Era mi primera fiesta de 15. Yo me arreglé, pero no me puse vestido, eso sí que no; le dije a mi mamá que me podía peinar si quería, pero vestido NO, así que me mandó a hacer unos pantalones y una polerita un poquito más, y según ella, con eso, yo "iba a matar"
Yo me reía, porque me creía lo máximo. Ella siempre logra eso, hacerme sentir la más bonita.
Partí a la fiesta con la Mari y la Sole, que desde sus vestiditos se rieron un poco de mí, lo suficiente como para no hacerme sentir mal, aunque la verdad a mí no me importaba, o hacía como que no me importaba.
Llegamos a un salón enorme, rodeado de luces de colores, espejos brillantes que mostraban vestiditos, compañeras hermosas y perfectas, angelicales caras y niños con corbatas, mitad ridículos, mitad lindos. Era lo más parecido a un cuento de hadas.
Apenas entré, sentí cientos de miradas extrañas que me desvestían y me volvían a vestir. Fueron segundos eternos, terribles, pero caminamos hacia adentro, y de a poco se fueron olvidando de mí. Uno que otro apuntaba, pero nada terrible.
La Mari moría por un gallo de tercero medio, que obviamente no le daba ni la hora, pero era divertido verla haciendo ademanes sobrehumanos para que él se fijase aunque fuera por un segundo en que ella existía y que era linda, detrás de esa chasquilla horrible impregnada en una laca indecente, que le caía como catarata sobre su frente.
Poco a poco empezaron a salir a bailar las primeras parejas. Yo no bailaba y no porque no quisiera, si no por que nadie se me acercaba. Entonces pensé que tal vez los pantalones no caían bien, o tal vez era simplemente yo.
La Sole le dijo que no a dos hombres que se le acercaron, sólo por quedarse conmigo, pero la reté porque no quería que lo pasara mal por mí. Según ella, se reía más conmigo que con cualquier niño fome que se acercaba para conversarle tonteras mientras tocaba batería imaginaria con las manos al ritmo de las canciones.
La noche avanzó hasta que quedó colgando, tal como la Mari del cuello del Rodri, no el galán de tercero medio, sino un compañero nuestro, su premio de consuelo. De repente empezó a sonar una canción muy linda, de una película, que nos gustaba mucho, y con la Sole no nos aguantamos, y nos paramos.
"Filo, Amanda, bailemos las dos no más", me dijo. Era un desafío, pero lo acepté con vergüenza, porque eso no se usaba en los ochenta. Apenas nos paramos para caminar a la pista de baile, nos relajamos y nos dejamos llevar por la música.
Empezamos a hacer una coreografía, una movía el brazo y la otra la imitaba, saltaba una y la otra la seguía. Se nos olvidó que era una fiesta, nos sentíamos en un escenario y absolutamente involucradas en nuestros pasos, hasta que el silencio se apoderó del lugar, y de repente nos dimos cuenta de que la fiesta entera nos estaba mirando, parados con cara sorprendida.
La Mari era la única perdida, colgada por ahí, quién sabe dónde.
Las dos nos congelamos. Roja no era la palabra; estábamos moradas. Nuestros compañeros nos cortaron la inspiración, y no continuaron bailando hasta que con las puras miradas nos echaron de la pista.
Una hora estuvimos esperando afuera a la mamá de la Mari, que a la una y media nos venía a buscar, y por suerte fue puntual. La Mari también llegó justito.
El lunes llegamos al colegio, y en el recreo de las once alguien comentó: "miren, ahí están las Flashdance..."
Se sintieron las risas, ya todo el colegio sabía. La Mari nos miraba, con cara de pregunta, y nos pregunta: "¿ Flashdance?"
Amanda Kiran