Ríos tuvo que inclinarse ante Sampras

STUTTGART.- Era la ocasión para que Marcelo Ríos venciera a Pete Sampras. El chileno estaba prendido, jugando a gran altura, y el estadounidense mostraba altos y bajos, en una temporada en la que no ha podido plasmar todo su tenis. Pero Sampras sacó a relucir justamente hoy su mejor juego y terminó imponiéndose por 4-6, 7-6(3) y 6-4, tras dos horas y seis minutos de intensa lucha.

Ríos comenzó a todo vapor. Con un servicio más efectivo que potente, con tiros angulados y una rapidez casi a toda prueba, el chileno quebró en el cuarto juego de la primera manga para encaminarse con solvencia a lo que podía ser uno de sus mejores triunfos. El 6-4 a favor del "Chino", en 38 minutos, dejó la impresión que el marcador general entre ambos jugadores quedaría igualado 1-1.

Y pese a que no hubo quiebres en el segundo set, Ríos no cedía en su afán por conseguir la victoria. Pero fue acá donde Sampras comenzó a gatillar de mejor forma su primer servicio -también el segundo- y cuando Ríos cayó en pequeñas lagunas de finiquito. El tie-break lo liquidó -en 47 minutos- el norteamericano a puros raquetazos, limpios, que Ríos nunca pudo contestar bien plantado en el cemento alemán.

Pero en el tercer set la ilusión chilena volvió a encumbrarse. Ríos se puso 1-0 y quebró en el segundo game el servicio de Sampras. Todo iba bien, mas el norteamericano le devolvió la mano enseguida para quedar 1-2. Luego no se sacaron ventaja aunque en el sexto juego Ríos tuvo dos puntos para romper otra vez. Sampras apagó todo con sus aces (anotó 20 en el partido).

La definición llegó en el noveno juego, cuando Sampras se metió más en la cancha y sacó sus "palos" para rematar el sueño de Ríos. El último game fue un paseo del estadounidense, donde dejó claro que para vencerlo hay que hacer mucho más que jugar bien. Ríos lo hizo, pero también cometió pequeños errores que Sampras nunca desaprovechó.

Ojalá que no haya que esperar siete años más para verlos otra vez juntos en una cancha, y para que Ríos se saque esa espina que lleva a todos lados desde 1994, cuando conoció a Sampras en Roland Garros.