ese lapso, el único en que se vio fútbol en la lluviosa noche carioca, los albinegros convirtieron a Navarro Montoya en un muro -lejos, lo mejor que se le ha visto al argentino en años- hasta que se dieron cuenta de que era mejor volver a bajar el ritmo para esperar a su próximo rival en la cita copera.
Concepción hizo lo que pudo. Que no es mucho. Pelotazos a Montecinos para que el delantero pusiera el cuerpo, se diera vuelta y complicara un par de veces a Helton, y listo.
Extrañamente, jamás los lilas jugaron asociados. Cuando un mediocampista recibía la pelota con ventaja, el resto se arrancaba a esperar el ollazo. Jugar asociado en una cancha mojada y ante brasileños es difícil, estamos de acuerdo, pero aún lo es más tratando de sorprenderlos por arriba.
En un adjetivo, Concepción lo dio todo, hizo lo que se le pedía y lo que podía y no le bastó con un rival que jamás metió segunda para liquidar.
Y cuando lo que se da no es mucho pasa que no se gana y a eso Concepción se está acostumbrando peligrosamente.
