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Columna: Amor azul

23 de Julio de 2001 | 18:45 | Amanda Kiran
La Lore me pasó a buscar a la casa del Chalo. Ni el pololeo se salvaba si me invitaban a ver un viernes a las ocho un partido en Rancagua, sobre todo si juega la "U". No lo piensas.

-Amanda, tengo entradas gratis, ¿te tinca?-, me dijo la Lore. Ella trabajaba en la tele y debía ir a cubrir un amistoso de los azules con O'Higgins.

Al Chalo lo volví a ver una vez más, cuando me devolvió la chaqueta que dejé esa noche, pero esa es otra historia.

Partimos con la Lore y la Paula, felices, a Rancagua. Yo no había estado antes en ese estadio, era lindo, pequeño, muy acogedor. Estaba casi lleno y fuimos a sentarnos a la tribuna donde estaban los familiares de los jugadores.
Amanda Kiran
Todos se conocían. Una mamá con la radio al lado de su oreja; la señora de algún extranjero de paso, con la buena guata de siete meses; dos o tres papás jubilados y orgullosos de su hijo, y entre medio la Lore, la Paula y yo, muertas de frío.

En la cancha había un cabro nuevo que la Lore debía entrevistar después. Se llevaba todo el crédito del equipo, porque a los pocos minutos ya había metido dos golazos que celebré como una final en la copa del mundo, porque habían sido para una ocasión de ese tipo.

Sus compañeros comprendían todos sus movimientos, y cuando se perdían él se las arreglaba para salvar la situación.

El papá de la nueva figura era un gordo grande y muy cariñoso al que se le salía el orgullo por los poros. Había sido muy amable en la entrevista con mi amiga y le había contado varias cosas de los inicios de su hijo. La Paula y yo estábamos tan metidas en la conversación que hasta nos perdimos el tercer gol del flaquito chascón que causaba el delirio en la tribuna.

Había sido un partido inolvidable, porque se mezclaba historia con esas ganas de gritar los goles que a ratos nos hacía sentir dentro de la cancha. ¡Ja!, eso era divertido...



Ya era historia, en realidad, el 3-0. Estábamos imaginándonos lo que comeríamos en el Bavaria de regreso a Santiago. El partido recién había terminado y el flaco se acercó a la hinchada, primero, y a la tribuna, después, donde estaban su padre y tres coladas. Levantó los brazos y aplaudió, saludándolo.

Su padre se sonrió, colorado y gustoso. Debe ser agradable sacrificar todo por un hijo en la vida, pensé, aunque fuera sólo por esos escasos segundos de protagonismo.

Mientras bajábamos las escaleras y ya pensaba en mis papas fritas, tomé a la Lore del brazo y le pregunté entre el griterio:

-Oye, ¿y cómo se llama el flaco de los goles?

Ella se me acercó, casi gritando.

-Ahhh, ¿no te dije? Es el nuevo delantero de la "U". Se llama, Marcelo, Marcelo Salas.

Amanda Kiran
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