EDMONTON.- El atletismo se ha convertido desde hace ya tiempo en un lucrativo juego millonario gracias a los premios cada vez más cuantiosos, una tendencia que continuará en el mundial que comienza el próximo viernes.
En la ciudad canadiense de Edmonton se compite por tercera vez, después de 1997 en Atenas y 1999 en Sevilla, por premios de cinco dígitos que reparte la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) para los ganadores de medallas.
Los corredores de maratón serán esta vez los primeros en gozar de la lluvia de dinero: el campeón mundial se llevará 60.000 dólares, el segundo 30.000 y el medalla de bronce 20.000. En total la IAAF distribuirá 5,22 millones de dólares en premios.
La evolución de los premios en la disciplina básica de los Juegos Olímpicos ha sido impresionante, teniendo que en los tres primeros mundiales hasta 1991 en Tokio sólo se competía por títulos y medallas.
La discusión sobre premios en metálico se desató en vísperas del campeonato del mundo 1993 en Stuttgart. Atletas, entrenadores y managers hablaron incluso de boicot sino se distribuían recompensas económicas.
Primo Nebiolo, el fallecido presidente de la IAAF, tras reaccionar con dureza y amenazar con suspensiones hasta los Juegos de Atlanta en caso de boicot, halló luego una solución: en Stuttgart y Gotemburgo, los 40 campeones individuales recibieron como premio un Mercedes y la suma para la final del Grand Prix, que se celebra todos los años, se triplicó a 2,34 millones de dólares. Desde 1996 se reparten en el Grand Prix 3,388 millones de dólares, y la victoria total es premiada con un jugoso cheque de 200.000 dólares.
El argelino Noureddine Morceli, el ucraniano Sergei Bubka, seis veces consecutivas campeón mundial en salto de pértiga; el estadounidense Michael Johnson, con nueve título el participante más exitoso en mundiales; el superman Carl Lewis y otros atletas punteros habían abordado ya una y otra vez el tema del dinero.
Su argumento principal era que la IAAF hacía suculentos negocios con sus hazañas deportivas.
El Secretario general de la IAFF, Istvan Gyulai, reconoció a los atletas un papel clave: "Sin estrellas no hay teatro, eso lo sabemos a la perfección". El auto de lujo, que calmó los ánimos en dos mundiales, no fue del agrado de todos. En algunos países la importación ocasionaba notables costos (transporte, aduana, impuestos).
"No puedo permitirme el lujo del auto", dijo la lanzadora de jabalina noruega Trine Hattestad, campeona olímpica de Sydney, tras su triunfo en Stuttgart, debido a los impuestos especiales y derechos de aduana que superaban el valor del coche. El cubano Javier Sotomayor, recordman mundial de salto de altura, tras sufrir un accidente, tuvo que transportar el auto por barco fuera del país para ser reparado, lo que costó una fortuna.
Los atletas prefieren dólares en mano, lo que por fin ocurrió en 1997 en Atenas. En Sevilla, Michael Johnson se llevó en total 180.000 dólares, incluidos 100.000 por su récord mundial en 400 metros lisos. Su compatriota Maurice Greene le fue a la zaga con tres títulos y 140.000 dólares.